Claridad en las expectativas recíprocas

A partir del conocimiento

Muchas relaciones personales se deterioran seriamente por algo
tan simple como no haber hablado las cosas en su momento con
normalidad, por falta de claridad en las expectativas recíprocas.
Quizá a veces nos enfadamos porque no se ha hecho lo que habíamos
pedido o deseado, y el problema es simplemente que no se había
entendido lo que queríamos. O resulta que molestamos a alguien sin
querer, y el problema se reduce a que no sabíamos que con nuestra
actitud o nuestra conducta estábamos perjudicando o molestando a esa
persona.

Por eso es preciso actuar con la necesaria naturalidad y
sencillez, de modo que logremos crear a nuestro alrededor un clima de
confianza en el que sea fácil saber qué es lo que cada uno espera de
los demás.

Otro ejemplo. A lo mejor un día nos sorprendemos de que
tenemos pocos amigos. Es algo que sucede a bastante gente en algún
momento de su vida: advierten que su círculo de relación es corto, que
hay poca gente que cuente con ellos de modo habitual.

Si eso nos sucede, es preciso recordar que tener verdaderos
amigos siempre supone esfuerzo y constancia. Aunque, como es lógico,
depende mucho de la forma de ser de cada uno, siempre es preciso
vencer inercias, superar pasividades y arrinconar timideces (por
cierto que es sorprendente el elevado porcentaje de personas que se
consideran tímidas: en nuestro país, del orden del 40% según algunas
estadísticas).

¿Y no es un poco antinatural eso de esforzarse para tener
amigos, cuando la amistad debe entenderse como algo relajado y
natural? La amistad debe ser, efectivamente, algo relajado, natural y
gratificante. Sin embargo, la amistad, como tantas otras cosas en la
vida que también son naturales y gratificantes, exige, para llegar a
ella, superar un cierto umbral de pereza personal, y por eso muchos se
quedan encallados en ese obstáculo. El tirón de la pereza puede
llevarnos a una vida de considerable aislamiento o pasividad, y eso
aunque sepamos bien que superándola nos iría mucho mejor y
disfrutaríamos mucho más.

Reconociendo las propias deficiencias claramente mejorables

De todas formas, tienes razón en que a veces la causa de las pocas
amistades está en algo más de fondo, y hemos de pensar si no vivimos
bajo una cierta capa de egoísmo, si no hay una buena dosis de
encerramiento en nuestros propios intereses, de refugio en una
perezosa soledad.

Quizá tenemos un carácter difícil (o al menos manifiestamente
mejorable) y somos de trato poco cordial, o hablamos sólo de lo que
nos gusta, o vamos sólo a lo que nos gusta, o nunca nos acordamos de
felicitar a nadie en su cumpleaños o en Navidad, ni nos interesamos
por su salud o la de su familia, ni hacemos casi nada por estar cerca
de ellos en los momentos difíciles.

O quizá ponemos poco interés en todo lo que no nos reporte un
claro interés —valga la redundancia—, y aunque efectivamente tengamos
una conversación paciente y educada, ponemos en esos casos un interés
—exagerando un poco— similar al que se pone al hablarle a un canario
en su jaula.

O quizá manifestamos habitualmente una actitud rígida o
imperativa, que genera rechazo; o tendemos hacia una beligerancia
dialéctica que nos lleva a buscar siempre quedar victoriosos en
cualquier conversación, como si fuera una batalla, y encima queriendo
dejar claro que hemos ganado; o escuchamos poco y hablamos mucho, y
resultamos pesados; o somos demasiado premiosos, o prolijos (no debe
olvidarse que el secreto para aburrir es querer decirlo todo); o nos
pasamos de obsequiosos, y nuestro trato resulta un poco asediante, o
untuoso; o tratamos a los demás con excesiva vehemencia, o con aires
de superioridad, como dando lecciones.

Podríamos enumerar muchos otros defectos, pero quizá la clave
para contrarrestarlos podría resumirse en algo muy sencillo:
esforzarse por ser personas que saben escuchar y que buscan servir a
los demás.

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Mujer lesionada en accidente vuelve a hablar después de 20 años

"Estoy asombrado de cuán primordial es la comunicación", dijo Jim
Scantlin, el padre de la paciente, que vive en una residencia para
discapacitados en esta localidad de Kansas, cuando volvió a escuchar
la voz de su hija, después de 20 años de haberla perdido como
consecuencia de un accidente de tránsito. Durante dos décadas todo lo
que Sarah podía hacer para comunicarse era parpadear una vez para
indicar 'no' y dos veces para indicar 'sí'.

Betsy Scantlin, la madre de Sarah, dijo que ella "sabe
quiénes somos, pero no podía comunicarse con nosotros".

Este fin de semana los Scantlin ofrecieron una pequeña fiesta
en el centro de cuidados médicos para presentar a Sarah a las
amistades, otros miembros de la familia y la prensa.

Sarah tenía 18 años y estudiaba en el Colegio Comunitario de
Hutchinson cuando fue atropellada el 22 de septiembre de 1984,
mientras caminaba hacia su automóvil tras una fiesta con sus amigos.

La joven sufrió graves heridas, fracturas de huesos, y quedó
incapacitada para hablar. El conductor huyó del sitio, y luego que fue
identificado, detenido y juzgado cumplió una sentencia de seis meses
en prisión.

Uno de los testigos del incidente, John Moore, quien es ahora
un detective de la policía, relató cómo él y otras personas vieron que
Sarah era lanzada a varios metros. "Creí que había muerto, o que no
iba a sobrevivir", dijo Moore.

Sarah, ahora de 38 años, había empezado a hablar en enero,
pero había pedido al personal del centro de cuidados médicos que no
dieran la noticia a la familia hasta el día de San Valentín, que se
celebra este lunes.

Pero la semana pasada Sarah no soportó su propia impaciencia.
Los Scantlin recibieron una llamada de la residencia para pacientes
Golden Plains Health Care Center, y la enfermera Jennifer Trammell le
preguntó a la madre de Sarah si estaba preparada para una gran
sorpresa. "Alguien quiere hablarle", dijo Trammel y se escuchó la voz
de Sarah:

- Hola, mamá
- ¿Sarah eres tú?, preguntó Betsy.
- Sí.
- ¿Cómo te sientes?
- Bien.
- ¿Necesitas algo? agregó emocionada la madre.
- Más maquillaje.

Incrédula en su alegría Betsy preguntó a la enfermera si Sarah
de veras había pedido más maquillaje.

"Ahora es Sarah otra vez, ciento por ciento Sarah. Está
usando toda su capacidad al máximo, es emocionante. Tenemos de vuelta
a Sarah y es el mejor regalo en el mundo", dijo Jim Scantlin.

De todos modos, Sarah ha quedado con secuelas del accidente:
sus piernas se mueven de forma espasmódica, su pie derecho está
torcido hacia atrás, y los músculos del cuello están tan constreñidos
que tiene grandes dificultades para engullir la comida.

El médico Bradley Scheel, que cuida a Sarah, dijo que no sabe
exactamente por qué la paciente volvió a hablar de forma repentina,
pero supone que puedan haberse regenerado algunas conexiones
cerebrales críticas para el habla.

HUTCHINSON, EEUU.
Caracol Noticias, (www.caracolnoticias.com)

¿Es inmoral prolongar el sufrimiento?

Es fácil, en los debates sobre la eutanasia, escuchar a alguno que
lance al ruedo esta famosa frase: "es inmoral alargar los sufrimientos
y la agonía de los enfermos".

Cuando el enfermo sí interesa

La frase parece inocente, capaz de suscitar la aprobación de
los oyentes. Pero en no pocas ocasiones es ambigua, confusa,
interpretable de muchas maneras. En otras palabras, es una fórmula
fácilmente manipulable. Por eso se hace necesario, para evitar engaños
fáciles, profundizar en sus posibles significados.

Intentemos aclarar ideas. ¿Qué quieren decir quienes repiten,
una y otra vez, que es inmoral, injusto, incluso masoquista, hacer que
se prolongue el sufrimiento de una persona? Las respuestas pueden ser
varias, y podríamos agruparlas bajo tres grandes grupos. Unos expresan
su deseo de evitar el ensañamiento terapéutico. Otros, que quieren
suspender los cuidados mínimos para acelerar la muerte del enfermo. Un
tercer grupo defiende que se intervenga del modo menos doloroso
posible para provocar la muerte del enfermo.

Estas tres posibles respuestas tienen un valor muy distinto.
Podemos decir, respecto de la primera, que es correcto renunciar al
ensañamiento terapéutico, es decir, a acciones sofisticadas, costosas
y no pocas veces muy molestas para los enfermos y sus familiares,
cuando tales acciones no parecen ofrecer ninguna mejora, no curan, y
alargan inútilmente la agonía. Si una persona, por ejemplo, se
encuentra en la fase terminal de un cáncer de hígado, no tiene sentido
usar aparatos y hacer experimentos con los que sólo se retrasa unos
días o semanas la llegada de la muerte a base de provocar dolores muy
elevados en el enfermo.

La segunda respuesta encierra serios problemas éticos. Los
cuidados mínimos son simplemente eso: cuidados mínimos. Una persona
que sufre merece ser alimentada, ser hidratada, ser limpiada en sus
llagas, recibir medicinas antidoloríficas. Decir que no vale la pena
mantenerla en su fase terminal a base de estas ayudas básicas es como
decir que su existencia ya no merece lo más básico que debe ser dado a
cualquier vida humana. En otras palabras, es como condenarla a morir
de hambre, de sed, de dolor y, sobre todo, de pena, al no ser atendida
en sus necesidades básicas (no sólo materiales).

Cuando interesa que muera

Lo más paradójico del caso es que se provoca una muerte tan
horrible precisamente con el uso de la fórmula "es inmoral prolongar
el sufrimiento", como si fuese moral el provocar nuevos sufrimientos
para terminar (asesinar lentamente, digámoslo sin miedo) al hombre o a
la mujer que sufren. Lo ocurrido, por ejemplo, con Terri Schiavo, es
sólo una punta de iceberg de lo que muchos piensan realizar con los
enfermos, y de lo que por desgracia ya algunos están haciendo entre la
indiferencia de no pocas autoridades.

La tercera respuesta supone aceptar que hay vidas humanas que
pueden ser eliminadas porque sus dolores no son compatibles con su
"dignidad", o porque resultarían ser dolores "inmorales".

Ningún dolor, sin embargo, tiene connotación moral, ni
disminuye en nada la dignidad de ningún ser humano. Decir que mantener
en vida al hombre que sufre es algo inmoral y que merecería ser
"eliminado" es como decir que el sufrimiento le hace perder su
dignidad, o que su existencia es menos digna por sufrir. Lo cual va
contra todo el esfuerzo cultural de siglos, iniciado especialmente con
el cristianismo, que ha buscado defender la dignidad de cualquier ser
humano sin discriminaciones; un esfuerzo que tantos frutos ha dado en
los últimos siglos, no sólo al abolir la esclavitud o formas de
explotación de seres indefensos, sino al buscar mejoras serias en el
tratamiento de los enfermos y los ancianos.

Cuando se vuelve de nuevo a lo que hemos desplorado

Hay que reconocer que la eutanasia, entendida como la
eliminación del hombre que sufre con la excusa de que se quiere
eliminar el sufrimiento, es una de las mayores afrentas que puede
recibir el ser humano. Porque significa volver a una mentalidad
discriminatoria en la que los fuertes, los sanos, los adultos, los
ciudadanos, deciden sobre la vida y la muerte de quienes no llegan a
un "standard" de calidad y de salud establecido de un modo arbitrario
y, en muchos casos, con la idea encubierta de ahorrar gastos al estado
o a los hospitales.

La historia de los pueblos nos ha mostrado que los niveles de
barbarie son mayores allí donde se desprecia a los minusválidos, los
pobres, los enfermos, los ancianos. A través de la promoción de la
eutanasia, a través de la difusión de eslogans que repiten "acabemos
con el sufrimiento de las personas" para decir de modo solapado
"acabemos con las personas que sufren", estamos regresando a formas de
"cultura" claramente injustas y propias de pueblos enemigos de los
derechos humanos.

