Declaración de Lima


Fuente: II Congreso Internacional Provida
Autor: II Congreso Internacional Provida

Los representantes de organizaciones nacionales e internacionales, defensoras de la vida y la dignidad humanas, provenientes de diferentes partes del mundo, reunidos en Lima del 10 al 13 de Noviembre del 2005, en el II Congreso Internacional Provida (CIP) y en el 1er Simposium Juvenil Internacional Provida, en continuidad con el 1er CIP, realizado en Madrid el año 2003, nos dirigimos a:

Todos los gobernantes, líderes políticos, miembros de organizaciones de la sociedad civil, y medios masivos de comunicación, responsables de defender los derechos humanos,

Convencidos que

1. El primer derecho humano es el derecho a la vida, sin ningún tipo de discriminación por sexo, edad, raza, credo, situación socio – económica, estado de salud o cualquier otra condición.

2. Por tanto, todo ser humano debe ser protegido y respetado, desde el momento de la concepción/fecundación, esto es el momento en que científicamente comienza la vida humana, que luego seguirá un proceso de desarrollo dentro y fuera del útero, tal como lo reconoce la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

3. Si el derecho a la vida es respetado, comienza a garantizarse el respeto de todos los demás derechos de carácter social, económico, político, etc.

4. Su primera responsabilidad como gobernantes y líderes, es defender incondicionalmente la vida de cada ser humano.

5. La familia basada en el matrimonio de varón y mujer, monogámico, indisoluble y abierto a la vida, es el espacio natural para que se genere y eduque todo ser humano.

A ellos les exigimos que se obliguen a

1. Respetar y hacer respetar toda vida humana, desde la concepción/fecundación, hasta su muerte natural. El ser humano debe ser tratado como persona, desde el instante inicial de su existencia.

2. Eliminar toda práctica abortiva, eugenésica, eutanásica, mutilante, o que manipule la vida humana, cualesquiera sean los medios utilizados para ello.

3. Aprobar leyes que garanticen la estabilidad del vinculo matrimonial.

4. Respetar el derecho a la patria potestad, que por naturaleza corresponde a los padres; siendo siempre subsidiaria, la función del Estado en materia educativa.

5. Respetar el derecho fundamental a la objeción de conciencia, frente a leyes totalitarias o injustas.

6. Promover soluciones humanas y solidarias que siempre respeten y afirmen la vida, para las necesidades de mujeres y varones, tales como:

• Mortalidad materno perinatal: propiciar acceso y atención calificada del parto,

• Embarazo adolescente y enfermedades de transmisión sexual: promover y financiar programas que fomenten la castidad antes del matrimonio, y la fidelidad dentro de él.

• Violencia doméstica: ejecutar programas para fortalecer la familia basada en el matrimonio, y la educación de la juventud en las virtudes.

• Pobreza estructural: no combatir a los pobres sino la miseria. Los actores económicos promoverán educación, pleno empleo, salario equitativo y vivienda digna para todos. El Estado creará un marco estable y justo, que lo haga posible.

• Sistema sanitario insuficiente: Asegurar la provisión necesaria de recursos humanos, de infraestructura e insumos, y garantizar hábitos saludables en toda la población. Las prioridades sanitarias deben ser atendidas con equidad. El embarazo no es una enfermedad; por lo tanto el control de la natalidad, nunca podrá ser una prioridad sanitaria.

• Pornografía: dictar y hacer cumplir la legislación y sanciones, que eliminen el crimen organizado de la pornografía. La libertad de expresión, no debe ser utilizada para permitir este flagelo.

Nosotros nos comprometemos a

1. Vigilar de manera permanente, el grado de observancia del derecho a la vida y dignidad humanas. Denunciar públicamente a quienes violen este derecho fundamental.

2. Crear organismos nacionales e internacionales de monitoreo a: partidos y dirigentes políticos, organizaciones de la sociedad civil, medios masivos de comunicación y sus financiadores, como paso previo para informar y documentar a la población, de modo que le permita iniciar las acciones judiciales, sociales o políticas pertinentes.

3. Promover y crear instituciones de bien público que prioricen, entre otras, las siguientes acciones:

• Presentación de proyectos normativos que promuevan la vida, la dignidad humana, el matrimonio y la familia.

• Difusión de métodos naturales sobre la fertilidad humana.

• Difusión de un enfoque adecuado de la sexualidad basada en una educación en virtudes y para el amor.

• Multiplicación centros de ayuda a la mujer.

• Creación de centros de orientación familiar.

• Tratamiento humanitario del síndrome post-aborto.

• Apoyo a las familias, para la atención prioritaria de la niñez en situación vulnerable.

• Desarrollo de alternativas humanas y dignas, de acompañamiento familiar a los ancianos, y cuidados paliativos para los enfermos terminales.

• Estudios interdisciplinarios que generen una bioética humanista.

• Capacitación dirigida a los padres, para la adquisición de hábitos saludables de higiene, alimentación, estimulación temprana y otras, durante el embarazo y la crianza de los hijos.


En Lima, a los trece días del mes de Noviembre del año 2005.

No basta con pedir disculpas

Condiciones para el perdón

Recuerdo ahora el relato de un padre de familia, hombre
sensato aunque quizá un poco impulsivo, que un buen día advirtió que
la bronca que acababa de echar a uno de sus hijos era desproporcionada
e injusta.

No habían pasado más que unos minutos cuando comprendió que
había interpretado la situación de un modo totalmente erróneo, y que
su reacción había sido impropia y exagerada.

Como era un hombre leal y de principios, se dirigió hacia la
habitación de su hijo para disculparse. En cuanto abrió la puerta, lo
primero que escuchó fue:

—No quiero perdonarte, papá.

—Lo siento, no me había dado cuenta de que tenías razón. ¿Por
qué no quieres perdonarme, hijo?

—Porque hiciste lo mismo la semana pasada.

En otras palabras, venía a decir: «Papá, no pienses que vas a
resolver este problema simplemente pidiendo disculpas. Tienes que
cambiar.»

Aunque no sea éste un ejemplo especialmente modélico en cuanto
al perdón, de este relato puede sacarse una enseñanza importante: no
basta con pedir disculpas, es preciso también corregirse y procurar
reparar el daño causado.

Sería un error pensar que pidiendo disculpas se arregla todo
sin más. El daño que se haya hecho, aunque se perdone, suele tener
unas consecuencias que no pueden ignorarse. Por eso la petición de
disculpas ha de ir siempre unida a un sincero y eficaz deseo de
corregir en ese punto nuestro carácter, rectificar nuestra conducta y
compensar de algún modo ese daño.

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Hijos por catálogo

Martha C. Nussbaum, una de las voces filosóficas más innovadoras e
influyentes de nuestro tiempo, profesora en la Universidad de Chicago,
narra, en primera persona, la experiencia de ser madre de una hija con
un defecto perceptivo-motor.

Una lástima en nuestro mundo

Martha C. Nussbaum, una de las voces filosóficas más
innovadoras e influyentes de nuestro tiempo, profesora en la
Universidad de Chicago, narra, en primera persona, la experiencia de
ser madre de una hija con un defecto perceptivo-motor.

"Mi hija –dice– nació con un defecto perceptivo-motor… Se
trata de un defecto lo suficientemente severo como para que cualquier
madre decente hubiera optado, ex ante, por un 'arreglo' genético.
(Aprendió a leer con dos años y a atarse los cordones con ocho). Ha
tenido que lidiar toda su vida con insultos y burlas. Su personalidad
idiosincrásica, dinámica, divertida y totalmente independiente es
inseparable de estas luchas. No sólo no me gustaría, ex post, haber
tenido otra hija diferente, sino que ni siquiera me gustaría que ella
misma hubiera sido 'arreglada'. Dejando a un lado el amor materno (si
es que se puede), sencillamente me gusta este tipo de persona, inusual
y contracorriente, mucho más de lo que me hubiera gustado (o al menos
así lo creo) la cabecilla de las animadoras que hubiera podido tener.
Y con toda seguridad no deseo un mundo donde todos los padres
'arreglen' a sus hijos de manera que nadie sea un raro, y eso aunque
todos sabemos que la vida de los raros no es fácil".

La reconocida filósofa se lamenta de los prejuicios que
existen en nuestra sociedad en relación a las personas con algún tipo
de discapacidad y de la obsesión por lo "normal" que todavía es
preeminente en nuestra cultura. Igualmente, se opone a la posibilidad
de que los padres puedan "arreglar" a sus hijos antes de nacer e,
indirectamente, también se opone a la posibilidad de interrumpir el
proceso de gestación para evitar el nacimiento de personas con unos
rasgos explícitamente diferentes del resto de los seres mortales. En
este sentido, se opone claramente a la eugenesia liberal y también a
la reforma genética del nasciturus en función de los deseos de los
progenitores.
No es la corriente dominante

No cabe duda de que su posición al respeto es polémica o,
cuanto menos, no puede calificarse de común. De hecho, existen voces
muy autorizadas que se pronuncian en una perspectiva completamente
distinta y que apuntan hacia la posibilidad de abrazar, en el futuro,
una sociedad sin discapacitados psíquicos o físicos.

Deberíamos tener presente que probablemente los padres son
jueces inadecuados para decidir qué entra en ese conjunto básico de lo
humanamente normal; y también que podrían ser excesivamente celosos de
la normalidad a expensas de muchas cosas buenas de la vida humana.

La obsesión por la normalidad y el temor a la marginación del
hijo es lo que puede mover a los padres a introducir enmiendas en el
cuerpo genético del nasciturus, si el marco legal lo permite y si,
además de ello, se dispone de recursos económicos para poder financiar
dichas intervenciones.
Una utopía pendiente

Indirectamente, Nussbaum está colocando en el primer plano del
debate el sentido y la responsabilidad en el ejercicio de la
paternidad y de la maternidad, la delicada cuestión de los derechos
procreativos y de los derechos del hijo no nacido. Temas, éstos, de
naturaleza eminentemente bioética que no pueden dejar indiferente a
ningún especialista en la materia, pero tampoco a ninguna persona que
pretenda ejercer, responsablemente, el oficio, si puede llamarse así,
de la paternidad o maternidad

Deseamos una utopía social donde cualquier ser humano,
independientemente de sus características genotípicas o fenotípicas,
sea aceptado y acogido en su particular singularidad, donde haya un
lugar para todos y donde uno no sufra procesos de marginación por el
hecho de ser distinto del resto de los mortales. La utopía de una
sociedad sin discapacitados es una utopía excluyente y, por ello
mismo, no es, según nuestro punto de vista, propiamente una utopía,
sino una contrautopía.

Francesc Torralba Roselló
www.forumlibertas.com

Knut Ahnlund: “El valor del Nobel ha sido aniquilado”

Abandona la Academia Sueca uno de sus miembros por el desprestigio que
supuso dar el Nobel a Jelinek.
La concesión del Premio Nobel de Literatura de este año ha estado
precedida por un portazo polémico en la Academia sueca: Knut Ahnlund,
uno de los 18 académicos vitalicios y prestigioso crítico literario,
anunció que abandonaba la Academia porque considera que la concesión
del galardón en 2004 a la escritora austriaca Elfriede Jelinek lo ha
desprestigiado sin remedio.
Cuando Alfred Nobel esbozó los criterios artísticos que deberían
tenerse en cuenta para designar los candidatos al premio Nobel de
Literatura, seguro que no se podía ni imaginar que años después estos
criterios apenas se tendrían en cuenta para elegir a Elfriede Jelinek,
la premio Nobel 2004. Decía Alfred Nobel que la obra literaria de los
aspirantes debería poseer "una especie de academicismo estético que dé
prioridad al equilibrio, la armonía y las ideas puras y nobles en el
arte narrativo".

