"Educar es enseñar a querer"

 

Entrevista con Jose María Contreras.   

 

 

¿Se piensa poco?

En muchos casos se evita pensar. Al hombre le cuesta enfrentarse a sí mismo. Ponerse delante de un espejo y "cantarse las cuarenta". Pero lo necesita para ser más feliz.

Existen dificultades ¿verdad?

Es cierto. Hay dificultades objetivas. Pero para aquello que a uno de verdad le interesa siempre encuentra tiempo. Se evita mucho el pensar en los hijos porque los pensamientos que surgen suelen ser exigentes.

Y la prisa…

También. Pero algunas veces parece que nos guste que haya prisa. Evita otros compromisos. Por eso a la prisa se le ha dado un sentido positivo. No hace mucho, de una persona con mucha prisa se decía que era un atolondrado; ahora es una persona muy importante.

¿Que respondería a la pregunta de qué es lo primero que se necesita para educar a los hijos?

Coherencia. Hay que procurar vivir lo que uno dice. Si no la educación no vale para nada. Porque los hijos perciben inmediatamente que uno dice cosas en las que no cree porque si las creyera, las viviría.

¿Por qué parece que es más difícil educar hoy?

Podría haber muchas razones pero me gustaría centrarme en una. Estamos haciendo una sociedad en la que cada esfuerzo lo hacemos con vistas a un beneficio inmediato. En la educación no hay recompensa a corto plazo.

La sociedad tampoco es que ayude…

Es verdad, por eso hay que poner más exigencia personal: El ambiente exterior se contrarresta con presión interior; con exigencia personal.

Pero los padres no somos dioses…

Claro que no. Lo que educa no es vivir una serie de valores, sino el luchar por vivir esos valores; en eso es en lo que se fijan nuestros hijos. Nuestra intencionalidad. Ellos también saben que no somos dioses.

Es que los hijos lo ven todo.

Y nosotros tenemos que demostrarles con nuestra vida. El lenguaje de los hechos es el que más comunica. Que sepan claramente cuales son nuestras prioridades. Ellos tienen que saber las cosas por las que no pasaríamos nunca y por qué.

Muchos padres entienden por educar el dar estudios.

Es verdad. Educar no es dar una beca. Uno pone dinero y el niño estudia, pero si educar fuera sólo enseñar a los hijos a ganarse la vida, habría hijos que no haría falta educarlos ¡se la van a ganar mejor que nosotros!. Educar es algo más que dar conocimientos.

¿Qué más?

En última instancia educar es enseñar a querer. Por eso uno tiene que saber hacer atractivos los valores. Es una necesidad en la sociedad en la que vivimos. Tener referencias que nos hagan atractiva la verdad. En el caso de los hijos son los padres. Sin la ayuda de éstos lo que se haga en los colegios u otras instituciones formativas vale muy poco.

¿Cómo son las relaciones padres-hijos en la actualidad?

Como siempre, pero con algunos matices especiales y no precisamente pequeños. Hay miedo a los hijos. Miedo a exigir que en realidad es miedo a exigir-me. Miedo a que se enfaden. Hay una especie de complejo de inferioridad con respecto a ellos que está haciendo mucho daño a la sociedad en general y a nuestros hijos en particular.

¿Por qué?

Porque una persona no exigida, es una persona no valorada. Uno puede dar lo mejor de uno mismo cuando es exigido: La peor venganza con una persona es no exigirle. Fracasará como persona aunque llegue a ser un brillante profesional. No se exige en muchas ocasiones en aras de la tranquilidad.

¿Y …?

Y se está confundiendo tranquilidad con paz. La paz es una consecuencia de una forma de vivir: hay paz cuando hay exigencia, cuando hay lucha por mejorar, cuando hay vida. La tranquilidad se consigue con tranquilizantes.

¿Y así no se consigue nada?