Sólo hay un modo de tratar al hombre o a la mujer que sufre:
con respeto y con cariño. Acompañarlos en su dolor, aliviarles en sus
muchas dolencias, no sólo físicas sino también psicológicas y
espirituales, hacerles sentirse parte viva de una sociedad que no los
margina sino que los acoge con un mayor compromiso y con servicios
cada vez más completos, son señales de verdadera humanidad, de
justicia, de progreso. Son la única manera de tratar al hombre que
sufre de un modo éticamente correcto. Aunque su sufrimiento dure más
tiempo, porque ese tiempo será sumamente bello, al estar acompañado de
justicia, de amor y de asistencia verdaderamente humana.

Bosco Aguirre
Mujer Nueva

Mujer y pensamiento único

El sexo y el género

Un rotundo no al pensamiento único, ésa manera de pensar que
anula la identidad de la mujer, viola sus derechos y la considera un
instrumento útil para intereses concretos... y no hablo del pasado
sino del presente, porque existe una mentalidad con altas dosis de
machismo tanto en algunos hombres como en algunas mujeres... resulta
conveniente, y además oportuno, recordar el papel o el rol que la
mujer puede y debe desempeñar en este tercer milenio, recién
estrenado.

Sólo me centro en un aspecto –son muchos más–, y espero que no
sea virtual sino real: el feminismo sin fecha de caducidad consiste en
"igualdad en los derechos y en las oportunidades pero
complementariedad en las funciones"; maternidad y paternidad no son
idénticas ni en sus caracteres genéticos ni biológicos y esta realidad
cuando es respetada, enriquece la personalidad humana, y cuando no lo
es, empobrece de tal forma la identidad y dignidad humanas que
convierte en un monstruo al presunto/a maltratador... ¿ud. quiere ser
un monstruo o un ser cada vez más humano hasta conseguir que su
entorno se humanice?... le doy, una pista, de ud. dependerá lo demás.

Existen dos sexos –mujer y varón– y no es lo mismo sexo que
género, el primero es un referente biológico-genético y el segundo es
un referente funcional; esta terminología tan actual, el género, puede
distorsionar la verdad: nacemos con un sexo –masculino o femenino–
porque no somos asexuados y desempeñamos una función, que puede ser
diferente en cada siglo o en cada época...; el sexo es uno y el género
dependerá del rol puntual de cada sociedad: hasta hace unas décadas y
como consecuencia del poder masculino, a la mujer se le asignó una
tarea doméstica, casi exclusivamente, y se le negó otro tipo de
alternativas (muchas escritoras de la historia de la literatura
publicaron libros bajo seudónimo); pero en el siglo XX se produjo un
cambio de mentalidad, y se igualaron los papeles masculino y femenino
dentro del hogar (por lo menos en el mundo occidental) al incorporar
el 50% de aportación del hombre al hogar; ésta es la pista clave para
humanizarnos y humanizar el entorno social: desarrollarnos como mujer
o como hombre en cada caso, buscar la complementariedad en el sexo
contrario y encontrar la igualdad de género en el trabajo, en el
hogar, en las relaciones sociales, en vida cotidiana... no es lo mismo
ser madre que padre, ser mujer que hombre, ser esposa que marido, ser
hermano que hermana, ser colega que contrincante, ser amiga que
amigo,... ser en realidad uno mismo no un ser diferente a como debemos
ser porque no hemos encontrado el camino...; no se trata de innovar
porque sí, ni de provocar una metamorfosis radical... ni de ir por la
vida de "progre" porque se lleva: se trata de encontrar la identidad
de uno mismo de acuerdo con la naturaleza humana y con su dignidad...
hay cosas que deben cambiar y otras que no deben hacerlo, si queremos
sobrevivir, supervivir, o simplemente vivir en y con paz.
Sin miedo a la verdad

¿Y eso cómo se logra?: las cosas que valen la pena no se
alcanzan a la primera, y a veces, ni a la segunda... pero se logran
cuando pensamos en profundidad y en libertad y no tenemos prisa por
obtener frutos inmediatos...; y ésta puede ser la senda, aunque nos
resulte angosta, y éstos sus pasos: conocernos mejor, conocer mejor lo
que debemos ser, conocer mejor a los que nos rodean, conocer mejor los
"por qués" de las situaciones y acontecimientos y crear en nuestro
interior una personalidad –definida como la capacidad de ser persona–,
forjada en la verdad, en la realidad y en la apertura hacia la
trascendencia .

(Marosa Montañés Duato, in Mujer Nueva)

El asombroso poder de la comida familiar

Un rito sencillo que fortalece el hogar y educa a los chicos.

Hace cincuenta años, antes de la expansión de las megápolis, la
globalización y los matrimonios de dos sueldos, había un rito
cotidiano llamado comida familiar, que reunía a padres e hijos
alrededor de la mesa. Y no solo para comer, sino también para contarse
cómo había ido el día, escuchar a los demás y estrechar los lazos
familiares.

¿Un mito? Quizás. A decir verdad, también hace cincuenta
años había empleados con turno de noche, padres que viajaban mucho y
madres que trabajaban fuera de casa. Había profesionales que salían
tarde del trabajo y papás que pasaban por la taberna antes de ir a
casa, también tarde. La conversación en la mesa tal vez consistía,
muchas veces, en peleas entre los chicos y exhortaciones de los
padres: "esos modales...", "acostúmbrate a comerte lo que te
pongan"... ¡Para quién no sería un alivio, a veces, poder librarse de
la compañía de sus personas más cercanas y más queridas para dedicarse
a sus aficiones!

De todas formas, el mito de la comida familiar encierra una
verdad esencial sobre la vida doméstica y el bienestar personal que en
nuestro mundo individualista y tecnificado solemos olvidar. Esto es lo
que descubrió la periodista norteamericana Miriam Weinstein en el
curso de un estudio sobre alimentación, y lo que le movió a escribir
"El asombroso poder de las comidas familiares: Cómo nos hacemos más
inteligentes, fuertes, sanos y felices comiendo juntos" (1). El mismo
título hace afirmaciones atrevidas, basadas sin embargo no en
tradiciones y mitos, sino en estudios científicos, en gran parte sobre
adolescentes.

Para prevenir problemas

Veamos, por ejemplo, el estudio que motivó el trabajo de
Weinstein. El objetivo del Centro Nacional sobre Adicciones y Drogas
(CASA), de la Universidad de Columbia, es que los jóvenes no caigan en
conductas destructivas (consumo de drogas, alcohol y tabaco, así como
embarazos de adolescentes). En 1996 hizo un estudio para ver si había
algo característico de los chicos que no presentan tales problemas.
Para sorpresa de los investigadores, resultó que comer en familia era
más importante que la asistencia a la iglesia o las notas.

Desde entonces, el CASA viene repitiendo esta encuesta todos
los años. La de 2003 muestra significativas diferencias entre dos
grupos de adolescentes, según la frecuencia con que comen en familia:
dos o al menos cinco veces por semana. En el segundo grupo son más los
que dicen no haber probado nunca el tabaco (85%, contra el 65% en el
primer grupo), el alcohol (68% contra 47%) o la marihuana (88% contra
71%). Esos mismos chicos presentan también menos problemas de ansiedad
y tedio, y sacan mejores notas.

A resultados similares han llegado Marla E. Eisenberg y sus
colegas (Universidad de Minnesota), que en 1998-99 reunieron datos de
4.767 adolescentes de distintas zonas. Según este estudio, comer en
familia habitualmente contribuye a prevenir depresiones y suicidios,
especialmente entre las chicas. La influencia negativa de no comer en
familia se mantiene aun entre los chicos que dicen tener "buenas
relaciones" con sus padres, así como una vez descontada la influencia
de la situación matrimonial, el grado de instrucción, la raza y el
nivel socio-económico de los padres. Los autores del estudio aventuran
que "quizás las comidas en familia proporcionan a los padres una
ocasión, formal o informal, de atender al bienestar emocional de sus
hijos adolescentes, las chicas en especial".

De los jóvenes estudiados por los investigadores de Minnesota,
solo una cuarta parte hacía siete o más comidas en familia por semana,
y un tercio, una o dos, o ninguna. Pero hay indicios de mejora: las
encuestas CASA muestran un aumento de la proporción de adolescentes
que comen en familia no menos de cinco veces a la semana: del 47% en
1998 al 61% en 2003.

Una ocasión para hablar

Si las comidas familiares no hicieran más que prevenir el
consumo de drogas en adolescentes, solo por eso valdría la pena
tenerlas. Pero, naturalmente, hacen mucho más que eso. Previenen males
porque antes han cumplido una tarea más fundamental. Como dice
Weinstein, "estas comidas permiten a los hijos comunicarse
regularmente con los padres, y a los padres comunicarse con los hijos.
Nos conectan con nuestras tradiciones religiosas, culturales y
familiares".

Regularidad es lo que ante todo Weinstein tiene en mente
cuando llama "ritual" a la comida familiar. No es algo que hayamos de
reinventar todos los días, algo que nos exija empeño para que sea un
tiempo de convivencia familiar con "calidad"; es algo que
prácticamente cualquiera puede hacer. La comida familiar "saca partido
de necesidades biológicas y sociales básicas. Nos permite realizar
aquello en que consiste ser una familia: cuidamos unos de otros,
compartimos cosas, recorremos juntos el camino de la vida". Esta
intimidad natural es la base sobre la que luego se levanta la
"calidad". "Los investigadores descubren que nuestros más
significativos recuerdos de la infancia no son grandes
acontecimientos, como espectáculos o eventos deportivos, sino más bien
el cariño mutuo, el compartir, el pasar tiempo juntos", dice
Weinstein.

Pero el sentido religioso del "rito" no está fuera de lugar
cuando hablamos de las comidas familiares, como han aprendido tantas
generaciones acostumbradas desde la infancia a bendecir la mesa, y
Weinstein, de tradición judía, no teme traerlo a colación. "Dedicarnos
tiempo, hacer de nuestra mesa lo que una mujer que entrevisté llamaba
'un pequeño lugar santo', constituye un oasis en nuestro ajetreado
mundo", dice. Podríamos ir más allá y decir, con James Stenson en su
web Parent Leadership (http://www.parentleadership.com/), que la
comida familiar es "un tiempo sagrado para compartir, en el que
invocamos la bendición de Dios sobre la familia y nos tratamos con
cordial respeto".

Aprendizaje de virtudes

Stenson hace este comentario a propósito de las buenas manera
en la mesa, asunto que vuelve a ponerse de moda ahora que los padres
criados en los tiempos del "todo vale", en los años sesenta y setenta,
se descubren desprovistos de recursos para preparar a sus hijos para
la vida social.

Una comida que reúne a la familia entera –y que no es
saboteada por la televisión (el 53% de los adolescentes encuestados
para un estudio piloto en Minnesota decían que solían ver la tele
durante las comidas), el teléfono, mensajes de móvil, Internet,
videojuegos o alguien que se levanta de la mesa antes de tiempo para
acudir a una cita– es sin duda el entorno ideal para aprender a
comportarse en la mesa. Desde pequeños, los niños aprenderán del
ejemplo de sus padres e irán adquiriendo el hábito de las buenas
maneras (¡o de las malas!).

Aprenderán, como señala Weinstein, cosas tan elementales como
qué cantidad es razonable ponerse o en qué consiste una comida
equilibrada; a privarse de tomar algo fuera de hora para que todos
tengan apetito al momento de sentarse a la mesa; a hacer pausas para
conversar, y así evitar comer demasiado (nuestro organismo necesita
veinte minutos para tener sensación de saciedad) y también los
melindres. De este modo los niños estarán protegidos contra la
obesidad, y las niñas, en especial, contra la anorexia y otros
trastornos alimentarios.

Comer en familia también enseña a los niños a mantener una
conversación –a escuchar y a contar– y, al parecer, les suministra la
mayor parte de su vocabulario.