Por coherencia

Ninguna de estas cualidades está presente en la literatura de
la Nobel austriaca, a juzgar por el extenso artículo publicado por
Knut Ahnlund en el periódico "Svenska Dagbladet", en el que hace un
repaso a todas y cada una de las obras de Jelinek. Ahnlund, de 82
años, define la literatura de Jelinek como "porno violento y quejica",
con una "desoladora falta de ideas y de visiones", que se traduce en
"una verborrea donde ocurrencias casuales se extienden a lo largo de
diez o cien páginas sin que se diga nada". "La pornografía se ha
infiltrado en ofertas culturales respetables y aceptadas, un porno
avanzado puede actuar disfrazado como indignación y se convierte en
una salida fácil desde el punto de vista comercial. A esta sección
pertenece a grandes rasgos todo lo que ella ha escrito", dice el
académico. Jelinek –continúa Ahnlund– "ha producido una masa de texto
sin huella alguna de estructura artística sobre temas pornográficos
como el sadismo, el masoquismo, humillaciones y ultrajes".

Ahnlund dice que los criterios empleados en la designación de
Jelinek desprestigian el premio Nobel y son, quizás, una muestra de
cuáles son los criterios morales, estéticos y políticos más valorados
por el actual jurado.
Crisis en la "Academia"

Knut Ahnlund, sin embargo, rechaza esta unívoca visión de la
literatura y, por ello, ha decidido dimitir. Opina Ahnlund que la
mayoría de los miembros del jurado votaron el año pasado a Jelinek sin
ni siquiera haberse leído su obra, lo que confirmaría las sospechas de
que hoy día el Nobel de Literatura es un premio con más intereses
ideológicos que literarios.

Ahnlund es el tercer miembro que se retira de la Academia
sueca. En 1989, Kerstin Ekman y Lars Gyllensten decidieron no trabajar
más en la Academia por considerar que se había actuado con pasividad
al no condenar la "fatwa" (edicto islámico) de pena de muerte contra
el escritor Salman Rushdie. En el debate actual, Gyllensten ha
declarado que está totalmente de acuerdo con Ahnlund.

Con decisiones tan polémicas como las que han caracterizado a
los Nobel más recientes, el Premio sale tocado, pues está perdiendo su
aura de referente en el escalafón literario. Si el Nobel quiere seguir
conservando el monopolio de la consagración literaria mundial, debería
recuperar los criterios estéticos que ha mantenido durante más de cien
años.

Adolfo Torrecilla ACEPRENSA

Usted, ¿para qué sirve?

¿Para qué sirve la vida humana?¿Tiene que servir para algo o alguien?

Convertidos en cosas: sólo valiosos si útiles

Pensemos en los tontos de los pueblos. Esos discapacitados
psíquicos que se pasan el día al sol, con la lengua fuera.

O en los ancianos que alfombran los parques de paseos cortos y
lecturas minuciosas del periódico.

O en los enfermos incurables que roban horas y horas de la
vida de alguna mujer u hombre abnegado que los asea, cambia, da de
comer y da la vuelta en la cama. Si la vida tiene un sentido
utilitario, esta gente sobra. No produce, está de más. Causa y padece
sufrimientos. Su pervivencia, los gastos sociales que ocasiona, los
esfuerzos que supone sólo podrían tolerarse en la hipótesis de que la
vida humana no existiese «para» sino que constituyese un bien
innegociable. Eso nos llevaría a afirmar que la persona es un valor
«per se». Un principio absoluto, no supeditable a ningún otro.
Actualmente no hay «quórum» al respecto. Los etarras y quienes les
ayudan piensan, por ejemplo, que es lícito sacrificar algunas vidas
para conseguir un fin político que, a su juicio, procurará la
felicidad a muchos.

Hay quien considera que a una persona inconsciente, en coma
sin muerte cerebral, hay que limitarle el alimento y causarle la
muerte (el caso se discute ahora en Estados Unidos). Son las paradojas
de una sociedad que evita los debates a fondo sobre el sentido de las
cosas y que se está acostumbrando a juzgar todo desde la casuística
sentimental: ¿Que Ramón Sampedro quiere suicidarse? Vale, pobre
hombre, está en su derecho. ¿Que Christopher Reeves estaba desesperado
por su tetraplejia? Vale, aprobemos la investigación con embriones
humanos. ¿Que alguien no soporta la idea de tener un niño mongólico?
Que lo aborte. Y a este ritmo, imperceptiblemente, se va difuminando
el valor de la vida humana.

La última vuelta de tuerca es el proyecto de ley de
reproducción asistida del Gobierno. A partir de ahora se crearán
embriones para la investigación y otros que «sirvan» , entre otras
cosas, para curar a sus hermanos enfermos. Ambas iniciativas están
movidas por la «caridad». En un caso para ayudar a la investigación
científica, en el otro, para aliviar a unos padres desesperados y a un
niño que puede morir. Pero las dos consagran el principio de que los
seres humanos podemos ser utilizados «en función» de otros. Cuáles son
los fines lo irá decidiendo el poder en los próximos años.

Cristina López Schlichting
La Razón, 11 de febrero de 2005

Los jóvenes desean formar familias estables

Un estudio de Bancaja, entre jóvenes de la Comunidad Valenciana,
basado en 2.000 encuestas arroja unos datos que bien se merecen una
reflexión.

Los que hoy son jóvenes

Un estudio de Bancaja, entre jóvenes de la Comunidad
Valenciana, basado en 2.000 encuestas arroja unos datos que bien se
merecen una reflexión. En primer lugar, habría que ponerse de acuerdo
sobre qué entendemos por "jóvenes", porque para mí es más que
discutible asimilar esa etapa de la vida a los que tienen entre 16 y
30 años, que es lo ahora es habitual, y de hecho es la edad que ha
estudiado Bancaja.

Podemos afirmar que denominamos "joven" a quien no está
maduro, a quien no asume la responsabilidad plena de su propia vida,
tanto en el sentido de su alimentación como en el de la vivienda. El
joven depende de sus padres, o de sus parientes. Hace unos años, sería
impensable denominar joven a quien ya tiene 29 ó 30 años. Hoy en día,
y no es una casualidad, es la edad en que se suele contraer
matrimonio.

Los jóvenes son como se les educa o se permite que se eduquen.
No pretendo defender un determinismo pleno, puesto que cada persona
mayor de edad es dueña de sus decisiones, sea cual sea el ambiente
familiar, académico o social. Por tanto, al detectar deficiencias en
la maduración de nuestros jóvenes –aceptando el tope de los 30 años–,
no pretendo menospreciar a los jóvenes ni generalizar. De todo hay en
todas época y en toda generación.

No deja de ser preocupante el resultado de esas 2.000
encuestas. Nuestros jóvenes ordenan así sus valores: familia, ocio,
amigos y trabajo. Que la familia ocupe el primer lugar, en todas las
encuestas, es muy loable y es una prueba más de que es el eje de los
valores sociales, y por tanto requiere el mayor esmero por parte de
todos. Lo que sí sería más interesante es analizar cómo ven los
jóvenes su papel en la familia: si es porque reciben mucho, porque ven
que es una institución que requiere contribución de todos sus
componentes o todo un conjunto de motivaciones, que abarcarían
generosidad sin límite y egoísmos larvados o expresos.

En gran medida, los jóvenes valoran la familia en primer lugar
por el deterioro que ha experimentado en las últimas décadas: no
quieren una familia devaluada, inestable, caprichosa, porque desata
todo tipo de desequilibrios e inhumanidades. Y ahí echo "piedras sobre
mi tejado", el tejado de mi generación: los que ahora somos
cuarentones.
Lo que es preocupante

La mejora de la calidad de vida es positiva, pero debe saber
administrarse. Si amortigua valores superiores o los anula, cayendo en
una comodidad creciente, hay que preocuparse. Y es preocupante que el
segundo valor entre los jóvenes sea el ocio. Por supuesto que es sano
el descanso, el ocio –no todos, evidentemente–, pero entronizarlo como
"subcampeón" de los valores, me parece excesivo, por encima de la
amistad y del trabajo. Lo peor de todo es que esta encuesta nos cuadra
a todos: se corresponde con lo que se observa en los jóvenes
genéricamente.

Alguien puede objetar que en "ocio" se incluye la lectura, el
deporte, el intercambio cultural. Con todos los respetos, y salvando
excepciones, ocio es ese tener tiempo para uno mismo, al menos tener
esa opción. Probablemente es consecuencia de lo que los jóvenes han
visto en nosotros: excesiva dedicación al trabajo, en detrimento de la
familia, de la calidad de vida, de las amistades.

Las preguntas fluyen. ¿Qué hay de otros valores entre los
jóvenes? La cacareada solidaridad, la paz, los derechos humanos, el
amor humano y el matrimonio, los valores religiosos, los viajes para
conocer otras culturas, los valores asistenciales, y así un largo
etcétera. Tenemos que reconocerlo: nuestros jóvenes piensan demasiado
en sí mismos y en su comodidad, porque o lo han visto en sus mayores o
como reacción ante valores reales que conducen al nihilismo y al
permisivismo. Del mismo modo que no podemos caer en el papanatismo o
la alabanza tonta de todo lo que hacen los jóvenes por el temor a ser
calificados como "carrozas", tampoco podemos estigmatizar
genéricamente a ningún estrato social, sobre todo cuando es un estrato
–el de la juventud– que depende mayoritariamente de los adultos.

Javier Arnal
es.catholic.net

Dime a quién admiras y te diré quién eres

El joven construye al adulto

La gran incógnita de la adolescencia es descubrir quién se es.
Cuando a un niño se le pregunta sobre su propia identidad,
tranquilamente se define como el hijo del Sr. y la Sra. X, y elenca
una serie de características que ha escuchado a sus padres o a sus
maestros decir sobre él. Esta pregunta no le causa mayor inquietud.
Pero cuando se formula a un adolescente o a un joven, el asunto es
distinto.

Este interrogante no sólo inquieta al propio adolescente, sino
también al adulto. ¡Cuántos padres de familia ya no reconocen el
carácter dulce de su hijita en las respuestas de la quinceañera que
tienen en casa! ¡Cuántos profesores con gran sabiduría en sus propias
áreas de conocimiento no logran descubrir el verdadero "yo" que se
encuentra escondido tras la mirada esquiva del joven de cabello largo,
o de la alumna que se le enfrenta en un continuo reto!

Y esto es muy normal debido a que a esa edad se está
construyendo la propia personalidad. Un adulto llega a ser lo que ha
formado a lo largo de su vida. No existe un código oculto que lo
defina como lo que es. El adolescente puede tener un carácter más o
menos alegre, pero dependerá de él cómo lo emplea: alguno lo
aprovechará para hacer pasar un rato agradable a los demás, y esto le
ayudará a tener amigos; otro por el contrario, lo podrá emplear en
burlarse, creando conflictos con los demás. Alguno hará amigos gracias
a su paciencia, otro, a su compañerismo, mientras que otros, con estos
mismos atributos se granjearán enemistades.