Pues siendo realistas evitar un disgusto hoy para tenerlo mañana… y sin remedio. ¡Cuanta gente se está culpando de no haber exigido en su momento y quizas se hubieran evitado algunas situaciones posteriores! Tengamos en cuenta que una persona no educada, es decir no exigida, se convierte en una generadora de sufrimientos en el futuro. En el terreno de la educación hay mucho sufrimiento evitable.

Pero uno puede educar bien y luego "salirle mal"

Claro. Tengamos en cuenta que el hombre es libre. Podemos educar a una persona en el amor al trabajo y luego ella no trabajar porque no le da la gana. Los padres tienden a echarse todas las culpas en los temas de educación. En muchas ocasiones no llevan razón, para tener culpa hace falta intencionalidad. Si no hay intención no hay culpa.

¿Un padre o una madre por el hecho de serlo ya son buenos educadores?

No. Además de la intencionalidad hay que formarse, conocer las etapas por las que pasa un hombre. Igual que un jefe tiene que formarse. Unos padres para educar bien deben formarse. Es fundamental. Si uno no se forma es difícil sortear la cantidad de obstáculos que nos pone la sociedad actual.

¿Por qué no se hace?

Algunos lo hacen. Otros no saben que hay que hacerlo. O no saben cómo hacerlo. Hay otros que sabiendo que hay que hacerlo y como hacerlo se dejan llevar por la comodidad. La raíz de la mayoría de los problemas que tiene la sociedad occidental es la comodidad.

¿Algo para terminar?

La educación de los hijos es de lo más gratificante que el ser humano puede experimentar. Merece la pena porque ahí se encuentra una gran parte del éxito como persona. Y depende de nosotros.

 

 

 

José María Contreras es biólogo, aunque ha dedicado su vida a las relaciones humanas, especialmente en el campo de la formación de directivos. En la actualidad es Director de Formación y Desarrollo en una multinacional farmacéutica. Está casado y tiene tres hijos. Ha impartido cientos de conferencias sobre el hombre y sus relaciones con los demás, tanto dentro como fuera de España y es autor de varios libros.

arbil.org

El cachete

 

 

Cuando el Estado quiere controlarlo todo   

Ahora que los constructores hacen las casas de papel, los cachetes al niño llorón cruzan los muros, ¡zas!, cuando no se come las espinacas. También cuando salta sobre la cama recién hecha o se pone a dibujar en las paredes con un bolígrafo. Natural. Así aprenderá que hay que comer lo que nos sirven en el plato, que es necesario respetar el trabajo de los demás (la madre no puede pasarse los días volviendo a componer lo que el nene destroza) y cuidar del hogar, que es de todos. El cachete, el azote, es elemento educativo desde que el mundo es mundo. Otra cosa es que se utilice en demasía o que sea el padre o la madre quienes lo merezcan por consentir todos los caprichos al nene, que es un pelmazo.

En mi vida, como en la de casi todos, hubo cachetes que sirvieron para enderezar el rumbo. Fueron caricias fuertes por asuntos menores, ya que la mala educación no se resuelve a golpes. Es más, la mala educación no suele resolverse porque el que la imparte, seguro, es un mal educado. Pero decía que en mi vida hubo algún cachete cuando solté mi primera mentira grave, cuando me empeñé en no obedecer o cuando lancé un pulso a mi madre frente a una cena que me desagradaba. ¿Me traumaron? En absoluto. Fueron revulsivo que me despertó de mis pequeñas faltas de infante, uno de los motivos por los que a mis padres siempre les traté con cariño y respeto creciente.

Pero este Estado quiere controlarlo todo. Después de haber vaciado la mente y el espíritu de los jóvenes mediante una educación huera, ahora les toca ejercer de padres y animar a los pequeños a revelarse contra la autoridad cuando esta deja de ofrecerse con un timorato “por favor”. Llegará un momento en el que estas políticas harán del ciudadano un objeto propiedad de la administración y tendrá que pedir permiso hasta para toser bajo riesgo de que le impongan una multa. Es la esquizofrenia del buenismo, la dejación absoluta de responsabilidades en manos de un monstruo que se renueva cada cuatro años y que no se sacia a la hora de legislar.