Además –y esto es más importante–, las comidas son ocasiones
naturales para asimilar la historia y los valores de la familia, y a
aplicar esos valores en la vida cotidiana y a los problemas y
oportunidades que encontrarán en la sociedad. Muchos de esos valores
pueden hacerse virtudes alrededor de la mesa misma: estar atento a las
necesidades de los demás, levantar el ánimo con una anécdota
divertida, generosidad para dejar a otro la mejor porción de
postre...; o inmediatamente antes y después: cuando los niños ayudan a
preparar la comida y a quitar la mesa y fregar los platos, aprenden a
servir a los demás y también a cuidar de sí mismos.

Una forma fácil de cuidar la familia

Con todo esto y mucho más a su favor, ¿por qué ha decaído la
comida familiar? Actúan, por una parte, fuerzas exteriores, como la
competencia de la comida rápida y las distracciones electrónicas que
tanto se han multiplicado. Por otra parte, hay también factores como
el trabajo de las madres fuera del hogar (el estudio de Minnesota
muestra una correlación entre comidas familiares y madres que solo
trabajan como amas de casa), horarios de trabajo excesivos (sobre todo
entre los padres), niños con demasiadas actividades (entrenamientos,
natación, clases de música...) y madres separadas o solas.

Pero, con excepción de la madre sola (un padre que vive en
alguna parte pero nunca está a la mesa es un obstáculo permanente,
psicológico y también práctico, para la cena familiar), ¿no son, en el
fondo, excusas todas o casi todas las demás razones para no comer en
familia?

En un reciente artículo del "Wall Street Journal"
(29-07-2005), el editor neoyorquino Cameron Stracher indicaba una
razón, que por lo general no se reconoce, del declive de las comidas
en familia: los padres no quieren comer con sus hijos. Decía Stracher:
"Muchos hombres dicen que, si hubieran de escoger entre tiempo y
dinero, optarían por el tiempo; en realidad, escogen el dinero. Al fin
y al cabo, ¿quién quiere habérselas con una niña de seis años presa de
una rabieta porque le han puesto la pasta con salsa verde? Es mucho
más cómodo quedarse en la oficina, encargar la cena, tomar una cerveza
y volver a casa cuando los niños ya están durmiendo. Hay familias en
que padre y madre están en casa pero esperan para cenar hasta que los
niños se hayan ido a la cama. Como me dijo una madre: 'No es divertido
comer con ellos'".

Stracher, por su parte, ha decidido cooperar: ha instaurado
las "cenas con papá", comprometiéndose a cenar con su mujer y sus dos
hijos al menos cinco noches por semana durante un año entero.

Nadie debería restar importancia a las fuerzas que hoy
amenazan la cohesión de la familia y convierten a sus miembros en
compañeros de piso que comen solos y tienen su comunidad en otra
parte. Comer juntos no es todo, cuando se trata de intimidad familiar
y del bienestar de los pequeños; pero sin duda es una parte y, como
Weinstein sugiere, la parte más factible. Añadamos fuerza de voluntad
y la comida familiar recobrará su puesto en el hogar.

(Carolyn Moynihan www.aceprensa.com)
____________________

(1) Miriam Weinstein, "The Surprising Power of Family Meals: How
Eating Together Makes Us Smarter, Stronger, Healthier and Happier",
Steerforth, Hanover (EE.UU.), 2005, 272 págs, 22,95 $.

Una Adolescente en casa

Formar a una jovencita puede ser toda una ciencia. ¿Qué deben saber
los padres para comportarse a la altura de las circunstancias?

"Yo elijo mi ropa, salgo con quien quiero y hablo por teléfono a
puerta cerrada"". Con razón dicen que la adolescencia es una
enfermedad extraña que ataca a los padres. Mal asumida, saca más
lágrimas que un dolor de muelas.

La adolescencia es el correlato mental de la pubertad. Así como se
producen cambios en el cuerpo, a esta edad a las mujeres se les
desarma el puzzle racional. A los 13 años comienzan un período de
crisis, inconformismo, transición:

No son niñitas, pero tampoco mujeres.

A veces les gusta su cuerpo, a veces lo odian.

De pronto son muy generosas, pero al rato se pueden comer medio kilo
de jamón y toda la bebida reservada para el almuerzo familiar, sin la
menor consideración.

El domingo les encanta irse a estar con los papás, pero el resto del
tiempo no aceptan cariñitos o consejos. En resumen, es una época de
conductas erráticas.

Sin embargo, hay una cosa clara: quieren separarse de la mamá y
generalmente con bastante agresión. Para que nadie se asuste: "Eso es
lo normal", señala la psiquiatra Mónica Bruzzoni. Agrega: "Si a esta
edad las adolescentes se atreven a ser agresivas con su mamá es
precisamente porque confían en el vínculo. Es decir, la niñita no se
soporta a sí misma, pero está segura de que la mamá la va a querer
aunque sea insoportable".

Por otra parte, el malhumor y la intolerancia típica de las
adolescentes es como un llamado de auxilio: presienten el giro que
viene en sus vidas y necesitan a su lado a alguien fuerte que "les
pare el carro". No una mamá represiva, que no comprende, sino una mamá
segura, que ponga límites claros.

"Sin límites el adolescente se siente abandonado", afirma la psicóloga
Cecilia Araya. Por esta razón, reitera, el joven suele reaccionar
molesto ante los cuidados, recomendaciones y prohibiciones, pero en el
fondo se siente protegido y le gusta. "Lo peor que le puede pasar a
una jovencita es que sus papás le tengan miedo, porque así no la van a
poder cuidar" .

¡NO SÉ COMO TRATARLA!

Es frecuente encontrarse con mamás de adolescentes que confiesan: "¡No
sé qué hacer con ella! ¡No hace caso y está cada vez más alejada!". Y
entonces es hora de entender el proceso que viven sus hijas, ser
realistas para comentar con el marido los cambios -sin cubrir la
espalda de las hijas "para que no las castiguen"- y armarse de
paciencia y fortaleza.

Lo primero que hay que asumir es que el proceso de cambio en las
niñitas es muchísimo más fuerte que en los hombres porque comienza
antes y las encuentra más frágiles. A medida que crecen, ellas sienten
un gran vacío interior. Ya no se entretienen con lo que hacían antes,
pero todavía no saben cómo hacer algo nuevo.

Entonces comienzan a inventar panoramas, a identificarse con el grupo
en vestimenta, pelo, zapatos y toda clase de gustos. Quieren ser todas
iguales.

Lo segundo, es que dependiendo del grupo de amigas y de sus gustos,
pueden surgir discusiones con su familia. Esto hay que aceptarlo como
parte del proceso, ceder con inteligencia en lo que se puede y ojalá
mantener contacto con las mamás de las otras amigas para ponerse de
acuerdo y evitar el famoso "¿Y cómo a la fulanita la dejan y yo no
puedo ir?". Pero también, mucho cuidado con las malas amigas: son las
que llevan al engaño o la mentira.

Hay que cortar a tiempo lo que luego termina en problema de mayores
proporciones. Sobre todo, porque algunas niñas manifiestan gran
independencia, pero irreflexiva. No se saben cuidar ni tienen
conciencia del peligro. Por ejemplo, se suben en automóvil sin saber
con quién, o dicen que van a alojar en casa de una amiga, cuando en
realidad van donde otra.

En tercer lugar, los padres y especialmente la mamá que está más
tiempo con ella, deben reforzar su sentido de autoridad y aprender a
poner normas muy claras aunque arda Troya. "La mamá debe mantener la
calma y tranquilidad y no enganchar en las mil maquinaciones", afirma
Cecilia Araya.

Frente a un "te odio", "ojalá te mueras", "eres una pesada, una falsa"
y otras afirmaciones del estilo más vale una respuesta: "Lo siento, es
una pena que te enojes, pero lo que más me importa eres tú".

JERARQUIZAR LOS «NO»

Cuando se consulta a mujeres maduras por los recuerdos de su
adolescencia, suelen responder: "Lo peor, las peleas con mi mamá". Y
es que, dada la hipersensibilidad de la hija, si la mamá no lleva el
sartén por el mango, el conflicto es seguro.

Lo central es mantener la vía de comunicación abierta: evitar los
"enojos silenciosos" de la hija y los gritos maternos. Para lograrlo
es la clave disminuir los frentes de conflicto: es decir, no pelear
por todo. Por el contrario, hay que jerarquizar. Si una mamá pretende
que su hija se peine "ordenadita", no rompa los jeans, le vaya bien en
el colegio, sea sincera y cuente todo, y no vea la teleserie..., y
además, pone todas estas exigencias, sin jerarquizarlas, en un mismo
saco, ciertamente hará de la convivencia una guerra y ¡perderá!
Conclusión: hay que ceder en lo accesorio, por ejemplo en la ropa y el
pelo, y exigir en lo fundamental, la sinceridad.

De acuerdo a las especialistas entrevistadas, lo más importante y que
debería exigirse a ultranza es:

- Respetar a la familia. Eso incluye horarios de llegada y salida, y
buenos modales ante la autoridad de los padres.

- Decir la verdad. La hija debe saber que cuenta con la confianza de
sus padres y que es mejor reconocer un error o contar algún mal
comportamiento, antes que mentir.

- Estudiar bien. Esto no significa reaccionar como león rugiente si la
niñita baja las notas, porque le produciría gran rebeldía, sino
estimularla para que sienta que hay horizontes amplios que la esperan.

SER CONSECUENTES

Los adolescentes, además de sentimentales, son muy críticos. Una vez
que aceptan las normas que sus papás les indican, exigen coherencia.
Por esto, ellos deben hacer un esfuerzo especial para vivir este valor
hasta el final. Por ejemplo, si han advertido a la hija sobre los
peligros de subir a cualquier automóvil o de conversar con un extraño,
no pueden utilizar radiotaxi como sistema para que la hija vuelva de
una fiesta. Eso produce un rechazo terminante. Vivir la consecuencia
de lo que se predica puede ser heroico para los padres, pero es la
única forma de lograr respeto y obediencia de los hijos.

A veces los padres sienten que los adolescentes utilizan la casa como
pensión. "Pero la verdad es que ellos necesitan de la familia más que
nunca para cargar pilas -dice Mónica Bruzzoni-, en la casa comen,
duermen y pelean. Todo lo bueno lo viven afuera. Sin embargo, la
familia es su pista de aterrizaje, donde cargan bencina y se limpian
para seguir el vuelo".

PARA LA MAMÁ:

· Acepte la diferencia entre usted y su hija. Ella no está viviendo la
misma etapa que usted vivió. Es otra persona con otra historia. No
intente calzar el molde.

· Aprenda a aceptar que la mamá ya no es lo más importante en la vida
de la niña. Esto es doloroso, pero se acepta mejor si tiene una buena
relación conyugal. Los maridos saben ver las situaciones de modo más
racional y, por último, la sabrá consolar. Le recordará la reacción de
la suegra cuando él apareció en su vida.

· No espere que todo lo bueno de la vida venga de sus hijos: no gire
en torno a ellos, gratifíquese con un buen matrimonio, y ellos
crecerán y solos se acercarán nuevamente, pero crecidos, a ustedes.

· No llore o se deprima por cada cosa que le digan. Si lo hace, su
hija no se atreverá a decir lo que de verdad siente o piensa y se
alejará cada vez más.

· Su hija necesita diferenciarse de usted, pero tiene miedo de
hacerlo, por eso es agresiva. No le tenga miedo, sepa decirle que no
porque a la larga se lo agradecerá.

PUNTOS DE FRICCIÓN

Este es un listado de motivos por los que la mayoría de los padres
pelean con sus hijas adolescentes. La verdad es que habría que evitar
la discusión y aprovecharse de estos nuevos intereses para conversar y
explicar puntos de vista.

· Televisión. Las teleseries están hechas para captar la atención de
la gente joven y por eso sus protagonistas son adolescentes. Si su
hija insiste en seguir alguna telenovela, dése el tiempo para estar
con ella a esa hora y comentar los respectivos capítulos. Pero ojalá
ni ella ni usted queden embarcadas en la teleserie.