Nadie tiene condicionada o predeterminada su manera de ser.
Cada uno va desarrollando ciertas características de su personalidad
que puede usar en distintas direcciones según vaya siendo valioso para
él. ¡Esta es la maravilla del ser humano! Gracias a su inteligencia,
voluntad y libertad puede vencer cualquier tipo de condicionamiento
que se le presente, con tal de que se lo proponga y ponga los medios y
el esfuerzo para hacerlo.
El ideal y la libertad

Así tenemos a Hellen Keller, nacida en Alabama, Estados Unidos
en 1880, quien al año y medio de edad quedó ciega y sorda, y aprendió
a comunicarse llegando a escribir libros en distintos idiomas; o a
Karol Wojtyla, que no se amargó a pesar de ser huérfano de madre, sin
hermanos, y de que le clausuraran su universidad viéndose forzado a
trabajar como obrero para librarse de los campos de concentración; a
Víctor Frankl que dentro de Auschwitz encontró un sentido a su vida,
estudiando los efectos de esas condiciones infrahumanas en sí mismo y
en sus compañeros, de donde surgió su Logoterapia; y a tanta gente que
vive en el anonimato de una vida alegre y sencilla a pesar de
cualquier tipo de dificultades económicas, sociales, familiares o
físicas a que se encuentran sometidos. Y por el contrario, también
hemos sido testigos de tantas personas que aparentemente lo han tenido
todo o por lo menos no han sufrido tantas carencias y, sin embargo, no
se consideran felices. Todos conocemos a personas así.

¿Dónde ha estado la diferencia? ¿En las cualidades con las que
han nacido? ¿En las circunstancias que les ha tocado vivir? No, la
gran diferencia radica en que unos han tenido un ideal que los ha
llevado a tomar las riendas de sus vidas en sus manos, forjándose a sí
mismos para alcanzarlo; mientras que los otros se han dejado llevar
por las circunstancias, ya sean internas o externas.
Con maestro y coherente

Los primeros no se dejan atrapar por ningún tipo de
dificultad. Aún cuando caigan varias veces, afrontan la vida como una
aventura en la que ellos quieren ser los vencedores, porque tienen un
ideal, que se convierte en fuente de esperanza y de motivación. Los
segundos, por carecer de ese ideal, no encuentran la fuerza ni la
motivación para construirse a sí mismos.

Los primeros han tenido a alguien que les ha guiado y les ha
servido de ejemplo y de apoyo: Hellen Keller no hubiera hecho nada sin
Anne Sullivan; Karol Wojtyla tampoco sin su padre o sin Jan
Tyranowski, un sastre que hizo las veces de su director espiritual
cuando perdió a su padre. Estos adultos han jugado un papel muy
importante en la vida de estos jóvenes: les han mostrado un ideal
hacia el cual proyectar su vida y les han ayudado a desarrollar las
facultades necesarias para luchar por él. Ellos han desaparecido (el
padre de Karol murió cuando éste tenía 20 años), pero el ideal se ha
mantenido y han podido salir adelante por sí mismos.

Ni Hellen Keller ni Karol Wojtyla nacieron siendo esas
personas que llegaron a ser. Los dos tenían cualidades y muchas más
dificultades. Ninguno de los dos nació mucho más dotado que la mayoría
de nosotros. Sin embargo llegaron a ser lo que fueron porque supieron
ser consecuentes con su ideal tomando a cada paso de su vida la
decisión que más los acercaba al mismo.
Este es el gran reto que se nos presenta a los adultos de hoy:
aprender a presentar ideales atractivos a los jóvenes para se
entusiasmen y puedan proyectar el tipo de personas que quieren ser, y
les sirvan de guía y motivación a lo largo de su vida.

Liliana Esmenjaud
Mujer Nueva

Lealtad, cercanía

Los propios cimientos
La lealtad, y en primer lugar con los ausentes, es otra
cuestión clave en las relaciones humanas. Cuando una persona habla mal
de otra a sus espaldas, o revela detalles que alguien le ha
manifestado de modo confidencial, además de actuar injustamente en la
mayoría de los casos, destruye su propia capacidad para generar
confianza. Quizá esa persona busca ganarse la confianza de la otra
gracias a esa indiscreción o ese desahogo, pero esa falta de
integridad personal está minando en sus cimientos aquella confianza.

Ante los errores o defectos de nuestros amigos o conocidos, la
lealtad exige que procuremos —en la medida en que eso sea posible—
ayudarles a corregirse. Como es obvio, esto será más fácil cuanto
mayor sea nuestra confianza con ellos.

Si no nos resulta posible decirles nada, o se lo hemos dicho y
aparentemente no ha habido ningún cambio, no por eso la murmuración y
el chismorreo dejan de ser una deslealtad. Sólo cuando lo exija la
justicia o el bien de los demás, será legítimo advertir a otros —y
siempre extremando la prudencia— de aspectos negativos que hemos
observado en una persona.

Cuando hay una buena relación personal, los errores de quienes
nos rodean son, si sabemos aprovecharlos, ocasiones excelentes para
ayudar lealmente a esas personas a corregirse. Muchas veces, una
advertencia sincera y prudente hecha a tiempo es la mejor forma de
mostrar el afecto por una persona.
Una fortaleza a toda prueba El problema es que muchas veces, cuando
ves que habría que hacer una advertencia a alguien, precisamente
entonces tu relación con esa persona está bajo mínimos, y no la
aceptaría bien... Por eso es importante que haya una buena relación
general entre las personas con las que uno trata (dentro de la
familia, en el trabajo, con los vecinos, etc.).

Por ejemplo, si en la familia hay unos lazos fuertes entre
padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos, primos, etc., esa relación
puede resultar decisiva en situaciones de mayor dificultad. Sentir y
saber que hay muchos otros miembros de la familia que nos conocen y se
preocupan por nosotros, aunque quizá vivan lejos, puede suponer una
ayuda mutua importante para la convivencia familiar. Si uno de tus
hijos, por ejemplo, tiene dificultades para relacionarse contigo en un
momento determinado, quizá pueda ayudar a arreglarlo tu cónyuge, un
hermano, o una tía, o el abuelo. En una familia unida, cada uno de sus
miembros representa una referencia y una ayuda que pueden resultar de
vital importancia en el momento más insospechado.

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Claridad en las expectativas recíprocas

A partir del conocimiento

Muchas relaciones personales se deterioran seriamente por algo
tan simple como no haber hablado las cosas en su momento con
normalidad, por falta de claridad en las expectativas recíprocas.
Quizá a veces nos enfadamos porque no se ha hecho lo que habíamos
pedido o deseado, y el problema es simplemente que no se había
entendido lo que queríamos. O resulta que molestamos a alguien sin
querer, y el problema se reduce a que no sabíamos que con nuestra
actitud o nuestra conducta estábamos perjudicando o molestando a esa
persona.

Por eso es preciso actuar con la necesaria naturalidad y
sencillez, de modo que logremos crear a nuestro alrededor un clima de
confianza en el que sea fácil saber qué es lo que cada uno espera de
los demás.

Otro ejemplo. A lo mejor un día nos sorprendemos de que
tenemos pocos amigos. Es algo que sucede a bastante gente en algún
momento de su vida: advierten que su círculo de relación es corto, que
hay poca gente que cuente con ellos de modo habitual.

Si eso nos sucede, es preciso recordar que tener verdaderos
amigos siempre supone esfuerzo y constancia. Aunque, como es lógico,
depende mucho de la forma de ser de cada uno, siempre es preciso
vencer inercias, superar pasividades y arrinconar timideces (por
cierto que es sorprendente el elevado porcentaje de personas que se
consideran tímidas: en nuestro país, del orden del 40% según algunas
estadísticas).

¿Y no es un poco antinatural eso de esforzarse para tener
amigos, cuando la amistad debe entenderse como algo relajado y
natural? La amistad debe ser, efectivamente, algo relajado, natural y
gratificante. Sin embargo, la amistad, como tantas otras cosas en la
vida que también son naturales y gratificantes, exige, para llegar a
ella, superar un cierto umbral de pereza personal, y por eso muchos se
quedan encallados en ese obstáculo. El tirón de la pereza puede
llevarnos a una vida de considerable aislamiento o pasividad, y eso
aunque sepamos bien que superándola nos iría mucho mejor y
disfrutaríamos mucho más.

Reconociendo las propias deficiencias claramente mejorables

De todas formas, tienes razón en que a veces la causa de las pocas
amistades está en algo más de fondo, y hemos de pensar si no vivimos
bajo una cierta capa de egoísmo, si no hay una buena dosis de
encerramiento en nuestros propios intereses, de refugio en una
perezosa soledad.

Quizá tenemos un carácter difícil (o al menos manifiestamente
mejorable) y somos de trato poco cordial, o hablamos sólo de lo que
nos gusta, o vamos sólo a lo que nos gusta, o nunca nos acordamos de
felicitar a nadie en su cumpleaños o en Navidad, ni nos interesamos
por su salud o la de su familia, ni hacemos casi nada por estar cerca
de ellos en los momentos difíciles.

O quizá ponemos poco interés en todo lo que no nos reporte un
claro interés —valga la redundancia—, y aunque efectivamente tengamos
una conversación paciente y educada, ponemos en esos casos un interés
—exagerando un poco— similar al que se pone al hablarle a un canario
en su jaula.

O quizá manifestamos habitualmente una actitud rígida o
imperativa, que genera rechazo; o tendemos hacia una beligerancia
dialéctica que nos lleva a buscar siempre quedar victoriosos en
cualquier conversación, como si fuera una batalla, y encima queriendo
dejar claro que hemos ganado; o escuchamos poco y hablamos mucho, y
resultamos pesados; o somos demasiado premiosos, o prolijos (no debe
olvidarse que el secreto para aburrir es querer decirlo todo); o nos
pasamos de obsequiosos, y nuestro trato resulta un poco asediante, o
untuoso; o tratamos a los demás con excesiva vehemencia, o con aires
de superioridad, como dando lecciones.

Podríamos enumerar muchos otros defectos, pero quizá la clave
para contrarrestarlos podría resumirse en algo muy sencillo:
esforzarse por ser personas que saben escuchar y que buscan servir a
los demás.

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Mujer lesionada en accidente vuelve a hablar después de 20 años

"Estoy asombrado de cuán primordial es la comunicación", dijo Jim
Scantlin, el padre de la paciente, que vive en una residencia para
discapacitados en esta localidad de Kansas, cuando volvió a escuchar
la voz de su hija, después de 20 años de haberla perdido como
consecuencia de un accidente de tránsito. Durante dos décadas todo lo
que Sarah podía hacer para comunicarse era parpadear una vez para
indicar 'no' y dos veces para indicar 'sí'.

Betsy Scantlin, la madre de Sarah, dijo que ella "sabe
quiénes somos, pero no podía comunicarse con nosotros".

Este fin de semana los Scantlin ofrecieron una pequeña fiesta
en el centro de cuidados médicos para presentar a Sarah a las
amistades, otros miembros de la familia y la prensa.

Sarah tenía 18 años y estudiaba en el Colegio Comunitario de
Hutchinson cuando fue atropellada el 22 de septiembre de 1984,
mientras caminaba hacia su automóvil tras una fiesta con sus amigos.

La joven sufrió graves heridas, fracturas de huesos, y quedó
incapacitada para hablar. El conductor huyó del sitio, y luego que fue
identificado, detenido y juzgado cumplió una sentencia de seis meses
en prisión.

Uno de los testigos del incidente, John Moore, quien es ahora
un detective de la policía, relató cómo él y otras personas vieron que
Sarah era lanzada a varios metros. "Creí que había muerto, o que no
iba a sobrevivir", dijo Moore.

Sarah, ahora de 38 años, había empezado a hablar en enero,
pero había pedido al personal del centro de cuidados médicos que no
dieran la noticia a la familia hasta el día de San Valentín, que se
celebra este lunes.

