Más allá de la justicia humana

Y se nos va sin remedio

Personas que han entrado, por algún motivo al corredor de la
muerte, cuentan que es realmente escalofriante. Condenados a los que
se les cierra la puerta a sus espaldas dejándolos en la más completa
desesperación. Angustia, desazón, miedo, una profunda soledad… Si
aquellos muros pudieran hablar, contar historias, narrar sentimientos,
describir interminables noches de insomnio, grabar cientos de miradas
perdidas que disparan como dardos enajenación. ¡Cuántos lamentos! Si
se pudiera dar marcha atrás, si tal o cual circunstancia hubiesen sido
diferentes, si la vida borrase dos, tres segundos simplemente. Cientos
de preguntas se agolpan en la mente; la vida misma posee tanta fuerza
y al mismo tiempo es tan frágil. Muchas veces no está en nuestras
manos sostenerla, pero en numerosas ocasiones podríamos haber evitado
la muerte. Hay algo en lo profundo del alma que nos apremia a defender
la vida, y sin embargo la dejamos ir, como si fuera un grifo de agua
abierto que se nos escurre, que se vacía.

El siglo XX ha sido un siglo de muerte. Es incontable el
número de víctimas tras la revolución Rusa con Lenin a la cabeza, la
revolución china con Mao Tse Tung, la primera guerra mundial con
nuevas armas, la segunda guerra mundial con la exterminación en masa
de millones de seres humanos y la muerte de tantos inocentes,
centenares de conflictos de tipo étnico en Asia, África y Europa del
Este. El cine, la fotografía, la televisión nos muestran al mundo
escenas de sufrimiento terrible que sacude a todo tipo de persona sin
respetar edad, condición o culpa.

Ejecuciones y justicia

La triste herencia del pasado ha hecho que el hombre de hoy sea más
susceptible ante la pena de muerte. En las últimas décadas del siglo
pasado una treintena de países ha abolido la pena de muerte, pero
sorprende que en tan pocos países como China, Irán, Arabia Saudí y los
Estados Unidos de Norteamérica, las cifras de los condenados a muerte
sean alarmantes. con más de tres mil ejecutados en los últimos treinta
años. Y aunque en algunos casos, la gente ha salido a las calles para
pedir justicia EXIGIENDO la muerte del agresor, la gran mayoría de las
personas ha entendido que las ejecuciones no son el camino para el
progreso humano. Existen tantos elementos que se ponen en juego: el
hombre no es infalible, todo ser humano mientras viva puede
enmendarse, reparar su culpa y encontrar la paz del alma, pedir
perdón, dar al mundo alguna lección, INCLUSO dejarnos una enseñanza.
Si fuéramos verdaderamente justos, muchos que viven merecerían la
muerte e incontables muertos tendrían que seguir viviendo. Nadie
conoce la profundidad del corazón del hombre. El hombre no repara un
crimen con la muerte del culpable. Después de la ejecución no viene la
paz, ni se crea un mundo mejor ni se acaba con los asesinos.¿Qué puede
hacer a este mundo más humano? ¿Una justicia falible o el amor? ¿Cuál
es el límite del mal?

¿Justicia o venganza?

No podemos olvidar a Karla Tucker, una mujer que cometió un asesinato
bajo efecto de las drogas. Después de varios años de prisión se
rehabilitó, pero fue igualmente condenada a la pena de muerte. Ella
misma afirmó ante las cámaras de la CBS que "todos, después de cometer
algo horrible, tenemos la capacidad de cambiar con la ayuda de Dios…".
Vienen a la memoria casos como el Shareef Cousin, un joven negro de
diecinueve años condenado a muerte por un homicidio cometido cuando
tenía diecisiete años. La ejecución de Timothy McVeigh ha sido de las
más polémicas. McVeigh, el terrorista de Oklahoma, que tenía sobre sus
espaldas a más de ciento sesenta y ocho víctimas, sumaba demasiados
elementos en su contra para obtener el perdón. Sin embargo, menos del
50% de los familiares de las víctimas quería la ejecución. Bud Welch,
quien había perdido a su hija en la explosión de Oklahoma, dijo: "Viví
un periodo de deseo de venganza durante diez meses, tras el asesinato
de Julie". Pero llegó a la conclusión de que esto no le traería la
paz. Otro testimonio, ofrecido por el New York Times, fue el de
Patrick Reeder que perdió a su mujer en el atentado. Dijo que durante
mucho tiempo deseó la muerte del asesino, pero después de un período
largo y difícil de adaptación, llegó al convencimiento de que la
ejecución no era la respuesta. "No se trata de justicia sino de
venganza", dijo explicando que no deseaba ver cumplida la sentencia.
Kenneth Boyd, de cincuenta y siete años, fue ejecutado con una
inyección letal en el Estado de Carolina del Norte. Sus últimas
palabras fueron "Que Dios los bendiga a todos aquí". Boyd fue el
condenado número mil en los Estados Unidos después de la
reinstauración de la pena de muerte en 1976 en aquel país.

Como dioses

Todos estos condenados a muerte tienen un rostro, una
identidad, un pasado, un futuro, unas circunstancias muchas veces
difíciles e insuperables. Siempre hay una duda, algo que se nos escapa
de las manos, algo que queda en el misterio de la conciencia. ¿Quién
se considera totalmente infalible para dar sentencias que son
irrevocables?

El hombre del siglo XX y principios del XXI se ha convertido
en el dador de la vida y de la muerte. ¿Bajo qué criterios? ¿No será
que no reflexionamos, que no profundizamos en lo que sucede en nuestro
entorno? ¿No hay demasiado ruido en nuestro interior, demasiados
estorbos placenteros que nos distraen para impedirnos mirar una
realidad que en el fondo no queremos conocer? Lo cierto es que muchas
veces quedamos sordos a los gritos de dolor de aquellos que se aferran
a la vida.

Queda claro que en lo más profundo del corazón humano vibra
una convicción: el hombre ama la vida más que la muerte, y esto nos
llena de esperanza.

(Margarita Iturbide
Mujer Nueva)