· Teléfono. Las niñitas se cuelgan horas a hablar porque les cuesta el
contacto cara a cara y necesitan intercambiar sueños y nuevos
sentimientos. Es la época en que empiezan las amigas íntimas. Pero
como el teléfono es un bien compartido, da excelente resultado el
"indicador" que alguien está llamando. Convenza a su hija de la
posibilidad que se pueda tratar de una emergencia.

· Ropa. Valorar el pudor, pero no discutir por extravagancias pasajeras.

· Horarios. Aquí hay que ser claros y firmes. No decir "tarde" o
"temprano", sino fijar una hora precisa y exigir cumplimiento.

· Permisos para dormir afuera. Sólo podrían aceptarse cuando los
padres conocen la familia donde va a alojar la hija.

· Fiestas. El ideal es irlas a buscar, acompañarlas en el comentario
"fresquito" de lo que pasó.

· Comida. A está edad comienzan los trastornos de alimentación. Para
prevenir, la mamá debe darle importancia a las dietas que haga su hija
y entender que a ella le importa estar bien, pero saber también qué es
la anorexia y cómo se detecta.

(in Encuentra.com)

Invertir en futuro

Un hombre estaba perdido en el desierto. Parecía condenado a morir de sed. Por suerte, llegó a una vieja cabaña destartalada, sin techo ni ventanas. Merodeó un poco alrededor hasta que encontró una pequeña sombra donde pudo acomodarse y protegerse un poco del sol. Mirando mejor, distinguió en el interior de la cabaña una antigua bomba de agua, bastante oxidada. Se arrastró hasta ella, agarró la manivela y comenzó a bombear, a bombear con todas sus fuerzas, pero de allí no salía nada. Desilusionado, se recostó contra la pared sumido en una profunda tristeza. Entonces notó que a su lado había una botella. Limpió el polvo que la cubría, y pudo leer un mensaje escrito sobre ella: "Utilice toda el agua que contiene esta botella para cebar la bomba del pozo. Después, haga el favor de llenarla de nuevo antes de marchar".

El hombre desenroscó la tapa, y vio que efectivamente estaba llena de agua. ¡Llena de agua! De pronto, se encontró ante un terrible dilema: si se bebía aquella botella, calmaría su sed por un pequeño tiempo, pero si la utilizaba para cebar esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca del fondo del pozo, y podría tomar toda la que quisiera, y llenar sus cantimploras vacías, pero tal vez no, tal vez la bomba no funcionara y desperdiciaría tontamente todo el contenido de la botella, teniendo tanta sed. ¿Qué debía hacer? ¿Debía apostar por aquellas instrucciones poco fiables, escritas no se sabe cuánto tiempo atrás?

Al final, se armó de valor y vació toda la botella en la bomba, agarró de nuevo la manivela y comenzó a bombear. La vieja maquinaria rechinaba pesadamente. El tiempo pasaba y nuestro hombre estaba cada vez más nervioso. La bomba continuaba con sus chirridos secos, hasta que de pronto surgió un hilillo de agua, que enseguida se hizo un poco mayor, y finalmente se convirtió en un gran chorro de agua fresca y cristalina. Bebió ansiosamente, llenó sus cantimploras y al final llenó también la botella para el próximo viajante. Tomó la pequeña nota y añadió: "Créame que funciona, eche toda el agua".

Esta sencilla historia nos recuerda una realidad constantemente presente en la vida de toda persona: cualquier logro supone casi siempre aplazar una posible gratificación presente y correr el riesgo de que ese sacrificio resulte improductivo. Y aunque es cierto que buena parte de nuestros esfuerzos son improductivos, o al menos lo parecen, es igual de cierto que cuando tendemos a contentarnos con satisfacciones a corto plazo y no invertimos en objetivos mejores a un plazo más largo, es fácil entonces que nos deslicemos por la pendiente de la mediocridad o del conformismo. Cada día se nos presentan oportunidades que nos pueden ayudar a ser mejores personas, o que nos abren puertas que nos conducen a situaciones mejores. Y si no apuestas, si no inviertes en el futuro, es seguro que al final habrás perdido. Porque hay trenes que se pierden y luego vuelven a pasar, pero otros no.

Todos debemos sacrificar cosas de un orden inferior para lograr otras que son de orden superior. No podemos acostumbrarnos a rehuir esos desafíos. Hay gente a la que le resulta difícil pensar en el después, que está acostumbrada a dejar las cosas para más adelante, y eso hace que su vida sea una vida desorganizada, de constantes dejaciones y atropellos, una vida de la que apenas se tiene control y que al final no conduce al puerto deseado.

Las personas que procuran acometer cuanto antes el deber costoso se sienten psicológicamente más despejadas, y quienes tienden a retrasarlo se sienten más decepcionadas y frustradas. Empezar, de entre las tareas pendientes, por la que a uno más le cuesta, suele ser un modo de proceder que aligera la mente, aumenta la eficacia de nuestros esfuerzos y mejora nuestra calidad de vida. Quienes siempre encuentran motivos para demorar lo que les cuesta, son personas que viven tortuosas esclavitudes, por mucho que lo decoren con apariencias de feliz espontaneidad o de bohemio abandono.
 
 
 
 
Alfonso Aguiló

El dolor de los demás

Cuentan los biógrafos de Buda que en cierta ocasión una madre acudió a él llevando en sus brazos a un niño muerto. Era viuda, y ese niño era su único hijo, que constituía todo su amor y su atención. La mujer era ya mayor, de modo que nunca podría tener otro hijo. Oyendo sus gritos, la gente pensaba que se había vuelto loca por el dolor, y que por eso pedía lo imposible.

Pero en cambio Buda pensó que, si no podía resucitar al niño, podía al menos mitigar el dolor de aquella madre ayudándole a entender. Por eso le dijo que, para curar a su hijo, necesitaba unas semillas de mostaza, pero unas semillas muy especiales, unas semillas que se hubieran recogido en una casa en la que en los tres últimos años no se hubiese pasado algún gran dolor o sufrido la muerte de un familiar. La mujer, al ver crecida así su esperanza, corrió a la ciudad buscando de casa en casa esas milagrosas semillas. Llamó a muchas puertas. Y en unas había muerto un padre o un hermano; en otras alguien se había vuelto loco; en las de más allá había un viejo paralítico o un muchacho enfermo. Llegó la noche y la pobre mujer volvió con las manos vacías pero con paz en el corazón. Había descubierto que el dolor era algo que compartía con todos los humanos.

No se trata de que, ante la desgracia, recurramos al viejo dicho de ?mal de muchos consuelo de tontos?, sino de aceptar con sencillez que el hombre, todo hombre, sea cual sea su situación, está como atravesado por el dolor. Se trata de comprender que se puede y se debe ser feliz a pesar de esa presencia constante del dolor, pues es imposible vivir sin él, pues es una herencia que hemos recibido todos los hombres sin excepción.

Lo que esta anécdota nos enseña es que peor que el dolor mismo es el engaño de pensar que somos nosotros los únicos que sufrimos, o los que más sufrimos. Lo peor es que el dolor nos convierta en personas egoístas, en personas que sólo tienen ojos para mirar hacia los propios sufrimientos. Percibir con más hondura el dolor de los demás nos permite medir y situar mejor el nuestro.

No es fácil dar respuesta al misterio del dolor. Es verdad que hay algunas explicaciones que nos hacen vislumbrar su sentido, aunque siempre se nos antojan insuficientes ante la tragedia del mal en el mundo, ante el sufrimiento de los inocentes o el triunfo ?al menos aparente? de quienes hacen el mal. Es un tema de reflexión de suma importancia, un enigma en el que a mi modo de ver sólo desde una perspectiva cristiana se avanza realmente hacia la entraña del problema, pero ha de ser ésta una reflexión que no nos distraiga de la batalla diaria por percibir y enjugar el dolor de los demás, por disminuirlo, por tratar de hacer de él algo que nos enseñe, que nos haga más fuertes, que no nos destruya.

Me refiero a la batalla contra la desesperanza, contra ese estado anímico que lacera el alma de tantas personas que no encuentran sentido a lo que sucede en sus vidas, que les hace arrastrar los pies del alma, caminar por la vida con el fatalismo sobrecogedor con que un pez recorre los bordes de su pecera. El dolor propio es quizá la mejor advertencia para reparar en el dolor de los demás, manifestarles nuestro afecto y nuestra cercanía, y hacer así más humano el mundo en que vivimos.
 
 
 
Alfonso Aguiló

Las sombras y los miedos

Es muy interesante la historia de Bucéfalo, aquel caballo que solo Alejandro Magno era capaz de montar. Todos los que lo intentaban eran incapaces de mantenerse a su grupa más allá de unos pocos segundos. El animal caracoleaba, se encabritaba, y enseguida daba en el suelo con todos sus jinetes. Alejandro supo observarlo con atención y enseguida descubrió el secreto de aquel indómito corcel. Entonces se acercó, agarró las riendas y lo puso frente al sol. Lo acarició, soltó su manto, y de un salto montó sobre él y lo espoleó con energía. Controló los corcoveos, sin dejarle apartarse de la dirección del sol, hasta que el animal se calmó y siguió su marcha a paso lento y tranquilo. Sonaron los aplausos, y dicen los historiadores que al verlo Filipo, su padre, vaticinó que el reino de Macedonia que él poseía se quedaría pequeño para la gloria a la que estaba llamado su hijo.

¿Cuál era aquel secreto que sólo Alejandro supo descubrir? Se dio cuenta de que aquel animal se asustaba de su propia sombra. Bastaba con no dejarle verla, con enfilar sus ojos hacia el sol para que aquel atormentado caballo se olvidase de sus miedos.

El mundo está lleno de personas a las que pasa quizá algo parecido. Personas en apariencia normales y desenvueltas, pero que esconden en su interior toda una serie de miedos y complejos que les encadenan a fracasos y malas experiencias que han sufrido. Muchas de sus energías están paralizadas por esa valoración negativa que tienen de sí mismas. Son rehenes de su propio pasado, hombres o mujeres cuyos temores les impiden enfilar decididamente el futuro, les frenan para llegar a ser lo que están llamados a ser.

Nunca me ha gustado la ingenuidad y la vehemencia con que algunos hablan de la autoestima. Pero sí estoy de acuerdo en que se trata de un problema creciente en nuestros días. Educarse a uno mismo es algo parecido a educar a otro. Para educar a otro hay que exigirle (si no, saldrá un mimado insufrible), pero también hay que tratarle con afecto, hay que verle con buenos ojos. De la misma manera, para educarse a uno mismo también hay que exigirse, pero a la vez hay que tratarse a uno mismo con afecto, y verse con buenos ojos. Sin embargo, hay demasiada gente que se maltrata a sí misma, que se recrimina áspera y reiteradamente sus propios errores, que se juzga a sí misma con demasiada dureza y se considera incapaz de superar sus errores y defectos.

Es verdad que los que no recuerdan sus fracasos del pasado están abocados a repetirlos. Pero hay que saber hacerlo con equilibrio y sensatez. Porque el fracaso puede tener un valor fructífero, igual que puede haber éxitos estériles. Un fracaso fructífero es el que conduce a nuevas percepciones e ideas que aumentan la experiencia y el saber. Es muy famosa aquella anécdota de Thomas Watson, el legendario fundador de IBM, que llamó a su despacho a un ejecutivo de la empresa que acababa de perder diez millones de dólares en una arriesgada operación. El joven estaba muy asustado y pensaba que iba a ser despedido de modo fulminante. Sin embargo, Watson le dijo: "Acabamos de gastar diez millones de dólares en su formación, espero que sepa usted aprovecharlos".

No se puede vivir obsesionado por las sombras y asustándose de ellas. Fracasos tenemos todos, todos los días. Lo malo es cuando uno considera que el potro de su vida es imposible de dominar, cuando arroja la toalla en vez de fijarse en cuáles son las verdaderas causas de sus cansancios e inhibiciones. Si examinamos las cosas con cuidado, quizá concluyamos que, como Alejandro, hemos de tomar las riendas con decisión y mantener la mirada de cara hacia el ideal que alumbra nuestra vida.
 