Pero la semana pasada Sarah no soportó su propia impaciencia.
Los Scantlin recibieron una llamada de la residencia para pacientes
Golden Plains Health Care Center, y la enfermera Jennifer Trammell le
preguntó a la madre de Sarah si estaba preparada para una gran
sorpresa. "Alguien quiere hablarle", dijo Trammel y se escuchó la voz
de Sarah:

- Hola, mamá
- ¿Sarah eres tú?, preguntó Betsy.
- Sí.
- ¿Cómo te sientes?
- Bien.
- ¿Necesitas algo? agregó emocionada la madre.
- Más maquillaje.

Incrédula en su alegría Betsy preguntó a la enfermera si Sarah
de veras había pedido más maquillaje.

"Ahora es Sarah otra vez, ciento por ciento Sarah. Está
usando toda su capacidad al máximo, es emocionante. Tenemos de vuelta
a Sarah y es el mejor regalo en el mundo", dijo Jim Scantlin.

De todos modos, Sarah ha quedado con secuelas del accidente:
sus piernas se mueven de forma espasmódica, su pie derecho está
torcido hacia atrás, y los músculos del cuello están tan constreñidos
que tiene grandes dificultades para engullir la comida.

El médico Bradley Scheel, que cuida a Sarah, dijo que no sabe
exactamente por qué la paciente volvió a hablar de forma repentina,
pero supone que puedan haberse regenerado algunas conexiones
cerebrales críticas para el habla.

HUTCHINSON, EEUU.
Caracol Noticias, (www.caracolnoticias.com)

¿Es inmoral prolongar el sufrimiento?

Es fácil, en los debates sobre la eutanasia, escuchar a alguno que
lance al ruedo esta famosa frase: "es inmoral alargar los sufrimientos
y la agonía de los enfermos".

Cuando el enfermo sí interesa

La frase parece inocente, capaz de suscitar la aprobación de
los oyentes. Pero en no pocas ocasiones es ambigua, confusa,
interpretable de muchas maneras. En otras palabras, es una fórmula
fácilmente manipulable. Por eso se hace necesario, para evitar engaños
fáciles, profundizar en sus posibles significados.

Intentemos aclarar ideas. ¿Qué quieren decir quienes repiten,
una y otra vez, que es inmoral, injusto, incluso masoquista, hacer que
se prolongue el sufrimiento de una persona? Las respuestas pueden ser
varias, y podríamos agruparlas bajo tres grandes grupos. Unos expresan
su deseo de evitar el ensañamiento terapéutico. Otros, que quieren
suspender los cuidados mínimos para acelerar la muerte del enfermo. Un
tercer grupo defiende que se intervenga del modo menos doloroso
posible para provocar la muerte del enfermo.

Estas tres posibles respuestas tienen un valor muy distinto.
Podemos decir, respecto de la primera, que es correcto renunciar al
ensañamiento terapéutico, es decir, a acciones sofisticadas, costosas
y no pocas veces muy molestas para los enfermos y sus familiares,
cuando tales acciones no parecen ofrecer ninguna mejora, no curan, y
alargan inútilmente la agonía. Si una persona, por ejemplo, se
encuentra en la fase terminal de un cáncer de hígado, no tiene sentido
usar aparatos y hacer experimentos con los que sólo se retrasa unos
días o semanas la llegada de la muerte a base de provocar dolores muy
elevados en el enfermo.

La segunda respuesta encierra serios problemas éticos. Los
cuidados mínimos son simplemente eso: cuidados mínimos. Una persona
que sufre merece ser alimentada, ser hidratada, ser limpiada en sus
llagas, recibir medicinas antidoloríficas. Decir que no vale la pena
mantenerla en su fase terminal a base de estas ayudas básicas es como
decir que su existencia ya no merece lo más básico que debe ser dado a
cualquier vida humana. En otras palabras, es como condenarla a morir
de hambre, de sed, de dolor y, sobre todo, de pena, al no ser atendida
en sus necesidades básicas (no sólo materiales).

Cuando interesa que muera

Lo más paradójico del caso es que se provoca una muerte tan
horrible precisamente con el uso de la fórmula "es inmoral prolongar
el sufrimiento", como si fuese moral el provocar nuevos sufrimientos
para terminar (asesinar lentamente, digámoslo sin miedo) al hombre o a
la mujer que sufren. Lo ocurrido, por ejemplo, con Terri Schiavo, es
sólo una punta de iceberg de lo que muchos piensan realizar con los
enfermos, y de lo que por desgracia ya algunos están haciendo entre la
indiferencia de no pocas autoridades.

La tercera respuesta supone aceptar que hay vidas humanas que
pueden ser eliminadas porque sus dolores no son compatibles con su
"dignidad", o porque resultarían ser dolores "inmorales".

Ningún dolor, sin embargo, tiene connotación moral, ni
disminuye en nada la dignidad de ningún ser humano. Decir que mantener
en vida al hombre que sufre es algo inmoral y que merecería ser
"eliminado" es como decir que el sufrimiento le hace perder su
dignidad, o que su existencia es menos digna por sufrir. Lo cual va
contra todo el esfuerzo cultural de siglos, iniciado especialmente con
el cristianismo, que ha buscado defender la dignidad de cualquier ser
humano sin discriminaciones; un esfuerzo que tantos frutos ha dado en
los últimos siglos, no sólo al abolir la esclavitud o formas de
explotación de seres indefensos, sino al buscar mejoras serias en el
tratamiento de los enfermos y los ancianos.

Cuando se vuelve de nuevo a lo que hemos desplorado

Hay que reconocer que la eutanasia, entendida como la
eliminación del hombre que sufre con la excusa de que se quiere
eliminar el sufrimiento, es una de las mayores afrentas que puede
recibir el ser humano. Porque significa volver a una mentalidad
discriminatoria en la que los fuertes, los sanos, los adultos, los
ciudadanos, deciden sobre la vida y la muerte de quienes no llegan a
un "standard" de calidad y de salud establecido de un modo arbitrario
y, en muchos casos, con la idea encubierta de ahorrar gastos al estado
o a los hospitales.

La historia de los pueblos nos ha mostrado que los niveles de
barbarie son mayores allí donde se desprecia a los minusválidos, los
pobres, los enfermos, los ancianos. A través de la promoción de la
eutanasia, a través de la difusión de eslogans que repiten "acabemos
con el sufrimiento de las personas" para decir de modo solapado
"acabemos con las personas que sufren", estamos regresando a formas de
"cultura" claramente injustas y propias de pueblos enemigos de los
derechos humanos.

Sólo hay un modo de tratar al hombre o a la mujer que sufre:
con respeto y con cariño. Acompañarlos en su dolor, aliviarles en sus
muchas dolencias, no sólo físicas sino también psicológicas y
espirituales, hacerles sentirse parte viva de una sociedad que no los
margina sino que los acoge con un mayor compromiso y con servicios
cada vez más completos, son señales de verdadera humanidad, de
justicia, de progreso. Son la única manera de tratar al hombre que
sufre de un modo éticamente correcto. Aunque su sufrimiento dure más
tiempo, porque ese tiempo será sumamente bello, al estar acompañado de
justicia, de amor y de asistencia verdaderamente humana.

Bosco Aguirre
Mujer Nueva

Mujer y pensamiento único

El sexo y el género

Un rotundo no al pensamiento único, ésa manera de pensar que
anula la identidad de la mujer, viola sus derechos y la considera un
instrumento útil para intereses concretos... y no hablo del pasado
sino del presente, porque existe una mentalidad con altas dosis de
machismo tanto en algunos hombres como en algunas mujeres... resulta
conveniente, y además oportuno, recordar el papel o el rol que la
mujer puede y debe desempeñar en este tercer milenio, recién
estrenado.

Sólo me centro en un aspecto –son muchos más–, y espero que no
sea virtual sino real: el feminismo sin fecha de caducidad consiste en
"igualdad en los derechos y en las oportunidades pero
complementariedad en las funciones"; maternidad y paternidad no son
idénticas ni en sus caracteres genéticos ni biológicos y esta realidad
cuando es respetada, enriquece la personalidad humana, y cuando no lo
es, empobrece de tal forma la identidad y dignidad humanas que
convierte en un monstruo al presunto/a maltratador... ¿ud. quiere ser
un monstruo o un ser cada vez más humano hasta conseguir que su
entorno se humanice?... le doy, una pista, de ud. dependerá lo demás.

Existen dos sexos –mujer y varón– y no es lo mismo sexo que
género, el primero es un referente biológico-genético y el segundo es
un referente funcional; esta terminología tan actual, el género, puede
distorsionar la verdad: nacemos con un sexo –masculino o femenino–
porque no somos asexuados y desempeñamos una función, que puede ser
diferente en cada siglo o en cada época...; el sexo es uno y el género
dependerá del rol puntual de cada sociedad: hasta hace unas décadas y
como consecuencia del poder masculino, a la mujer se le asignó una
tarea doméstica, casi exclusivamente, y se le negó otro tipo de
alternativas (muchas escritoras de la historia de la literatura
publicaron libros bajo seudónimo); pero en el siglo XX se produjo un
cambio de mentalidad, y se igualaron los papeles masculino y femenino
dentro del hogar (por lo menos en el mundo occidental) al incorporar
el 50% de aportación del hombre al hogar; ésta es la pista clave para
humanizarnos y humanizar el entorno social: desarrollarnos como mujer
o como hombre en cada caso, buscar la complementariedad en el sexo
contrario y encontrar la igualdad de género en el trabajo, en el
hogar, en las relaciones sociales, en vida cotidiana... no es lo mismo
ser madre que padre, ser mujer que hombre, ser esposa que marido, ser
hermano que hermana, ser colega que contrincante, ser amiga que
amigo,... ser en realidad uno mismo no un ser diferente a como debemos
ser porque no hemos encontrado el camino...; no se trata de innovar
porque sí, ni de provocar una metamorfosis radical... ni de ir por la
vida de "progre" porque se lleva: se trata de encontrar la identidad
de uno mismo de acuerdo con la naturaleza humana y con su dignidad...
hay cosas que deben cambiar y otras que no deben hacerlo, si queremos
sobrevivir, supervivir, o simplemente vivir en y con paz.
Sin miedo a la verdad

¿Y eso cómo se logra?: las cosas que valen la pena no se
alcanzan a la primera, y a veces, ni a la segunda... pero se logran
cuando pensamos en profundidad y en libertad y no tenemos prisa por
obtener frutos inmediatos...; y ésta puede ser la senda, aunque nos
resulte angosta, y éstos sus pasos: conocernos mejor, conocer mejor lo
que debemos ser, conocer mejor a los que nos rodean, conocer mejor los
"por qués" de las situaciones y acontecimientos y crear en nuestro
interior una personalidad –definida como la capacidad de ser persona–,
forjada en la verdad, en la realidad y en la apertura hacia la
trascendencia .

(Marosa Montañés Duato, in Mujer Nueva)

El asombroso poder de la comida familiar

Un rito sencillo que fortalece el hogar y educa a los chicos.

Hace cincuenta años, antes de la expansión de las megápolis, la
globalización y los matrimonios de dos sueldos, había un rito
cotidiano llamado comida familiar, que reunía a padres e hijos
alrededor de la mesa. Y no solo para comer, sino también para contarse
cómo había ido el día, escuchar a los demás y estrechar los lazos
familiares.