Miguel Aranguren
ALBA , 28 de diciembre 2007

El juicio de los niños

 

 

Los niños de ahora son otra cosa   

Leí no hace mucho un comentario interesante sobre el cuento de Caperucita Roja. Venía a decir que los niños de ahora reaccionan de forma distinta cuando escuchan la narración de aquel viejo cuento, o cuando lo presencian en el guiñol.

Los niños de hoy piensan que la familia de Caperucita Roja no era nada ejemplar. Una madre que tiene a la suya, con tantos años, viviendo a muchas leguas de su casa es, para empezar, una mujer poco cariñosa. Una madre que permite que su hija, en este caso Caperucita, se adentre sola en el bosque para llevar a la abuelita abandonada una cesta con un surtido de productos caseros, es una madre egoísta y poco responsable. De haber tenido algo más de sentido común, habría acompañado a su hija en tan larga y arriesgada travesía. El lobo feroz hace lo que tiene que hacer. Recibe la información, se adelanta a Caperucita, se come a la abuela que vive sola porque su hija no la quiere tener en casa, se viste con el camisón de la abuela, se ajusta su redecilla en la cabeza y se mete en la cama en espera de esa tontita que le ha dado todas las pistas. Y llega Caperucita y no reconoce a su abuela, y se cree que el lobo es la abuelita, lo que demuestra lo tonta que era la niña y lo poco que visitaba a su abuelita. Y el lobo se la come, porque se lo tiene merecido. Por eso, cuando el lobo se zampa a Caperucita, los niños de hoy aplauden a rabiar, hasta el punto que en los guiñoles suelen eliminar del cuento la figura del cazador que salva a ambas, porque no resultaría nada popular.

Se ve que a los niños de ahora les mueve poco el ternurismo o la moralina, y esperan sobre todo coherencia y sensatez. Los niños de hoy no perdonan a la fresca de la madre de Caperucita lo mal que se portaba con la abuela, porque a una madre no se la tiene enferma y sola en el bosque. Y tampoco perdonan el despiste de Caperucita, incapaz de distinguir entre una abuela y un lobo metido en la cama con el camisón y la redecilla de la abuela.

Cuando los niños crecen   

Todo niño es en principio un poco psicólogo, que juzga a sus padres, y, en general, a todos los mayores. Los estudia y tantea sin cesar, y pronto determina cuáles son los límites de su poder y su libertad. Usa a este efecto todas sus pequeñas armas, principalmente las lágrimas o los enfados. Una criatura de seis meses, por ejemplo, sabe ya leer en el rostro de su padre o de su madre para discernir lo que debe hacer o no, su aprobación o su desaprobación. Y cuanto más se mima al niño, más indefenso se le deja, como hacía aquella mujer que dejaba a su madre en mitad del bosque y enviaba a su hija sola a visitarla.

Con el paso del tiempo, los hijos juzgarán con dureza el abandono que supone haberles mimado, ese haberles ahorrado todo sacrificio, tantas oportunidades de robustecer su voluntad. Por eso es tan importante no confundir lo que es objeto de nuestro cariño con lo que puede ser nuestra perdición. Los padres que por amor ciego, por comodidad o por ingenuidad han procurado satisfacer siempre los caprichos de sus hijos, pronto se encuentran con que no pueden con el caballo que no fue domado cuando era potro. Y lo peor es que entonces los hijos tienen ya edad para advertir el daño que les han hecho sus padres con tanta condescendencia.

Por fortuna, también tienen edad entonces para valorar que se les haya educado en el esfuerzo y la exigencia personal, y lo agradecen a sus padres como un gran tesoro que les han dejado.

Alfonso Aguiló
Interrogantes