 
Alfonso Aguiló

Feminismo y familia

 

¿Realmente destruye el feminismo la familia? Existe pues una promoción de la mujer que es absolutamente razonable y conveniente. Por Jutta Burggraf

Por Jutta Burgraf

Hace poco, leía un artículo en que, con gran profusión de palabras, se pretendía explicar, por qué el feminismo destruye la familia. Quedé un poco sorprendida y comencé a pensar en ello. ¿Realmente destruye el feminismo la familia? Sin querer, recordé un suceso que me ocurrió hace algún tiempo en Sudamérica. En Santiago de Chile, me habían dicho que una persona, conocida como una enérgica feminista, quería discutir conmigo acerca del tema de la mujer. Se trataba de la fundadora y rectora de una universidad privada. Habíamos concertado una cita. Me preparé para una intensa discusión y, luego de unos días, acudí al encuentro con un cierto ánimo de ir a la ofensiva. Cuando entré al Rectorado, me sorprendió ver que en la muralla colgaba una imagen grande de la Virgen. La rectora era una señora muy amable y bien arreglada. "Yo trabajo, con todas mis fuerzas, para que las mujeres puedan estudiar y obtengan puestos de trabajo", me dijo. "Sueño con un sueldo para las dueñas de casa y con la supresión de la pornografía. Me llaman feminista, porque devuelvo todas las cartas que recibo, dirigidas al Rector; porque esta Universidad no tiene un rector, sino una Rectora". Y, entonces, señaló, sonriendo: "Y no tengo nada contra los hombres. Estoy casada hace mucho tiempo y quiero a mi marido más que hace treinta años".

Es evidente que un feminismo así no destruye la familia. Pienso, incluso que es extremadamente favorable para la comunión de los esposos y para la familia misma, ya que devuelve a la mujer la dignidad que, en ciertas épocas y culturas, y parcialmente en la actualidad, le ha sido y le es negada. Sí, esto ocurre también hoy, no es ideología, ni exageración. No necesitamos pensar en las mujeres cubiertas por un velo, como en Arabia Saudita, ni al pueblo africano de los Lyélas, que consideran a las mujeres como la parte más importante de la herencia. Por ejemplo, una de las fórmulas con que un hombre constituye a su hijo mayor como su heredero dice: "Te entrego mi tierra y mis mujeres" [1]. No podemos tampoco juzgar con altanería el rapto de las novias de la aguerrida Esparta [2] , ni lamentarnos de la llamada oscura Edad Media, que, por cierto, no fue una época tan hostil para la mujer [3]. Como se ha dicho, no necesitamos ir tan lejos. Basta mirar a Europa ¿Se respeta a la mujer en la sociedad, en las familias? También hoy día se la considera, en innumerables avisos publicitarios, en el cine, en revistas del corazón y en conversaciones de sobremesa, como un ser no muy capaz intelectualmente, como un elemento de decoración y de exhibición, como mero objeto de deseo masculino.

Su dedicación a su casa y su familia no es ni se valora, ni se apoya como se debía. ¿No ocurre con cierta frecuencia que un hijo, sólo porque es varón, después de un suculento almuerzo dominical, se siente frente al televisor junto a su padre, mientras las hijas "desaparecen", junto con su madre en dirección a la cocina? ¿O que una joven madre, que trabaja fuera de la casa, se las tenga que arreglar sola con las labores domésticas y más encima sea enjuiciada, pues no se preocuparía lo suficiente de su marido -que trabaja a tiempo parcial- y de sus hijos y que además sea criticada por no tener la casa limpia? ¡Cuántas mujeres casadas, que carecen de ingresos propios deben mendigar de sus maridos un poco de dinero y no tienen acceso a la cuenta bancaria, ni participación en las decisiones pecuniarias de la propia familia! Concedo que estas cuestiones pueden ser superficiales; sin embargo, demuestran cuánta -o cuán poca- comprensión y cariño reciben las mujeres, a menudo, en una situación difícil.

Existe pues una promoción de la mujer que es absolutamente razonable y conveniente. Su finalidad consiste en que los derechos humanos no sólo sean derechos de los varones, sino que ambos, tanto el hombre, como la mujer, sean aceptados en su ser-persona. También se esfuerza por considerar a cada ser humano en su propia individualidad, sin colocar ningún cliché a nadie. Y esto es válido en todo sentido. Hoy en día nadie duda que la mujer pueda dominar la técnica más complicada. Pero ello no significa que todas las mujeres deban ser técnicas y que gocen con las computadoras. Según un nuevo dogma: "La mujer emancipada es gerente de empresa, arquitecto o empleada en una oficina; de todas maneras, trabaja fuera de la casa". Sin embargo, si la emancipación es entendida como un proceso de madurez conseguido, ¿por qué la mujer "emancipada" no puede ser madre de una familia numerosa? Cuando una mujer prefiere preparar un pastel, tejer chalecos, jugar con los niños y procura hacer de su casa un hogar agradable, no quiere decir que ella se haya resignado a asumir el rol que se le asignó en el s. XIX. Significa simplemente que, para ella, estas actividades son más importantes que para quienes la critican. En principio, no se trata de lo que una persona hace, sino de cómo lo hace.

Ni el trabajo fuera de la casa, ni la familia son, en sí, soluciones a problemas personales o sociales; ambos conllevan ventajas y riesgos. Así, es posible que una mujer profesional, debido a la creciente especialización de su trabajo, se le vaya empequeñeciendo su campo de acción, mientras que una dueña de casa, al tener que enfrentarse a los más diversos trabajos, adquiera una visión más amplia. En su vida profesional, la mujer está expuesta a los mismos riesgos que el hombre -deseo desmedido de hacer carrera, afán exclusivo de poder...-, incluso más que él, pues le pone a prueba y enjuicia más duramente.

No quiero, de ninguna manera proponer que la mujer debe volver a ocuparse exclusivamente de las tareas del hogar. Pienso solamente que se debe dar, a cada mujer, la posibilidad de decidir libremente lo que ella considera como bueno, sin iniciar permanentemente nuevas polémicas.

Se ha discutido mucho acerca de si las mujeres son diferentes a los hombres y en qué lo son. Primero, hay que considerar que cada ser humano es distinto de los otros. Cada uno debe tener la oportunidad de desarrollarse libremente, de ser feliz y de hacer feliz a los demás -por diferentes caminos, da lo mismo en qué estado o profesión-. Desde una perspectiva histórica y social, algunas veces, a las mujeres esto les ha sido más difícil que a los hombres. Es por ello, que se les debe ayudar más a vivir de acuerdo con su convicción personal. Esta es la finalidad de un feminismo que podemos denominar "auténtico", "razonable" o "libertario".

Rosas desde la eternidad


 

Esa fecha
solía ser muy importante: el día del aniversario
de bodas. Sin embargo, sería la primera vez que
no lo celebrarían juntos. Carlos había apenas
fallecido, consumido por el cáncer.
Todos los años él enviaba a Ana un ramo de
rosas, con una tarjeta que decía: «Te amo más
que el año pasado. Mi amor crecerá más cada
año». Pero éste sería el primero que no las
recibiría. De pronto llamaron a su puerta, y
para su sorpresa, al abrir estaba un ramo de
rosas frente a ella, con una tarjeta que decía
«Te Amo».
Ana se molestó pensando que había sido una broma
de mal gusto. Habló a la florería para reclamar
el hecho, y al contestarle, le atendió la dueña.
Ella le dijo que ya sabía que su esposo había
fallecido, y le preguntó si había leído el
interior de la tarjeta. Le explicó que esas
rosas estaban pagadas por su esposo por
adelantado, así como todas las demás por el
resto de su vida.
Al colgar el teléfono a Ana se le llenaron sus
ojos de lágrimas. Abrió el sobre: «Hola mi amor,
sé que ha sido un año difícil para ti, espero te
puedas reponer pronto, pero quería decirte, que
te amaré por el resto de los tiempos y que
volveremos a estar juntos otra vez. Se te
enviarán rosas todos los años en nuestro
aniversario; el día que no contesten a la
puerta, harán cinco intentos en el día, y si aún
no contestas, estarán seguros de llevarlas a
donde tú estés, que será junto a mí. Te ama para
siempre, Carlos, tu esposo».

Es verdad. El amor o es para siempre o
simplemente cae por su propio peso. O tiene
sabor de eternidad o es desabrido, agrio y
tristemente amargo, se pierde con el tiempo, se
transforma en recuerdo color ceniza. Así lo dice
un gran escritor: «El amor no es una aventura.
Posee el sabor de toda la persona. No puede
durar sólo un instante. La eternidad del hombre
lo compenetra».
En este sentido, ¿cómo no hablar del matrimonio?
¿Cómo no hablar de la belleza siempre antigua y
siempre nueva de amarse para siempre? Cuando una
mujer y un hombre se aman, con entrega, con
sacrificio, con fidelidad duradera -y nótese que
digo hombre y mujer- el amor se convierte en
gemelo de la eternidad. El matrimonio es la
entrega plena del amor humano y el verdadero
amor sólo existe en la continuidad necesaria. La
pasión, el instinto quema los resortes
rápidamente; los reduce a escorias y no deja
sino cenizas en las manos.

No sé qué piensan ustedes. Yo me sorprendo que
muchos de los jóvenes que se preparan para dar
ese paso decisivo en sus vidas, confíen poco en
el amor. Se quieren casar, pero no se dan cuenta
que lo que fundamenta su relación es
precisamente la duración sin límites del amor.
Se casan, pero dejando una puerta abierta, como
para salir corriendo si no resulta. ¿Acaso se
duda de la capacidad del hombre de amar para
siempre? La historia de Carlos y Ana, al menos,
demuestra que sí existe.

Así es el amor verdadero: eterno. Capaz de amar
más allá de la muerte. Capaz de vencer todos los
obstáculos, incluso el tiempo. Capaz de mandar
rosas desde la eternidad.
 
 
Juan Carlos Mari

Alegria

La mar de sencillo       

Si se observa cualquier reunión humana, es muy típico detectar que siempre hay una personalidad más relevante que las demás, alrededor de la cuál se centra la atención. En los grupos juveniles o infantiles la atención la suele acaparar no el más sabio, ni el más inteligente, sino la personalidad que más alegría irradia. El rostro sinceramente alegre parece que produce un efecto imán en los jóvenes y en los niños. ¿Por qué? El niño se expresa como es, y manifiesta su tendencia natural a buscar la alegría, la bondad y el amor. El ser humano es un ser para el amor y el amor refleja en diferentes tonos como los colores de un prisma cuando la luz blanca lo atraviesa. La alegría es uno de los reflejos del amor genuino. Algo más del amor        Si la alegría produce tal efecto de liderazgo ¿Por qué no se promueve más en los cursos de capacitación profesional? Está comprobado que vende más el dependiente que con mayor amabilidad y alegría trata a sus clientes, además esta persona suele tener más éxito en sus relaciones humanas y posiblemente menos problemas en su vida familiar. Si con una receta tan sencilla se puede simplificar de tal manera la vida ¿Por qué es tan difícil conquistar la alegría? "No es oro todo lo que reluce" La alegría genuina se caracteriza por tres rasgos: proviene del interior, ilumina, y es sencilla. En el interior del ser humano es donde se enfrenta la vida y se eligen las actitudes. Una vida llena de sentido es la que contesta cada mañana a la pregunta ¿Vale la pena el día de hoy?, con "SI" entusiasta, porque responde pensando en un… alguien. El sentido de la vida se descubre cuando se ve el rostro feliz de aquel a quien se ama. Por ello la alegría proviene del interior, de la decisión personal de donarse a alguien. Y todos los que alguna vez han hecho la prueba, tiene que aceptar que el resultado es positivo. "Hay más alegría en dar que en recibir" ...

y vida interior       

La alegría genuina ilumina el espacio humano que toca. La persona que la vive, irradia a su alrededor una forma nueva de ver los acontecimientos. La realidad no cambia, pero si los ojos con que se la ven. Hace seis años tuve la ocasión de conocer a una adolescente de 14 años a quien detectaron leucemia. En una carta que me escribía desde Estados Unidos donde fue internada, decía "El hospital es un lugar muy bonito, todas las paredes son blancas. Todo está muy limpio y es moderno. La habitación es preciosa, llena de luz y desde la cama veo las nubes. Las enfermeras son todas buenas y amables conmigo. He tenido mucha suerte con los médicos porque me lo paso muy bien con ellos. En la planta donde estoy hay muchos niños, y a veces podemos hablar, y es muy entretenido…" El resto del tono de la carta era semejante, pero ¿Desde cuando un hospital es un lugar muy bonito? ¿Cómo es posible que le hiciera ilusión solamente ver pasar las nubes? ¿Por qué todo el mundo era maravilloso para ella? Volví a leer, unos años más tarde, aquellas líneas, cuando Alejandra, que así se llamaba, ya había fallecido, y aprendí entonces que quien era maravillosa era ella, porque aunque murió pronto, aprendió la lección fundamental de la vida: vivió hacia fuera, olvidada de sí, e irradió por donde pasó la alegría que la envolvía.