¿Un mito? Quizás. A decir verdad, también hace cincuenta
años había empleados con turno de noche, padres que viajaban mucho y
madres que trabajaban fuera de casa. Había profesionales que salían
tarde del trabajo y papás que pasaban por la taberna antes de ir a
casa, también tarde. La conversación en la mesa tal vez consistía,
muchas veces, en peleas entre los chicos y exhortaciones de los
padres: "esos modales...", "acostúmbrate a comerte lo que te
pongan"... ¡Para quién no sería un alivio, a veces, poder librarse de
la compañía de sus personas más cercanas y más queridas para dedicarse
a sus aficiones!

De todas formas, el mito de la comida familiar encierra una
verdad esencial sobre la vida doméstica y el bienestar personal que en
nuestro mundo individualista y tecnificado solemos olvidar. Esto es lo
que descubrió la periodista norteamericana Miriam Weinstein en el
curso de un estudio sobre alimentación, y lo que le movió a escribir
"El asombroso poder de las comidas familiares: Cómo nos hacemos más
inteligentes, fuertes, sanos y felices comiendo juntos" (1). El mismo
título hace afirmaciones atrevidas, basadas sin embargo no en
tradiciones y mitos, sino en estudios científicos, en gran parte sobre
adolescentes.

Para prevenir problemas

Veamos, por ejemplo, el estudio que motivó el trabajo de
Weinstein. El objetivo del Centro Nacional sobre Adicciones y Drogas
(CASA), de la Universidad de Columbia, es que los jóvenes no caigan en
conductas destructivas (consumo de drogas, alcohol y tabaco, así como
embarazos de adolescentes). En 1996 hizo un estudio para ver si había
algo característico de los chicos que no presentan tales problemas.
Para sorpresa de los investigadores, resultó que comer en familia era
más importante que la asistencia a la iglesia o las notas.

Desde entonces, el CASA viene repitiendo esta encuesta todos
los años. La de 2003 muestra significativas diferencias entre dos
grupos de adolescentes, según la frecuencia con que comen en familia:
dos o al menos cinco veces por semana. En el segundo grupo son más los
que dicen no haber probado nunca el tabaco (85%, contra el 65% en el
primer grupo), el alcohol (68% contra 47%) o la marihuana (88% contra
71%). Esos mismos chicos presentan también menos problemas de ansiedad
y tedio, y sacan mejores notas.

A resultados similares han llegado Marla E. Eisenberg y sus
colegas (Universidad de Minnesota), que en 1998-99 reunieron datos de
4.767 adolescentes de distintas zonas. Según este estudio, comer en
familia habitualmente contribuye a prevenir depresiones y suicidios,
especialmente entre las chicas. La influencia negativa de no comer en
familia se mantiene aun entre los chicos que dicen tener "buenas
relaciones" con sus padres, así como una vez descontada la influencia
de la situación matrimonial, el grado de instrucción, la raza y el
nivel socio-económico de los padres. Los autores del estudio aventuran
que "quizás las comidas en familia proporcionan a los padres una
ocasión, formal o informal, de atender al bienestar emocional de sus
hijos adolescentes, las chicas en especial".

De los jóvenes estudiados por los investigadores de Minnesota,
solo una cuarta parte hacía siete o más comidas en familia por semana,
y un tercio, una o dos, o ninguna. Pero hay indicios de mejora: las
encuestas CASA muestran un aumento de la proporción de adolescentes
que comen en familia no menos de cinco veces a la semana: del 47% en
1998 al 61% en 2003.

Una ocasión para hablar

Si las comidas familiares no hicieran más que prevenir el
consumo de drogas en adolescentes, solo por eso valdría la pena
tenerlas. Pero, naturalmente, hacen mucho más que eso. Previenen males
porque antes han cumplido una tarea más fundamental. Como dice
Weinstein, "estas comidas permiten a los hijos comunicarse
regularmente con los padres, y a los padres comunicarse con los hijos.
Nos conectan con nuestras tradiciones religiosas, culturales y
familiares".

Regularidad es lo que ante todo Weinstein tiene en mente
cuando llama "ritual" a la comida familiar. No es algo que hayamos de
reinventar todos los días, algo que nos exija empeño para que sea un
tiempo de convivencia familiar con "calidad"; es algo que
prácticamente cualquiera puede hacer. La comida familiar "saca partido
de necesidades biológicas y sociales básicas. Nos permite realizar
aquello en que consiste ser una familia: cuidamos unos de otros,
compartimos cosas, recorremos juntos el camino de la vida". Esta
intimidad natural es la base sobre la que luego se levanta la
"calidad". "Los investigadores descubren que nuestros más
significativos recuerdos de la infancia no son grandes
acontecimientos, como espectáculos o eventos deportivos, sino más bien
el cariño mutuo, el compartir, el pasar tiempo juntos", dice
Weinstein.

Pero el sentido religioso del "rito" no está fuera de lugar
cuando hablamos de las comidas familiares, como han aprendido tantas
generaciones acostumbradas desde la infancia a bendecir la mesa, y
Weinstein, de tradición judía, no teme traerlo a colación. "Dedicarnos
tiempo, hacer de nuestra mesa lo que una mujer que entrevisté llamaba
'un pequeño lugar santo', constituye un oasis en nuestro ajetreado
mundo", dice. Podríamos ir más allá y decir, con James Stenson en su
web Parent Leadership (http://www.parentleadership.com/), que la
comida familiar es "un tiempo sagrado para compartir, en el que
invocamos la bendición de Dios sobre la familia y nos tratamos con
cordial respeto".

Aprendizaje de virtudes

Stenson hace este comentario a propósito de las buenas manera
en la mesa, asunto que vuelve a ponerse de moda ahora que los padres
criados en los tiempos del "todo vale", en los años sesenta y setenta,
se descubren desprovistos de recursos para preparar a sus hijos para
la vida social.

Una comida que reúne a la familia entera –y que no es
saboteada por la televisión (el 53% de los adolescentes encuestados
para un estudio piloto en Minnesota decían que solían ver la tele
durante las comidas), el teléfono, mensajes de móvil, Internet,
videojuegos o alguien que se levanta de la mesa antes de tiempo para
acudir a una cita– es sin duda el entorno ideal para aprender a
comportarse en la mesa. Desde pequeños, los niños aprenderán del
ejemplo de sus padres e irán adquiriendo el hábito de las buenas
maneras (¡o de las malas!).

Aprenderán, como señala Weinstein, cosas tan elementales como
qué cantidad es razonable ponerse o en qué consiste una comida
equilibrada; a privarse de tomar algo fuera de hora para que todos
tengan apetito al momento de sentarse a la mesa; a hacer pausas para
conversar, y así evitar comer demasiado (nuestro organismo necesita
veinte minutos para tener sensación de saciedad) y también los
melindres. De este modo los niños estarán protegidos contra la
obesidad, y las niñas, en especial, contra la anorexia y otros
trastornos alimentarios.

Comer en familia también enseña a los niños a mantener una
conversación –a escuchar y a contar– y, al parecer, les suministra la
mayor parte de su vocabulario.

Además –y esto es más importante–, las comidas son ocasiones
naturales para asimilar la historia y los valores de la familia, y a
aplicar esos valores en la vida cotidiana y a los problemas y
oportunidades que encontrarán en la sociedad. Muchos de esos valores
pueden hacerse virtudes alrededor de la mesa misma: estar atento a las
necesidades de los demás, levantar el ánimo con una anécdota
divertida, generosidad para dejar a otro la mejor porción de
postre...; o inmediatamente antes y después: cuando los niños ayudan a
preparar la comida y a quitar la mesa y fregar los platos, aprenden a
servir a los demás y también a cuidar de sí mismos.

Una forma fácil de cuidar la familia

Con todo esto y mucho más a su favor, ¿por qué ha decaído la
comida familiar? Actúan, por una parte, fuerzas exteriores, como la
competencia de la comida rápida y las distracciones electrónicas que
tanto se han multiplicado. Por otra parte, hay también factores como
el trabajo de las madres fuera del hogar (el estudio de Minnesota
muestra una correlación entre comidas familiares y madres que solo
trabajan como amas de casa), horarios de trabajo excesivos (sobre todo
entre los padres), niños con demasiadas actividades (entrenamientos,
natación, clases de música...) y madres separadas o solas.

Pero, con excepción de la madre sola (un padre que vive en
alguna parte pero nunca está a la mesa es un obstáculo permanente,
psicológico y también práctico, para la cena familiar), ¿no son, en el
fondo, excusas todas o casi todas las demás razones para no comer en
familia?

En un reciente artículo del "Wall Street Journal"
(29-07-2005), el editor neoyorquino Cameron Stracher indicaba una
razón, que por lo general no se reconoce, del declive de las comidas
en familia: los padres no quieren comer con sus hijos. Decía Stracher:
"Muchos hombres dicen que, si hubieran de escoger entre tiempo y
dinero, optarían por el tiempo; en realidad, escogen el dinero. Al fin
y al cabo, ¿quién quiere habérselas con una niña de seis años presa de
una rabieta porque le han puesto la pasta con salsa verde? Es mucho
más cómodo quedarse en la oficina, encargar la cena, tomar una cerveza
y volver a casa cuando los niños ya están durmiendo. Hay familias en
que padre y madre están en casa pero esperan para cenar hasta que los
niños se hayan ido a la cama. Como me dijo una madre: 'No es divertido
comer con ellos'".

Stracher, por su parte, ha decidido cooperar: ha instaurado
las "cenas con papá", comprometiéndose a cenar con su mujer y sus dos
hijos al menos cinco noches por semana durante un año entero.

Nadie debería restar importancia a las fuerzas que hoy
amenazan la cohesión de la familia y convierten a sus miembros en
compañeros de piso que comen solos y tienen su comunidad en otra
parte. Comer juntos no es todo, cuando se trata de intimidad familiar
y del bienestar de los pequeños; pero sin duda es una parte y, como
Weinstein sugiere, la parte más factible. Añadamos fuerza de voluntad
y la comida familiar recobrará su puesto en el hogar.

(Carolyn Moynihan www.aceprensa.com)
____________________

(1) Miriam Weinstein, "The Surprising Power of Family Meals: How
Eating Together Makes Us Smarter, Stronger, Healthier and Happier",
Steerforth, Hanover (EE.UU.), 2005, 272 págs, 22,95 $.

Una Adolescente en casa

Formar a una jovencita puede ser toda una ciencia. ¿Qué deben saber
los padres para comportarse a la altura de las circunstancias?

"Yo elijo mi ropa, salgo con quien quiero y hablo por teléfono a
puerta cerrada"". Con razón dicen que la adolescencia es una
enfermedad extraña que ataca a los padres. Mal asumida, saca más
lágrimas que un dolor de muelas.

La adolescencia es el correlato mental de la pubertad. Así como se
producen cambios en el cuerpo, a esta edad a las mujeres se les
desarma el puzzle racional. A los 13 años comienzan un período de
crisis, inconformismo, transición:

No son niñitas, pero tampoco mujeres.

A veces les gusta su cuerpo, a veces lo odian.

De pronto son muy generosas, pero al rato se pueden comer medio kilo
de jamón y toda la bebida reservada para el almuerzo familiar, sin la
menor consideración.

El domingo les encanta irse a estar con los papás, pero el resto del
tiempo no aceptan cariñitos o consejos. En resumen, es una época de
conductas erráticas.

Sin embargo, hay una cosa clara: quieren separarse de la mamá y
generalmente con bastante agresión. Para que nadie se asuste: "Eso es
lo normal", señala la psiquiatra Mónica Bruzzoni. Agrega: "Si a esta
edad las adolescentes se atreven a ser agresivas con su mamá es
precisamente porque confían en el vínculo. Es decir, la niñita no se
soporta a sí misma, pero está segura de que la mamá la va a querer
aunque sea insoportable".