Alegría y apariencias       

La tristeza, el negativismo y el egoísmo crean ambientes oscuros. La alegría agranda el espacio e invita a aventurarse en la esperanza. La alegría como la luz, no hace ruido, pero en su silencio transforma la realidad. Por último, la alegría viene siempre de la mano de la sencillez. Nada de montajes artificiales, de simular posturas para aparecer más de lo que uno es, ni de complicar las situaciones con novedades excéntricas. El espíritu alegre lo es porque se conoce tal cual es, se acepta y no se compara con los demás. Su felicidad no proviene del tener más o menos, sino de una decisión de querer "ser", y valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como la de amar más y amar mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor descubre que la vida es muy sencilla. Las fiestas de Navidad tradicionalmente se han venido identificando con días de alegría, de paz y de amor. Pero últimamente se encuentra mucha alegría sucedánea, y pocas sonrisas sinceras. Alegría ¿Dónde estás?

Por extraño que parezca        

El anhelo por alcanzar la alegría sigue escrito en el corazón del hombre con signos indelebles, pero se nos invita a buscarla donde el corazón no la puede encontrar: en el ambiente exterior, como si el cúmulo de luces o de adornos, pudieran cambiar el estado interior del alma; en la acumulación de objetos materiales, en licores, en placeres de un momento… Quien cae en esas redes, cuando cree haberla conquistado, abre las manos y sólo encuentra en ellas lágrimas de su vacío interior, y una tristeza amarga, que se ocultará a los ojos ajenos, con una escandalosa carcajada para fingir satisfacción. La alegría es posible, y está alcance de todos, pero recordemos, la alegría genuina viene del interior, ilumina serenamente y se acompaña de la sencillez. Khalil Gibran escribió en un poema: "Hay quienes dan con alegría, y esa alegría es su premio" ¿Por qué no ganarlo todos los días?  Enviar amigo

Nieves García

La escuela del dolor

por Jutta Burggraf

Siendo todavía estudiante, encontré sobre la mesa en la biblioteca de la Universidad, un pequeño libro, algo anticuado y cubierto de polvo. Recuerdo perfectamente que ello ocurrió un día que me parecía especialmente sombrío: no sé bien si me dolía la cabeza, no había dormido bien o tenía algún problema. En todo caso, no me encontraba de humor para empezar a estudiar, de manera que comencé a hojear el libro y comprobé que se trataba de una serie de ensayos escritos por una mujer paralítica. Muy pronto, quedé de tal manera fascinada por la lectura, que lo acabé de leer de una sola vez. Una vez que hube terminado, veía el mundo que me rodeaba de otra forma. Observé los rayos de sol que entraban por la ventana, me alegré por el pequeño trocito azul de cielo que podía ver y me sentí agradecida de poder mover mis brazos y piernas y de poder respirar, muy agradecida de estar viva. Espontáneamente miré a mi alrededor y la euforia que me embargaba se vio disminuida al ver la expresión seria de la mayoría de los estudiantes que se encontraban en la biblioteca. Entonces, sentí el deseo de reflexionar más sobre lo que había leído y, sobre todo, de conversar sobre ello con mis amigos...

Desde entonces, no he olvidado nunca aquel libro, en que aquella mujer, con serenidad y alegría, contaba acerca de su vida, vida que aceptaba "malgré tout, pese a las pruebas y dolores, a las privaciones y decepciones que había sufrido," y, sin duda, amaba mucho más al mundo que otras personas, que nuestra sociedad considera como sanos y dinámicos. Su mensaje era muy sencillo: "Quien dice sí a la vida, debe decir también sí al dolor." Hacía ver que el sufrimiento es parte de la vida, no sólo de una paralítica, sino de cada persona; que el dolor está presente, de una u otra forma, incluso entre quienes son más felices y exitosos.

El dolor es una realidad de la vida humana

Sin duda, no hay nadie que no haya experimentado alguna vez la soledad, el fracaso o la desilusión. Todos nos sentimos, a veces, aniquilados e incluso sabemos que somos objeto de burla, de desprecio o de dura crítica por parte de otras personas. ¿Cuántos conflictos se originan solamente debido a dificultades de comunicación, a problemas de entendimiento? No necesito ser extranjera en un país lejano, para darme cuenta lo difícil que es encontrar a personas que me entiendan y que yo entienda. Incluso, quienes viven en la felicidad más extrema, poseen riquezas y gozan de salud, también sufren. Sin embargo, del dolor ajeno se percatan sólo aquellos que poseen una cierta sensibilidad, que han desarrollado una cierta interioridad y son, por lo tanto, capaces de percibir las necesidades de sus semejantes.

Podemos suponer que, en el transcurso de su vida, cada uno de nosotros se ha visto, muchas veces y de maneras muy diversas, confrontado con el dolor. Si sabemos sobrellevarlo, él nos puede servir de impulso y estímulo. Pero, si ello no ocurre, el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje alrededor del mundo, otros se mudan de ciudad. ¡Pero no pueden huir del sufrimiento! Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables. Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, a que rechace la amistad, a que tenga pesadillas. Sin que uno lo quiera, tarde o temprano, reaparecen los recuerdos. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Para ello, con frecuencia es necesaria, la ayuda de un psicoterapeuta.

No se puede esquivar el dolor, no se le puede ignorar, pues forma parte de la vida. Si se intenta ignorarlo, se deja de lado la vida misma, porque el dolor es esencial al vivir humano. Pienso que, incluso falta una de las condiciones de la verdadera amistad, porque entonces no se presenta un yo verdadero a la relación amistosa con otras personas. Entonces, somos protagonistas de una función de teatro, ofrecida tanto para nosotros mismos, como para los demás.

En aquel día ya lejano en que leí los ensayos de la mujer paralítica, comprendí repentinamente que quien no ha sufrido, tampoco ha vivido. Quien reprime el dolor o huye de él, pierde la oportunidad de conocer la vida verdadera – la riqueza de la vida interior - con su profundidad insondable y con sus alturas luminosas. Algunas veces, cae en la superficialidad, en la cobardía o incluso en el vacío. Quien reprime el dolor, no es realista ni tampoco una persona de la cual se pueda decir que sabe vivir.

Una vida bien vivida es algo que se decide no tanto en los momentos felices, sino más bien en las horas difíciles; no sólo en los días de fiesta, sino también en lo cotidiano, en lo ordinario, en lo corriente. Quien no es capaz, ni está dispuesto a aceptar el dolor, tampoco es capaz de aprender. Entonces, no puede ser formado en la "escuela del dolor", no puede ganar en profundidad interior, no puede encontrar la paz, como lo ha logrado la autora del libro – de personalidad fascinante - que he citado al comienzo.

Sufrimiento inútil

¿Debemos entonces glorificar y ensalzar el sufrimiento? ¡De ninguna manera! En algunas ocasiones, en que se "festeja la nobleza del dolor", me parece que en realidad, no se ha llegado a comprender ni la indigencia humana, ni el verdadero desafío que significa una situación dolorosa. En el pasado, se amonestaba a las mujeres para que sufrieran todas las injusticias de sus maridos con paciencia y sin decir una palabra. "Ellas deben ser dulces, amables y útiles," señalaban ciertos autores. Tocar, para su marido, música "suave y apacible", "sonreírle alegremente", "rodearle tal como una ola suave y armoniosa" y, "con graciosos movimientos de sus manos, limpiar el polvo de su frente." Knigge aconseja a las mujeres sólo acercarse a sus maridos con sumisa deferencia, estudiar su carácter, obedecer inmediatamente sus órdenes y, a sus palabras fuertes, dar a lo más, una respuesta suave. Sólo así, cumplen con su obligación de ser joya y adorno para su marido. Frente a tales desatinos, cabe preguntarse ¿cuánto sufrimiento inútil y sin sentido debieron soportar nuestras bisabuelas?

Evidentemente, esto no significa que el sufrimiento inútil sea específico del sexo femenino. Hay una cantidad enorme de "dolor mistificado", totalmente independiente del sexo y existe también "dolor masculino innecesario", por ejemplo, cuando, en nuestra cultura, se obliga a los jóvenes a no mostrar sus sentimientos: "Un hombre no siente dolor", "los hombres no lloran"... De allí surgen, tanto para los afectados, como para quienes los rodean una serie de complicaciones.

Si un dolor puede ser evitado, pienso que es una obligación moral, evitarlo con todas las fuerzas. Una mentalidad que busca el sacrificio y el dolor no sólo no es nada simpática, sino que puede llegar a ser extremadamente egocéntrica y enferma. Todo sufrimiento es una exhortación a la persona en particular y a sus semejantes, para enfrentarlo con valor y, si es posible, a superarlo.

No obstante, aunque nos esforcemos mucho, existe dolor que no es posible reparar con los medios de la psicología. Algunas enfermedades avanzan pese a las operaciones y a la quimioterapia, son los llamados "golpes del destino". Tarde o temprano, todos tenemos que llorar la pérdida de seres queridos y, finalmente, a cada uno de nosotros nos espera la propia muerte, que quizás es todavía más cruel, cuanto más se la trate de encerrar en el anonimato de algunas clínicas. Es extraño: todos marchamos irremediable y certeramente hacia nuestro final y no queremos aceptarlo.

La rebelión del hombre

¿Cómo podemos valorar nuestra situación? Las humillaciones, la soledad, las enfermedades penosas, el abandono por parte de nuestros parientes y amigos queridos, la pérdida del trabajo. A primera vista, parece algo absolutamente absurdo y que carece totalmente de sentido. La naturaleza humana se rebela espontáneamente contra el dolor y rechaza el sufrimiento en cada una de sus formas. En un primer momento, nadie está dispuesto a escuchar argumentos que demuestren lo contrario. Goethe lo expresó en un lenguaje clásico en su Obra El sufrimiento del joven Werther: "El cáliz del Dios del Cielo era muy agrio para sus labios de hombre, ¿por qué he de aparentar que me sabe dulce?... No es esta una voz que viene de muy hondo de la criatura que se ve entregada a sí misma de una manera irresistible y, desde lo más profundo de si, clama: '¡Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado?' ¿Por qué me tendría que avergonzar yo...?" Incluso el escritor anglicano C.S. Lewis, conocido en todo el mundo por sus obras de literatura cristiana, expresa el dolor por la muerte de su esposa: "Pero no vengan a hablarme de los consuelos de la religión, de lo contrario, empezaré a sospechar que no entienden nada en absoluto." También la gran Teresa de Ávila riñe con su Maestro y Señor Jesucristo, cuando Él permite que se estropee su coche. El diálogo es muy conocido: "Señor, ¿por qué no me ayudaste?" se queja la Santa. "Para probarte en el sufrimiento, Teresa. Esto lo hago con todos mis amigos," le contesta Dios. A lo que la Santa respondió de inmediato: "¡Por eso tienes tan pocos amigos!"

Es consolador que personas ejemplares - y razonables - protesten contra el sufrimiento. Pienso que con ello nos dan testimonio de su honestidad, al mostrársenos como son, en su imperfección, en su desamparo y con sus debilidades. En eso consiste precisamente el llamado que nos hacen: no tenemos que jugar a hacernos los héroes. Por el contrario, podemos llorar y enfurecernos, discutir y gritar –como era costumbre en el teatro griego cuando los protagonistas sufrían algún descalabro.