Por otra parte, el malhumor y la intolerancia típica de las
adolescentes es como un llamado de auxilio: presienten el giro que
viene en sus vidas y necesitan a su lado a alguien fuerte que "les
pare el carro". No una mamá represiva, que no comprende, sino una mamá
segura, que ponga límites claros.

"Sin límites el adolescente se siente abandonado", afirma la psicóloga
Cecilia Araya. Por esta razón, reitera, el joven suele reaccionar
molesto ante los cuidados, recomendaciones y prohibiciones, pero en el
fondo se siente protegido y le gusta. "Lo peor que le puede pasar a
una jovencita es que sus papás le tengan miedo, porque así no la van a
poder cuidar" .

¡NO SÉ COMO TRATARLA!

Es frecuente encontrarse con mamás de adolescentes que confiesan: "¡No
sé qué hacer con ella! ¡No hace caso y está cada vez más alejada!". Y
entonces es hora de entender el proceso que viven sus hijas, ser
realistas para comentar con el marido los cambios -sin cubrir la
espalda de las hijas "para que no las castiguen"- y armarse de
paciencia y fortaleza.

Lo primero que hay que asumir es que el proceso de cambio en las
niñitas es muchísimo más fuerte que en los hombres porque comienza
antes y las encuentra más frágiles. A medida que crecen, ellas sienten
un gran vacío interior. Ya no se entretienen con lo que hacían antes,
pero todavía no saben cómo hacer algo nuevo.

Entonces comienzan a inventar panoramas, a identificarse con el grupo
en vestimenta, pelo, zapatos y toda clase de gustos. Quieren ser todas
iguales.

Lo segundo, es que dependiendo del grupo de amigas y de sus gustos,
pueden surgir discusiones con su familia. Esto hay que aceptarlo como
parte del proceso, ceder con inteligencia en lo que se puede y ojalá
mantener contacto con las mamás de las otras amigas para ponerse de
acuerdo y evitar el famoso "¿Y cómo a la fulanita la dejan y yo no
puedo ir?". Pero también, mucho cuidado con las malas amigas: son las
que llevan al engaño o la mentira.

Hay que cortar a tiempo lo que luego termina en problema de mayores
proporciones. Sobre todo, porque algunas niñas manifiestan gran
independencia, pero irreflexiva. No se saben cuidar ni tienen
conciencia del peligro. Por ejemplo, se suben en automóvil sin saber
con quién, o dicen que van a alojar en casa de una amiga, cuando en
realidad van donde otra.

En tercer lugar, los padres y especialmente la mamá que está más
tiempo con ella, deben reforzar su sentido de autoridad y aprender a
poner normas muy claras aunque arda Troya. "La mamá debe mantener la
calma y tranquilidad y no enganchar en las mil maquinaciones", afirma
Cecilia Araya.

Frente a un "te odio", "ojalá te mueras", "eres una pesada, una falsa"
y otras afirmaciones del estilo más vale una respuesta: "Lo siento, es
una pena que te enojes, pero lo que más me importa eres tú".

JERARQUIZAR LOS «NO»

Cuando se consulta a mujeres maduras por los recuerdos de su
adolescencia, suelen responder: "Lo peor, las peleas con mi mamá". Y
es que, dada la hipersensibilidad de la hija, si la mamá no lleva el
sartén por el mango, el conflicto es seguro.

Lo central es mantener la vía de comunicación abierta: evitar los
"enojos silenciosos" de la hija y los gritos maternos. Para lograrlo
es la clave disminuir los frentes de conflicto: es decir, no pelear
por todo. Por el contrario, hay que jerarquizar. Si una mamá pretende
que su hija se peine "ordenadita", no rompa los jeans, le vaya bien en
el colegio, sea sincera y cuente todo, y no vea la teleserie..., y
además, pone todas estas exigencias, sin jerarquizarlas, en un mismo
saco, ciertamente hará de la convivencia una guerra y ¡perderá!
Conclusión: hay que ceder en lo accesorio, por ejemplo en la ropa y el
pelo, y exigir en lo fundamental, la sinceridad.

De acuerdo a las especialistas entrevistadas, lo más importante y que
debería exigirse a ultranza es:

- Respetar a la familia. Eso incluye horarios de llegada y salida, y
buenos modales ante la autoridad de los padres.

- Decir la verdad. La hija debe saber que cuenta con la confianza de
sus padres y que es mejor reconocer un error o contar algún mal
comportamiento, antes que mentir.

- Estudiar bien. Esto no significa reaccionar como león rugiente si la
niñita baja las notas, porque le produciría gran rebeldía, sino
estimularla para que sienta que hay horizontes amplios que la esperan.

SER CONSECUENTES

Los adolescentes, además de sentimentales, son muy críticos. Una vez
que aceptan las normas que sus papás les indican, exigen coherencia.
Por esto, ellos deben hacer un esfuerzo especial para vivir este valor
hasta el final. Por ejemplo, si han advertido a la hija sobre los
peligros de subir a cualquier automóvil o de conversar con un extraño,
no pueden utilizar radiotaxi como sistema para que la hija vuelva de
una fiesta. Eso produce un rechazo terminante. Vivir la consecuencia
de lo que se predica puede ser heroico para los padres, pero es la
única forma de lograr respeto y obediencia de los hijos.

A veces los padres sienten que los adolescentes utilizan la casa como
pensión. "Pero la verdad es que ellos necesitan de la familia más que
nunca para cargar pilas -dice Mónica Bruzzoni-, en la casa comen,
duermen y pelean. Todo lo bueno lo viven afuera. Sin embargo, la
familia es su pista de aterrizaje, donde cargan bencina y se limpian
para seguir el vuelo".

PARA LA MAMÁ:

· Acepte la diferencia entre usted y su hija. Ella no está viviendo la
misma etapa que usted vivió. Es otra persona con otra historia. No
intente calzar el molde.

· Aprenda a aceptar que la mamá ya no es lo más importante en la vida
de la niña. Esto es doloroso, pero se acepta mejor si tiene una buena
relación conyugal. Los maridos saben ver las situaciones de modo más
racional y, por último, la sabrá consolar. Le recordará la reacción de
la suegra cuando él apareció en su vida.

· No espere que todo lo bueno de la vida venga de sus hijos: no gire
en torno a ellos, gratifíquese con un buen matrimonio, y ellos
crecerán y solos se acercarán nuevamente, pero crecidos, a ustedes.

· No llore o se deprima por cada cosa que le digan. Si lo hace, su
hija no se atreverá a decir lo que de verdad siente o piensa y se
alejará cada vez más.

· Su hija necesita diferenciarse de usted, pero tiene miedo de
hacerlo, por eso es agresiva. No le tenga miedo, sepa decirle que no
porque a la larga se lo agradecerá.

PUNTOS DE FRICCIÓN

Este es un listado de motivos por los que la mayoría de los padres
pelean con sus hijas adolescentes. La verdad es que habría que evitar
la discusión y aprovecharse de estos nuevos intereses para conversar y
explicar puntos de vista.

· Televisión. Las teleseries están hechas para captar la atención de
la gente joven y por eso sus protagonistas son adolescentes. Si su
hija insiste en seguir alguna telenovela, dése el tiempo para estar
con ella a esa hora y comentar los respectivos capítulos. Pero ojalá
ni ella ni usted queden embarcadas en la teleserie.

· Teléfono. Las niñitas se cuelgan horas a hablar porque les cuesta el
contacto cara a cara y necesitan intercambiar sueños y nuevos
sentimientos. Es la época en que empiezan las amigas íntimas. Pero
como el teléfono es un bien compartido, da excelente resultado el
"indicador" que alguien está llamando. Convenza a su hija de la
posibilidad que se pueda tratar de una emergencia.

· Ropa. Valorar el pudor, pero no discutir por extravagancias pasajeras.

· Horarios. Aquí hay que ser claros y firmes. No decir "tarde" o
"temprano", sino fijar una hora precisa y exigir cumplimiento.

· Permisos para dormir afuera. Sólo podrían aceptarse cuando los
padres conocen la familia donde va a alojar la hija.

· Fiestas. El ideal es irlas a buscar, acompañarlas en el comentario
"fresquito" de lo que pasó.

· Comida. A está edad comienzan los trastornos de alimentación. Para
prevenir, la mamá debe darle importancia a las dietas que haga su hija
y entender que a ella le importa estar bien, pero saber también qué es
la anorexia y cómo se detecta.

(in Encuentra.com)

Invertir en futuro

Un hombre estaba perdido en el desierto. Parecía condenado a morir de sed. Por suerte, llegó a una vieja cabaña destartalada, sin techo ni ventanas. Merodeó un poco alrededor hasta que encontró una pequeña sombra donde pudo acomodarse y protegerse un poco del sol. Mirando mejor, distinguió en el interior de la cabaña una antigua bomba de agua, bastante oxidada. Se arrastró hasta ella, agarró la manivela y comenzó a bombear, a bombear con todas sus fuerzas, pero de allí no salía nada. Desilusionado, se recostó contra la pared sumido en una profunda tristeza. Entonces notó que a su lado había una botella. Limpió el polvo que la cubría, y pudo leer un mensaje escrito sobre ella: "Utilice toda el agua que contiene esta botella para cebar la bomba del pozo. Después, haga el favor de llenarla de nuevo antes de marchar".

El hombre desenroscó la tapa, y vio que efectivamente estaba llena de agua. ¡Llena de agua! De pronto, se encontró ante un terrible dilema: si se bebía aquella botella, calmaría su sed por un pequeño tiempo, pero si la utilizaba para cebar esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca del fondo del pozo, y podría tomar toda la que quisiera, y llenar sus cantimploras vacías, pero tal vez no, tal vez la bomba no funcionara y desperdiciaría tontamente todo el contenido de la botella, teniendo tanta sed. ¿Qué debía hacer? ¿Debía apostar por aquellas instrucciones poco fiables, escritas no se sabe cuánto tiempo atrás?

Al final, se armó de valor y vació toda la botella en la bomba, agarró de nuevo la manivela y comenzó a bombear. La vieja maquinaria rechinaba pesadamente. El tiempo pasaba y nuestro hombre estaba cada vez más nervioso. La bomba continuaba con sus chirridos secos, hasta que de pronto surgió un hilillo de agua, que enseguida se hizo un poco mayor, y finalmente se convirtió en un gran chorro de agua fresca y cristalina. Bebió ansiosamente, llenó sus cantimploras y al final llenó también la botella para el próximo viajante. Tomó la pequeña nota y añadió: "Créame que funciona, eche toda el agua".

Esta sencilla historia nos recuerda una realidad constantemente presente en la vida de toda persona: cualquier logro supone casi siempre aplazar una posible gratificación presente y correr el riesgo de que ese sacrificio resulte improductivo. Y aunque es cierto que buena parte de nuestros esfuerzos son improductivos, o al menos lo parecen, es igual de cierto que cuando tendemos a contentarnos con satisfacciones a corto plazo y no invertimos en objetivos mejores a un plazo más largo, es fácil entonces que nos deslicemos por la pendiente de la mediocridad o del conformismo. Cada día se nos presentan oportunidades que nos pueden ayudar a ser mejores personas, o que nos abren puertas que nos conducen a situaciones mejores. Y si no apuestas, si no inviertes en el futuro, es seguro que al final habrás perdido. Porque hay trenes que se pierden y luego vuelven a pasar, pero otros no.