Ellos no han intentado lograr un férreo dominio de sí mismos, ni tampoco ser de una ironía insensible; por el contrario, se han quejado en voz alta y han declarado abiertamente: "no puedo más". Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no deben romperse la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben "tomar un baño y dormir". En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Necesitamos tiempo, y seguir los impulsos de nuestra naturaleza humana nos puede ayudar mucho. Sólo una persona de alma muy pequeña puede escandalizarse de ello.

La ayuda de los otros

Llegados a este punto, nos preguntamos cómo ayudar a otra persona que sufre, cuando nosotros mismos no sufrimos por esa misma causa. Es esta una cuestión importante y sobre ella debemos meditar seriamente, pues muchas veces, debido a nuestra inseguridad, podemos ser crueles sin querer. En una ocasión, un hombre, cuya mujer había quedado ciega a causa de un accidente, me confesó: "Desde aquel día, nadie nos invita, pues para todos nuestros conocidos, somos motivo de perplejidad y confusión." ¿Qué podemos hacer para ayudar de verdad a quien sufre?

Sobre todo, me parece que a quien sufre, no debemos agobiar con buenos consejos, con la exposición de conocimientos penetrantes, advertencias o sermones; ni tampoco con consuelos triviales, tales como "no es tan terrible", "hay cosas peores". La experiencia del dolor sí es algo "terrible". Pienso que un sentimiento compartido ayuda más que cualquier argumento. La mejor manera de ayudar a una persona que sufre es aceptar sus sentimientos, escuchar lo que nos quiere contar y sobrellevar con él el dolor lo mejor que pueda.

Un ejemplo muy claro nos lo ofrece el Libro de Job. Al comienzo de este libro veterotestamentario, se cuenta que los amigos de Job, al escuchar de su desgracia, comenzaron a llorar en voz alta, rompieron su vestidura y cubrieron de ceniza sus cabezas. Entonces, se sentaron junto a Job durante siete días y siete noches, sin decir una sola palabra. Sus amigos no quieren cambiar, ni corregir los sentimientos de Job; sólo desean aceptar, hacer suyos y sufrir como propios la preocupación, el miedo, la duda y la ira de su amigo. Por ello se ponen en el lugar del amigo que sufre, penetran en su interioridad y desarrollan una íntima afinidad con él. Para comprender al amigo, necesitan estar con él, con tranquilidad y en actitud atenta, durante "siete días y siete noches".

Guardini señala que comprensión, significa "ver, escuchar, sentir como, detrás de un sentimiento que se muestra, detrás de un pensamientos que se expresa, hay mucho más que permanece oculto y, cuando lo que ha estado oculto es finalmente conocido, puede ser que detrás de ello, exista todavía más." Ese "meterse" en el otro, compenetrarse con él es denominado algunas veces compasión, precisamente cuando se refiere a una persona que está sufriendo. Sin embargo, si se mira un poco más allá, descubrimos que cada uno de nosotros es un sujeto sufriente; cada uno tiene que sufrir sus propios límites y fallas, los altibajos de la vida, las peculiaridades de las personas queridas. Cuanto más conocemos a una persona, tanto más sabemos de las dificultades que ella debe soportar. Y estamos dispuestos a sobrellevarlas con ella. La compasión es "la única puerta a través de la cual se puede penetrar en la interioridad de otro ser humano" y la única mediante la que se puede compartir su destino.

Me parece importante distinguir claramente esta actitud de otras, externamente parecidas, pues compasión no es sentimentalismo. Una persona sentimental se deja dominar por los sentimientos, sin que ello sea ocasión para ayudar efectivamente, por lo que, en realidad, sólo gira en torno a sí misma. Por el contrario, el hombre compasivo ordena racionalmente los impulsos de sus sentimientos, de acuerdo a las necesidades que ha reconocido en el otro, para bien del otro. "Al ver la sangre y las heridas, el quejumbroso caerá desmayado; el compasivo, se inclinará sobre el enfermo y lo cuidará." Frente a una persona que sufre, no sólo es necesaria delicadeza y comprensión, sino también energía y resolución. "El único consuelo verdadero son las obras." ¿Pero qué obras se espera de nosotros en tal situación? Aparte, por supuesto de los servicios materiales, que deben ser siempre lo primero que se preste.

Llegados a este punto, pienso que tenemos que recurrir a nuestro ingenio, a nuestra habilidad para enfrentar situaciones nuevas. Imaginemos que nuestro hermano ha sufrido una gran desgracia: su mujer ha muerto. Supongamos que hemos sufrido y llorado con él, escuchado sus lamentos y también nos hemos lamentado nosotros; hemos recordado juntos y nos hemos preocupado de que, pese a todo, él duerma y coma. Llegará un momento en que él no pueda llorar más. Esto no es una falta de lealtad hacia la difunta, sino una señal de que él está vivo. Un determinado estado psíquico – por intenso que sea - no puede ni debe convertirse en permanente. A este estado, sigue un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, no podemos "momificar" a los muertos. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza; entonces, la relación hacia la persona fallecida no puede considerarse como una relación sana. Algunos se niegan a cambiar los muebles de la habitación de la persona muerta. O bien no desean escuchar una determinada melodía, porque no le gustaba al difunto. Frente a esa situación, dice Lewis acertadamente: "Es muy bueno cumplir lo prometido, tanto a los muertos como a los vivos. Pero empiezo a comprender que el 'respeto por los deseos de los muertos' puede ser una trampa." El respeto de que se habla puede convertirse en una tiranía y detrás de la supuesta voluntad de la persona fallecida, muchas veces se oculta la propia voluntad. En realidad, existe el gran peligro de cohibir a los demás con frases como "El difunto así lo deseaba". Lo importante no es aquello que una persona, hace diez, veinte o cuarenta años habría deseado, sino lo que desearía ahora. Si somos cristianos y creemos que la persona que ha muerto, está con Dios, pensamos que ella querrá lo que Dios quiere: que sigamos viviendo y que seamos felices. Aquí llegamos a una cuestión decisiva: considerar qué viene después de la muerte, cuál es el sentido de la muerte, de la separación y del sufrimiento. Me parece que es posible – y necesario - conversar sobre ello seriamente. "Quien tiene un porqué en la vida, puede sobrellevar casi cualquier cómo", señala el psicoterapeuta austríaco Viktor Frankl. Por el contrario, quien considera que su vida no tiene sentido, no podrá escapar de la desesperación.

El dolor como "Educador"

La paralítica autora del libro que tanto me conmovió, hace ver que el dolor "no ennoblece al ser humano", como algunas veces se dice, pues el sufrimiento no hace a nadie mejor de lo que es. Incluso, podría parecer que a algunos los hace peores. En realidad, el dolor manifiesta, "ilumina" lo que alguien lleva dentro de sí. Nos quita cualquier máscara que nos hayamos puesto y hace ver cuáles son los motivos más profundos, las convicciones que inspiran nuestros actos. Quien sufre, muestra a los demás cuál es su riqueza interior o cuál su miseria. "Cuando no poseemos más que nuestra alma, es muy fácil distinguir la nobleza del cinismo." Es por esto por lo que el dolor parece "empequeñecer" aún más a los hombres interiormente pequeños y "engrandecer" a quienes son interiormente grandes. Sin embargo, el dolor por sí solo no produce nada, sino que es, en cierta forma, un "termómetro de la calidad humana" de quien sufre.

Hasta aquí nuestra autora. Por un lado, coincido plenamente con ella también hoy en día. Hasta que nos enfrentemos a una cuestión de vida o muerte, ninguno de nosotros sabe cuán firme es su fe, su esperanza y su caridad. Cuando nuestra existencia misma está en peligro, no me parece ni siquiera que debamos reaccionar soberanamente, en un primer momento. En tal circunstancia, si las disposiciones interiores son firmes, no se desmoronarán; pueden sí, permanecer ocultas bajo las lágrimas, la rabia o la desesperación, durante algún tiempo. Tarde o temprano, se ve si una persona que sufre, tiene o no un fundamento interior, si posee firmes convicciones que le proporcionen nueva fuerza y ánimo para vivir que, por así decirlo, lo "levanten". De ninguna manera, podemos juzgar a los demás. Una persona que sufre merece siempre compasión y respeto. Dante, quien demostró una gran sensibilidad frente a la grandeza de cada ser humano, escribe en "La Divina Comedia": Cuando éste marchaba por el infierno, encontró allí a su antiguo maestro Brunetto Latini, se inclinó ante él, ante el maldito, pues le debía mucho. Latini le había enseñado a aspirar a la gloria. Sólo Dios podía juzgarlo y castigar sus pecados.

Hasta aquí he estado siempre de acuerdo con la autora citada. Sin embargo, personalmente he tenido experiencias diversas a las que ella relata. ¿Qué sabe del dolor quien nunca ha sufrido? ¿Cómo puede comprender y consolar quien no ha sido nunca dominado por la tristeza? He conocido personas que, después de sufrir un gran dolor se han vuelto comprensivos, cordiales y acogedores. Muchas veces, su actitud frente a sus semejantes ha variado radicalmente. Se han vuelto sensibles frente al dolor ajeno y han desarrollado una gran solidaridad. Por ello, pienso que el sufrimiento es verdaderamente un "educador", a quien todos queremos evitar y cuyo valor apreciamos después de años o de décadas.

Hace poco, leí en el diario la triste noticia del suicidio de unos escolares debido a que habían obtenido malas notas. Y no porque sus padres fueran muy exigentes, sino porque su nivel de tolerancia frente a la frustración era muy bajo. Simplemente no estaban acostumbrados a aceptar la crítica. Frente a este caso, un psicólogo opinó acertadamente: No se puede encerrar a los hijos en una torre de marfil, para protegerlos de la dureza de la vida. No obstante, no pueden ser únicamente adulados, pues entonces se vuelven incapaces de sobrevivir.

Aunque aparentemente es una paradoja, tan sólo una educación que no oculte el sufrimiento, es la única que educa seres capaces de superar el dolor. Recuerdo la historia de una palmera que creció en un oasis. Era muy pequeña, pero la más bonita de todas las palmeras que había a su alrededor. Un cierto día, llegó un hombre malvado que, al pasar junto a la palmera pensó cómo podía dañarla. "La aplastaré," se dijo y colocando una roca muy pesada en sus ramas, siguió su camino. A la palmera le fue imposible quitarse el peso de encima. De manera que estiró sus raíces, alcanzando una veta de agua subterránea. Después de algunos años, cuando el hombre malvado regresó al oasis, la palmera era mucho más bonita que antes. Gracias al peso que había debido soportar, se había convertido en un árbol alto y hermoso.

Sin embargo, estoy convencida de que el dolor en sí no es algo bueno. No es un alimento, sino un veneno. Pero ese veneno puede ser convertido, si queremos, en una medicina. Si aceptamos el desafío que representa, el dolor puede fortalecernos y curarnos –por lo menos interiormente.

Ninguna experiencia de la vida es en vano. Siempre podemos aprender algo. También cuando nos desviamos del camino, cuando nos perdemos en el desierto o en una selva, nos sorprende una tempestad o debemos soportar el calor o el frío. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor al mundo, a los demás y a nosotros mismos. Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino también la noche oscura tiene sus milagros. "Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación."

Proceso de maduración

Si decimos conscientemente sí a la vida y estamos dispuestos a aceptar también sus facetas oscuras, nos encontramos en condiciones de iniciar un proceso de maduración. En primer término, pienso que podemos desarrollar nuestra interioridad. Vivimos muy influenciados por lo externo: la radio y la televisión, anuncios luminosos, teléfonos portátiles e internet captan permanentemente nuestra atención. Y nos mantienen en permanente actividad. A menudo, no nos queda tiempo para estar a solas, con nosotros mismos, para meditar acerca de las impresiones que se agolpan en nuestra mente. Una experiencia dolorosa nos puede obligar a hacer un alto, pues entonces nos distanciamos un poco de los que nos rodean, nos "escondemos" por llamarlo de alguna manera y luego de un tiempo de "no-poder-hacer-nada", en el cual el menor esfuerzo parece que sobrepasara nuestras escasas energías, nos vemos confrontados con nosotros mismos y, ante al desafío de ordenar nuestra vida de otra manera. Ya no es posible engañarnos, el dolor ha hecho más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insubstancial cede paso a lo que es importante, a lo substancial. Un refrán dice "Cuando has llorado, lo ves todo con otros ojos": puedes ver todo mejor y distinto.