Todos debemos sacrificar cosas de un orden inferior para lograr otras que son de orden superior. No podemos acostumbrarnos a rehuir esos desafíos. Hay gente a la que le resulta difícil pensar en el después, que está acostumbrada a dejar las cosas para más adelante, y eso hace que su vida sea una vida desorganizada, de constantes dejaciones y atropellos, una vida de la que apenas se tiene control y que al final no conduce al puerto deseado.

Las personas que procuran acometer cuanto antes el deber costoso se sienten psicológicamente más despejadas, y quienes tienden a retrasarlo se sienten más decepcionadas y frustradas. Empezar, de entre las tareas pendientes, por la que a uno más le cuesta, suele ser un modo de proceder que aligera la mente, aumenta la eficacia de nuestros esfuerzos y mejora nuestra calidad de vida. Quienes siempre encuentran motivos para demorar lo que les cuesta, son personas que viven tortuosas esclavitudes, por mucho que lo decoren con apariencias de feliz espontaneidad o de bohemio abandono.
 
 
 
 
Alfonso Aguiló

El dolor de los demás

Cuentan los biógrafos de Buda que en cierta ocasión una madre acudió a él llevando en sus brazos a un niño muerto. Era viuda, y ese niño era su único hijo, que constituía todo su amor y su atención. La mujer era ya mayor, de modo que nunca podría tener otro hijo. Oyendo sus gritos, la gente pensaba que se había vuelto loca por el dolor, y que por eso pedía lo imposible.

Pero en cambio Buda pensó que, si no podía resucitar al niño, podía al menos mitigar el dolor de aquella madre ayudándole a entender. Por eso le dijo que, para curar a su hijo, necesitaba unas semillas de mostaza, pero unas semillas muy especiales, unas semillas que se hubieran recogido en una casa en la que en los tres últimos años no se hubiese pasado algún gran dolor o sufrido la muerte de un familiar. La mujer, al ver crecida así su esperanza, corrió a la ciudad buscando de casa en casa esas milagrosas semillas. Llamó a muchas puertas. Y en unas había muerto un padre o un hermano; en otras alguien se había vuelto loco; en las de más allá había un viejo paralítico o un muchacho enfermo. Llegó la noche y la pobre mujer volvió con las manos vacías pero con paz en el corazón. Había descubierto que el dolor era algo que compartía con todos los humanos.

No se trata de que, ante la desgracia, recurramos al viejo dicho de ?mal de muchos consuelo de tontos?, sino de aceptar con sencillez que el hombre, todo hombre, sea cual sea su situación, está como atravesado por el dolor. Se trata de comprender que se puede y se debe ser feliz a pesar de esa presencia constante del dolor, pues es imposible vivir sin él, pues es una herencia que hemos recibido todos los hombres sin excepción.

Lo que esta anécdota nos enseña es que peor que el dolor mismo es el engaño de pensar que somos nosotros los únicos que sufrimos, o los que más sufrimos. Lo peor es que el dolor nos convierta en personas egoístas, en personas que sólo tienen ojos para mirar hacia los propios sufrimientos. Percibir con más hondura el dolor de los demás nos permite medir y situar mejor el nuestro.

No es fácil dar respuesta al misterio del dolor. Es verdad que hay algunas explicaciones que nos hacen vislumbrar su sentido, aunque siempre se nos antojan insuficientes ante la tragedia del mal en el mundo, ante el sufrimiento de los inocentes o el triunfo ?al menos aparente? de quienes hacen el mal. Es un tema de reflexión de suma importancia, un enigma en el que a mi modo de ver sólo desde una perspectiva cristiana se avanza realmente hacia la entraña del problema, pero ha de ser ésta una reflexión que no nos distraiga de la batalla diaria por percibir y enjugar el dolor de los demás, por disminuirlo, por tratar de hacer de él algo que nos enseñe, que nos haga más fuertes, que no nos destruya.

Me refiero a la batalla contra la desesperanza, contra ese estado anímico que lacera el alma de tantas personas que no encuentran sentido a lo que sucede en sus vidas, que les hace arrastrar los pies del alma, caminar por la vida con el fatalismo sobrecogedor con que un pez recorre los bordes de su pecera. El dolor propio es quizá la mejor advertencia para reparar en el dolor de los demás, manifestarles nuestro afecto y nuestra cercanía, y hacer así más humano el mundo en que vivimos.
 
 
 
Alfonso Aguiló

Las sombras y los miedos

Es muy interesante la historia de Bucéfalo, aquel caballo que solo Alejandro Magno era capaz de montar. Todos los que lo intentaban eran incapaces de mantenerse a su grupa más allá de unos pocos segundos. El animal caracoleaba, se encabritaba, y enseguida daba en el suelo con todos sus jinetes. Alejandro supo observarlo con atención y enseguida descubrió el secreto de aquel indómito corcel. Entonces se acercó, agarró las riendas y lo puso frente al sol. Lo acarició, soltó su manto, y de un salto montó sobre él y lo espoleó con energía. Controló los corcoveos, sin dejarle apartarse de la dirección del sol, hasta que el animal se calmó y siguió su marcha a paso lento y tranquilo. Sonaron los aplausos, y dicen los historiadores que al verlo Filipo, su padre, vaticinó que el reino de Macedonia que él poseía se quedaría pequeño para la gloria a la que estaba llamado su hijo.

¿Cuál era aquel secreto que sólo Alejandro supo descubrir? Se dio cuenta de que aquel animal se asustaba de su propia sombra. Bastaba con no dejarle verla, con enfilar sus ojos hacia el sol para que aquel atormentado caballo se olvidase de sus miedos.

El mundo está lleno de personas a las que pasa quizá algo parecido. Personas en apariencia normales y desenvueltas, pero que esconden en su interior toda una serie de miedos y complejos que les encadenan a fracasos y malas experiencias que han sufrido. Muchas de sus energías están paralizadas por esa valoración negativa que tienen de sí mismas. Son rehenes de su propio pasado, hombres o mujeres cuyos temores les impiden enfilar decididamente el futuro, les frenan para llegar a ser lo que están llamados a ser.

Nunca me ha gustado la ingenuidad y la vehemencia con que algunos hablan de la autoestima. Pero sí estoy de acuerdo en que se trata de un problema creciente en nuestros días. Educarse a uno mismo es algo parecido a educar a otro. Para educar a otro hay que exigirle (si no, saldrá un mimado insufrible), pero también hay que tratarle con afecto, hay que verle con buenos ojos. De la misma manera, para educarse a uno mismo también hay que exigirse, pero a la vez hay que tratarse a uno mismo con afecto, y verse con buenos ojos. Sin embargo, hay demasiada gente que se maltrata a sí misma, que se recrimina áspera y reiteradamente sus propios errores, que se juzga a sí misma con demasiada dureza y se considera incapaz de superar sus errores y defectos.

Es verdad que los que no recuerdan sus fracasos del pasado están abocados a repetirlos. Pero hay que saber hacerlo con equilibrio y sensatez. Porque el fracaso puede tener un valor fructífero, igual que puede haber éxitos estériles. Un fracaso fructífero es el que conduce a nuevas percepciones e ideas que aumentan la experiencia y el saber. Es muy famosa aquella anécdota de Thomas Watson, el legendario fundador de IBM, que llamó a su despacho a un ejecutivo de la empresa que acababa de perder diez millones de dólares en una arriesgada operación. El joven estaba muy asustado y pensaba que iba a ser despedido de modo fulminante. Sin embargo, Watson le dijo: "Acabamos de gastar diez millones de dólares en su formación, espero que sepa usted aprovecharlos".

No se puede vivir obsesionado por las sombras y asustándose de ellas. Fracasos tenemos todos, todos los días. Lo malo es cuando uno considera que el potro de su vida es imposible de dominar, cuando arroja la toalla en vez de fijarse en cuáles son las verdaderas causas de sus cansancios e inhibiciones. Si examinamos las cosas con cuidado, quizá concluyamos que, como Alejandro, hemos de tomar las riendas con decisión y mantener la mirada de cara hacia el ideal que alumbra nuestra vida.
 
 
Alfonso Aguiló

Feminismo y familia

 

¿Realmente destruye el feminismo la familia? Existe pues una promoción de la mujer que es absolutamente razonable y conveniente. Por Jutta Burggraf

Por Jutta Burgraf

Hace poco, leía un artículo en que, con gran profusión de palabras, se pretendía explicar, por qué el feminismo destruye la familia. Quedé un poco sorprendida y comencé a pensar en ello. ¿Realmente destruye el feminismo la familia? Sin querer, recordé un suceso que me ocurrió hace algún tiempo en Sudamérica. En Santiago de Chile, me habían dicho que una persona, conocida como una enérgica feminista, quería discutir conmigo acerca del tema de la mujer. Se trataba de la fundadora y rectora de una universidad privada. Habíamos concertado una cita. Me preparé para una intensa discusión y, luego de unos días, acudí al encuentro con un cierto ánimo de ir a la ofensiva. Cuando entré al Rectorado, me sorprendió ver que en la muralla colgaba una imagen grande de la Virgen. La rectora era una señora muy amable y bien arreglada. "Yo trabajo, con todas mis fuerzas, para que las mujeres puedan estudiar y obtengan puestos de trabajo", me dijo. "Sueño con un sueldo para las dueñas de casa y con la supresión de la pornografía. Me llaman feminista, porque devuelvo todas las cartas que recibo, dirigidas al Rector; porque esta Universidad no tiene un rector, sino una Rectora". Y, entonces, señaló, sonriendo: "Y no tengo nada contra los hombres. Estoy casada hace mucho tiempo y quiero a mi marido más que hace treinta años".

Es evidente que un feminismo así no destruye la familia. Pienso, incluso que es extremadamente favorable para la comunión de los esposos y para la familia misma, ya que devuelve a la mujer la dignidad que, en ciertas épocas y culturas, y parcialmente en la actualidad, le ha sido y le es negada. Sí, esto ocurre también hoy, no es ideología, ni exageración. No necesitamos pensar en las mujeres cubiertas por un velo, como en Arabia Saudita, ni al pueblo africano de los Lyélas, que consideran a las mujeres como la parte más importante de la herencia. Por ejemplo, una de las fórmulas con que un hombre constituye a su hijo mayor como su heredero dice: "Te entrego mi tierra y mis mujeres" [1]. No podemos tampoco juzgar con altanería el rapto de las novias de la aguerrida Esparta [2] , ni lamentarnos de la llamada oscura Edad Media, que, por cierto, no fue una época tan hostil para la mujer [3]. Como se ha dicho, no necesitamos ir tan lejos. Basta mirar a Europa ¿Se respeta a la mujer en la sociedad, en las familias? También hoy día se la considera, en innumerables avisos publicitarios, en el cine, en revistas del corazón y en conversaciones de sobremesa, como un ser no muy capaz intelectualmente, como un elemento de decoración y de exhibición, como mero objeto de deseo masculino.

Su dedicación a su casa y su familia no es ni se valora, ni se apoya como se debía. ¿No ocurre con cierta frecuencia que un hijo, sólo porque es varón, después de un suculento almuerzo dominical, se siente frente al televisor junto a su padre, mientras las hijas "desaparecen", junto con su madre en dirección a la cocina? ¿O que una joven madre, que trabaja fuera de la casa, se las tenga que arreglar sola con las labores domésticas y más encima sea enjuiciada, pues no se preocuparía lo suficiente de su marido -que trabaja a tiempo parcial- y de sus hijos y que además sea criticada por no tener la casa limpia? ¡Cuántas mujeres casadas, que carecen de ingresos propios deben mendigar de sus maridos un poco de dinero y no tienen acceso a la cuenta bancaria, ni participación en las decisiones pecuniarias de la propia familia! Concedo que estas cuestiones pueden ser superficiales; sin embargo, demuestran cuánta -o cuán poca- comprensión y cariño reciben las mujeres, a menudo, en una situación difícil.

Existe pues una promoción de la mujer que es absolutamente razonable y conveniente. Su finalidad consiste en que los derechos humanos no sólo sean derechos de los varones, sino que ambos, tanto el hombre, como la mujer, sean aceptados en su ser-persona. También se esfuerza por considerar a cada ser humano en su propia individualidad, sin colocar ningún cliché a nadie. Y esto es válido en todo sentido. Hoy en día nadie duda que la mujer pueda dominar la técnica más complicada. Pero ello no significa que todas las mujeres deban ser técnicas y que gocen con las computadoras. Según un nuevo dogma: "La mujer emancipada es gerente de empresa, arquitecto o empleada en una oficina; de todas maneras, trabaja fuera de la casa". Sin embargo, si la emancipación es entendida como un proceso de madurez conseguido, ¿por qué la mujer "emancipada" no puede ser madre de una familia numerosa? Cuando una mujer prefiere preparar un pastel, tejer chalecos, jugar con los niños y procura hacer de su casa un hogar agradable, no quiere decir que ella se haya resignado a asumir el rol que se le asignó en el s. XIX. Significa simplemente que, para ella, estas actividades son más importantes que para quienes la critican. En principio, no se trata de lo que una persona hace, sino de cómo lo hace.

Ni el trabajo fuera de la casa, ni la familia son, en sí, soluciones a problemas personales o sociales; ambos conllevan ventajas y riesgos. Así, es posible que una mujer profesional, debido a la creciente especialización de su trabajo, se le vaya empequeñeciendo su campo de acción, mientras que una dueña de casa, al tener que enfrentarse a los más diversos trabajos, adquiera una visión más amplia. En su vida profesional, la mujer está expuesta a los mismos riesgos que el hombre -deseo desmedido de hacer carrera, afán exclusivo de poder...-, incluso más que él, pues le pone a prueba y enjuicia más duramente.

No quiero, de ninguna manera proponer que la mujer debe volver a ocuparse exclusivamente de las tareas del hogar. Pienso solamente que se debe dar, a cada mujer, la posibilidad de decidir libremente lo que ella considera como bueno, sin iniciar permanentemente nuevas polémicas.

Se ha discutido mucho acerca de si las mujeres son diferentes a los hombres y en qué lo son. Primero, hay que considerar que cada ser humano es distinto de los otros. Cada uno debe tener la oportunidad de desarrollarse libremente, de ser feliz y de hacer feliz a los demás -por diferentes caminos, da lo mismo en qué estado o profesión-. Desde una perspectiva histórica y social, algunas veces, a las mujeres esto les ha sido más difícil que a los hombres. Es por ello, que se les debe ayudar más a vivir de acuerdo con su convicción personal. Esta es la finalidad de un feminismo que podemos denominar "auténtico", "razonable" o "libertario".

Rosas desde la eternidad


 

Esa fecha
solía ser muy importante: el día del aniversario
de bodas. Sin embargo, sería la primera vez que
no lo celebrarían juntos. Carlos había apenas
fallecido, consumido por el cáncer.
Todos los años él enviaba a Ana un ramo de
rosas, con una tarjeta que decía: «Te amo más
que el año pasado. Mi amor crecerá más cada
año». Pero éste sería el primero que no las
recibiría. De pronto llamaron a su puerta, y
para su sorpresa, al abrir estaba un ramo de
rosas frente a ella, con una tarjeta que decía
«Te Amo».
Ana se molestó pensando que había sido una broma
de mal gusto. Habló a la florería para reclamar
el hecho, y al contestarle, le atendió la dueña.
Ella le dijo que ya sabía que su esposo había
fallecido, y le preguntó si había leído el
interior de la tarjeta. Le explicó que esas
rosas estaban pagadas por su esposo por
adelantado, así como todas las demás por el
resto de su vida.
Al colgar el teléfono a Ana se le llenaron sus
ojos de lágrimas. Abrió el sobre: «Hola mi amor,
sé que ha sido un año difícil para ti, espero te
puedas reponer pronto, pero quería decirte, que
te amaré por el resto de los tiempos y que
volveremos a estar juntos otra vez. Se te
enviarán rosas todos los años en nuestro
aniversario; el día que no contesten a la
puerta, harán cinco intentos en el día, y si aún
no contestas, estarán seguros de llevarlas a
donde tú estés, que será junto a mí. Te ama para
siempre, Carlos, tu esposo».

Es verdad. El amor o es para siempre o
simplemente cae por su propio peso. O tiene
sabor de eternidad o es desabrido, agrio y
tristemente amargo, se pierde con el tiempo, se
transforma en recuerdo color ceniza. Así lo dice
un gran escritor: «El amor no es una aventura.
Posee el sabor de toda la persona. No puede
durar sólo un instante. La eternidad del hombre
lo compenetra».
En este sentido, ¿cómo no hablar del matrimonio?
¿Cómo no hablar de la belleza siempre antigua y
siempre nueva de amarse para siempre? Cuando una
mujer y un hombre se aman, con entrega, con
sacrificio, con fidelidad duradera -y nótese que
digo hombre y mujer- el amor se convierte en
gemelo de la eternidad. El matrimonio es la
entrega plena del amor humano y el verdadero
amor sólo existe en la continuidad necesaria. La
pasión, el instinto quema los resortes
rápidamente; los reduce a escorias y no deja
sino cenizas en las manos.

No sé qué piensan ustedes. Yo me sorprendo que
muchos de los jóvenes que se preparan para dar
ese paso decisivo en sus vidas, confíen poco en
el amor. Se quieren casar, pero no se dan cuenta
que lo que fundamenta su relación es
precisamente la duración sin límites del amor.
Se casan, pero dejando una puerta abierta, como
para salir corriendo si no resulta. ¿Acaso se
duda de la capacidad del hombre de amar para
siempre? La historia de Carlos y Ana, al menos,
demuestra que sí existe.

Así es el amor verdadero: eterno. Capaz de amar
más allá de la muerte. Capaz de vencer todos los
obstáculos, incluso el tiempo. Capaz de mandar
rosas desde la eternidad.
 
 
Juan Carlos Mari

Alegria

La mar de sencillo       

Si se observa cualquier reunión humana, es muy típico detectar que siempre hay una personalidad más relevante que las demás, alrededor de la cuál se centra la atención. En los grupos juveniles o infantiles la atención la suele acaparar no el más sabio, ni el más inteligente, sino la personalidad que más alegría irradia. El rostro sinceramente alegre parece que produce un efecto imán en los jóvenes y en los niños. ¿Por qué? El niño se expresa como es, y manifiesta su tendencia natural a buscar la alegría, la bondad y el amor. El ser humano es un ser para el amor y el amor refleja en diferentes tonos como los colores de un prisma cuando la luz blanca lo atraviesa. La alegría es uno de los reflejos del amor genuino. Algo más del amor        Si la alegría produce tal efecto de liderazgo ¿Por qué no se promueve más en los cursos de capacitación profesional? Está comprobado que vende más el dependiente que con mayor amabilidad y alegría trata a sus clientes, además esta persona suele tener más éxito en sus relaciones humanas y posiblemente menos problemas en su vida familiar. Si con una receta tan sencilla se puede simplificar de tal manera la vida ¿Por qué es tan difícil conquistar la alegría? "No es oro todo lo que reluce" La alegría genuina se caracteriza por tres rasgos: proviene del interior, ilumina, y es sencilla. En el interior del ser humano es donde se enfrenta la vida y se eligen las actitudes. Una vida llena de sentido es la que contesta cada mañana a la pregunta ¿Vale la pena el día de hoy?, con "SI" entusiasta, porque responde pensando en un… alguien. El sentido de la vida se descubre cuando se ve el rostro feliz de aquel a quien se ama. Por ello la alegría proviene del interior, de la decisión personal de donarse a alguien. Y todos los que alguna vez han hecho la prueba, tiene que aceptar que el resultado es positivo. "Hay más alegría en dar que en recibir" ...

y vida interior       

La alegría genuina ilumina el espacio humano que toca. La persona que la vive, irradia a su alrededor una forma nueva de ver los acontecimientos. La realidad no cambia, pero si los ojos con que se la ven. Hace seis años tuve la ocasión de conocer a una adolescente de 14 años a quien detectaron leucemia. En una carta que me escribía desde Estados Unidos donde fue internada, decía "El hospital es un lugar muy bonito, todas las paredes son blancas. Todo está muy limpio y es moderno. La habitación es preciosa, llena de luz y desde la cama veo las nubes. Las enfermeras son todas buenas y amables conmigo. He tenido mucha suerte con los médicos porque me lo paso muy bien con ellos. En la planta donde estoy hay muchos niños, y a veces podemos hablar, y es muy entretenido…" El resto del tono de la carta era semejante, pero ¿Desde cuando un hospital es un lugar muy bonito? ¿Cómo es posible que le hiciera ilusión solamente ver pasar las nubes? ¿Por qué todo el mundo era maravilloso para ella? Volví a leer, unos años más tarde, aquellas líneas, cuando Alejandra, que así se llamaba, ya había fallecido, y aprendí entonces que quien era maravillosa era ella, porque aunque murió pronto, aprendió la lección fundamental de la vida: vivió hacia fuera, olvidada de sí, e irradió por donde pasó la alegría que la envolvía.

Alegría y apariencias       

La tristeza, el negativismo y el egoísmo crean ambientes oscuros. La alegría agranda el espacio e invita a aventurarse en la esperanza. La alegría como la luz, no hace ruido, pero en su silencio transforma la realidad. Por último, la alegría viene siempre de la mano de la sencillez. Nada de montajes artificiales, de simular posturas para aparecer más de lo que uno es, ni de complicar las situaciones con novedades excéntricas. El espíritu alegre lo es porque se conoce tal cual es, se acepta y no se compara con los demás. Su felicidad no proviene del tener más o menos, sino de una decisión de querer "ser", y valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como la de amar más y amar mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor descubre que la vida es muy sencilla. Las fiestas de Navidad tradicionalmente se han venido identificando con días de alegría, de paz y de amor. Pero últimamente se encuentra mucha alegría sucedánea, y pocas sonrisas sinceras. Alegría ¿Dónde estás?

Por extraño que parezca        

El anhelo por alcanzar la alegría sigue escrito en el corazón del hombre con signos indelebles, pero se nos invita a buscarla donde el corazón no la puede encontrar: en el ambiente exterior, como si el cúmulo de luces o de adornos, pudieran cambiar el estado interior del alma; en la acumulación de objetos materiales, en licores, en placeres de un momento… Quien cae en esas redes, cuando cree haberla conquistado, abre las manos y sólo encuentra en ellas lágrimas de su vacío interior, y una tristeza amarga, que se ocultará a los ojos ajenos, con una escandalosa carcajada para fingir satisfacción. La alegría es posible, y está alcance de todos, pero recordemos, la alegría genuina viene del interior, ilumina serenamente y se acompaña de la sencillez. Khalil Gibran escribió en un poema: "Hay quienes dan con alegría, y esa alegría es su premio" ¿Por qué no ganarlo todos los días?  Enviar amigo

Nieves García