Cuando nos encontramos frente a frente con la muerte, nos damos cuenta que nuestro paso por el mundo es temporal y precario. Precisamente frente a la temporalidad y precariedad – y a la inminencia de la muerte -, el tiempo en la tierra nos parece más valioso. Muchas cosas se nos hacen incluso más fáciles: nos sentimos libres de convenciones sin sentido. El teólogo holandés Nouwen señala acertadamente: "Tengo la impresión, difícil de describir, de que si tuviéramos más consciencia de la muerte, seríamos seres más libres." ¿De qué sirve tener un puesto sobresaliente en la sociedad, si después de ochenta, noventa o máximo de cien años, todo habrá terminado? ¿Y después qué?

La experiencia del dolor nos lleva a preguntarnos por la razón última de todas las cosas. Si fuéramos inmortales, si nuestra vida no tuviera fin, si no sufriéramos, tal vez nunca nos plantearíamos el porqué de las cosas. De algún modo, la consideración del propio límite nos conduce a profundizar más. La finitud de la vida humana hace que valoremos mucho más cada día de nuestra vida. "Enséñanos, pues, a contar nuestros días para que lleguemos a tener un corazón sabio," dice el Salmista.

Es doloroso experimentar la propia impotencia. Cuanto más profundas sean nuestras heridas, con más intensidad buscamos un fundamento permanente. Buscamos refugio y consuelo a nuestro alrededor, sin encontrarlo del todo. Se puede decir que Dios tiene entonces una oportunidad para que lo aceptemos. Anhelamos tener seguridad, alivio y comenzamos a vislumbrar que sólo Dios nos los puede dar.


Jutta Burggraf Doctora en en Pedagogía y en Teología

¿Cómo ganarnos la confianza de nuestros adolescentes?

¿Cómo ganarnos la confianza de nuestros adolescentes?

Las claves están en la comunicación y el ejemplo, la sinceridad y la discreción. Interrogados un grupo de adolescentes sobre lo primero que desearían en la relación con sus padres, contestaron: “que les podamos tener confianza”. La mayoría de problemas del día a día de la convivencia familiar se resolverían, si nos esforzáramos por tener una buena comunicación con nuestros hijos. Hay muchas formas de hacerlo. Se puede hacer con un gesto, se puede hacer con una mirada de complicidad, se puede hacer con la palabra, escuchando música, leyendo, haciendo deporte... Victoria Cardona, profesora y educadora familiar www.forumlibertas.com


También nos podemos comunicar silenciosamente. Sólo contemplando unos padres junto a la cama de un hijo enfermo, mimándolo o dándole la mano vemos el máximo de comunicación. El silencio se hace necesario por el reposo de su hijo, pero la comunicación no falta.
Para comunicarse no siempre se necesitan palabras, pero sí es necesario demostrar afecto y crear un clima de confianza y… ¿cómo conseguir este clima?
Podemos reflexionarlo, puesto que se hace muy difícil recibir la confianza de nuestros hijos si no hacemos un esfuerzo para ser acogedores, tener serenidad y buen humor a la hora de comunicarnos. Es imprescindible comprender a nuestros hijos; saber intuir qué les preocupa, qué nos quieren decir o qué necesitan. La base de la comunicación, es amar e interesarse por sus cosas. Cuando hay confianza se actúa con calma, no se improvisa, se da paz y se evitan muchos problemas.
Hay muchas virtudes que pueden ser útiles para ayudar a la comunicación, con el clima de confianza adecuado, que favorece el diálogo, base de la comunicación, pero yo destacaría dos: la sinceridad y la discreción.

Que no sea un recurso fácil

1. La palabra sinceridad deriva del latino ''sine cera'' (sin cera) refiriéndose a los ungüentos que utilizaban las mujeres romanas para disimular sus arrugas. La sinceridad es decir siempre con claridad lo que se hace, lo que se piensa, lo que se vive. Nuestros hijos tienen de saber que nosotros somos sinceros siempre. Por esto podemos preguntarnos:
- ¿Cuántas veces hemos dejado incompleta una promesa o una sanción que habíamos anunciado a nuestros hijos?

- ¿Cuántas veces nos han telefoneado y, por comodidad, hemos hecho decir que no estábamos en casa?

- U otras medias verdades, que no dejan de ser mentiras y que malogran la confianza.


Procuremos dar testimonio: la verdad tiene que ser objetiva, clara. Por ejemplo, si nos equivoquemos, pedimos perdón y lo reconocemos; esto es más educativo para el hijo que muchos sermones y consejos repetitivos. A veces los hijos no son lo suficiente sinceros con nosotros por no quedar mal o porque tienen miedo de que tengamos una reacción desmesurada respecto a lo que han contado.
En la adolescencia hay que estar preparados para que nos expliquen lo más impensable sin perder los nervios. Lo que es más importante siempre es que los hijos nos digan la verdad, aunque del susto recibido nos quedáramos sin aliento. Con todos los datos reales del problema, no nos equivocaremos a la hora de buscar soluciones reforzando la confianza mutua. Es valiosa su intimidad

2. Se hace evidente que los padres debemos profundizar en la virtud de la discreción, que no es frecuente en el ambiente actual. En el Diccionario General de la Lengua Catalana de Pompeu Fabra, encontramos esta definición de discreción: ''reserva en las acciones y en las palabras, reserva del que no hace sino aquello que conviene hacer, de quien no dice sino aquello que conviene decir, que sabe callar aquello que le ha estado confiado”.

Muchos hijos se quejan de que los padres, o bien para vanagloriarse, o bien para quejarse explican las confidencias que ellos les han hecho. Ya se ve que este sería un defecto que influiría en la confianza que nos habrían dado los hijos; nada más y nada menos sería ''ventilar'' sus emociones; tampoco los hijos entienden las ironías ni bromas sobre sus ''cosas'', por lo tanto no conviene decir lo que nos han explicado y tenemos que considerar que para ellos aquello es muy importante, aunque a los mayores nos pareciera de poco valor.
Con la virtud de la discreción nace el discernimiento, para saber cuando es prudente preguntar, o cuando hace falta esperar para hacerlo, puesto que hace falta respetar la intimidad del hijo y tener paciencia para recibir la confidencia. También distinguir el momento en que es conveniente dar el consejo oportuno. Pienso que cuando un niño pequeño tiene una pataleta, ¿verdad que es muy difícil corregirlo si nos ponemos a gritar como él y perdemos los nervios?
Con los hijos mayores tenemos que hacer lo mismo. Es utilizar la técnica de pasar por alto el momento de ofuscación, esperar y buscar el espacio para dialogar con calma y serenidad. Una persona discreta no impone, no coacciona sino que observa y ayuda a mejorar reconociendo que ella también tiene defectos; por lo tanto, no se sobresalta por nada, y, con esta comprensión anima a su hijo a la sinceridad.
Para concluir, podríamos repetir que el objetivo de procurar fijarnos en la sinceridad y la discreción, es ayudar a que haya el clima de confianza apropiado para que los adolescentes puedan explicar, sus problemas, sus alegrías y cimentar sus ideales. Empecemos a interesarnos por lo que les preocupa en la etapa infantil y así fundamentaremos la franqueza del mañana.

Sida: El preocupante éxito de Uganda

Sida: El preocupante éxito de Uganda Uganda es un caso raro de éxito en la lucha contra el sida en África. La tasa de infección por el VIH de las personas de 15 a 49 años ha pasado del 30% a principios de los años noventa al 5% el pasado año. En comparación, en Sudáfrica, un país más avanzado, están infectadas el 21,5%. Hay motivos, pues, para mirar a Uganda –un país de 27 millones de habitantes, el 43% católicos– y tratar de copiar esa estrategia que tanto éxito ha tenido. Pues no. A juzgar por la prensa internacional, la situación de Uganda "preocupa". Hasta ha merecido un editorial del "New York Times" (5-09-2005). No, no es que haya aumentado la tasa de infección. Lo que preocupa es que se utilizan menos condones y se acusa al gobierno ugandés de no promoverlos.
(Ignacio Aréchaga ACEPRENSA)


Para la opinión pública

Es sabido que el avance en Uganda en la lucha contra el sida se debió a cambios en la conducta sexual. Desde 1986 las campañas del gobierno lanzaban un mensaje claro conforme a la estrategia que se ha dado en llamar ABC: Abstinencia, fidelidad (Be faithful), usar Condones si falla lo anterior. La llamada a dejar de tener varias parejas, ser fiel a la propia y retrasar las relaciones sexuales en el caso de los adolescentes, dio fruto. El mayor descenso de la tasa de infección por VIH y el cambio más acusado en la conducta sexual se produjeron entre los jóvenes de 15 a 19 años. La promiscuidad sexual de los mayores también bajó. Ningún otro gobierno africano sostuvo tan constantemente la estrategia ABC. Y ninguno ha tenido tanto éxito.
Pero es un éxito preocupante para algunos, por el modo en que se ha conseguido. Sthepen Lewis, antiguo embajador de Canadá en la ONU, y ahora enviado especial de la ONU para la lucha contra el sida en África, está muy alarmado. A finales de agosto declaraba en una teleconferencia que Uganda estaba poniendo más énfasis en la abstinencia y la fidelidad que en los condones. "En los últimos diez meses ha habido una significativa reducción en la utilización de preservativos, orquestada por las políticas del gobierno", dijo. Lewis aseguró que había una campaña para desacreditar el uso de preservativos, dirigida por la mujer del presidente Museveni, y que eso solo podía conducir al aumento de las infecciones.
A la vez, algunas ONG de origen occidental, como el Centro para la Salud y la Igualdad de Género, denunciaban que los condones han subido de precio, que hay escasez de preservativos gratuitos, que el gobieno los retiene, y que desde octubre del año anterior solo se han distribuido 32 millones cuando Uganda necesita entre 120 y 150 millones de condones al año. Por su parte, el "New York Times" asegura que se necesitan 80 millones. Ya se ve que no es una cifra muy "científica".

Lo que de verdad preocupa

El ministro de Salud ugandés ha respondido que el gobierno sigue manteniendo la estrategia ABC que tan buenos resultados ha dado. Niega que exista una escasez de preservativos. El gobierno, dice, "es consciente de que hay gente que tendrá que utilizar condones, como prostitutas, parejas descontentas y jóvenes sexualmente activos". Y contraataca diciendo que "existe una campaña de desprestigio coordinada por los que no quieren que se usen otras alternativas simultáneamente con los condones en la lucha contra el sida".
Pero los ataques contra el gobierno de Uganda miran sobre todo a desautorizar la política de EE.UU., que es el mayor donante mundial de fondos en la lucha contra el sida. Así, el citado Stephen Lewis ha acusado a EE.UU. de "poner en peligro" los avances que ha hecho Uganda en la lucha contra el sida. La administración Bush está apoyando programas que no se centran solo en los condones, sino en el cambio de conducta sexual por la abstinencia y la fidelidad. Esto basta para que algunos grupos denuncien que está "moralizando" un asunto que es solo de salud pública. Lo cual no les impide a su vez denunciar como "inmoral" que un gobierno limite las opciones de la gente haciendo mayor énfasis en A y B. En realidad, cuando la moral ayuda al descenso de la tasa de infección de un virus, se convierte en un buen recurso sanitario.
Quizá lo que preocupa a algunos es que el éxito de Uganda demuestre por contraste la insuficiencia y hasta el fracaso de las políticas centradas solo en los preservativos. Pero aquellos que no creen "realista" plantear un cambio en las conductas sexuales deberían al menos atender a la realidad de las cifras. Lo curioso es que gente como Stephen Lewis está más preocupada por la falta de preservativos en un país que ha tenido éxito en la lucha contra el sida que por el fracaso de la estrategia en otros países donde los preservativos abundan.