También los dementes saben de amor

Vallejo Nájera, en su libro "Concierto para Instrumentos Desafinados",
nos cuenta el relato de Faustino, un esquizofrénico profundo en el
hospital que dirigía:

Faustino tenía, al igual que otros enfermos profundos, su "bolsa del
tesoro"_ una bolsa que contenía todas sus pertenencias que él llevaba
a todas partes. A diferencia de la bolsa del tesoro de otros enfermos,
compuesta por toda clase de cachivaches, cartas, restos de comida, la
bolsa de Faustino contenía exclusivamente un mango de paraguas y una
foto con un marco. Nadie estaba seguro de donde había sacado ni uno ni
otra, y cuando le preguntaban por la foto el contestaba lacónicamente
"madre". No estaba claro si el retrato realmente era una fotografía de
su madre o era simplemente la foto que venía incorporada al marco,
pero lo cierto es que Faustino la identificaba plenamente con su
madre.

La rutina de Faustino era todos los días la misma: se marchaba al
jardín del hospital, se sentaba cerca de un árbol en el límite entre
el sol y la sombra y extraía de su bolsa el retrato. Lo miraba
pausadamente, con cariño, lo besaba y posteriormente lo depositaba con
sumo cuidado de nuevo en la bolsa. A continuación, sacaba el manco de
paraguas y lo contemplaba a la luz del sol. Le daba vueltas y lo
observaba desde todas las direcciones posibles, embelesado. En cierto
modo, Faustino era plenamente feliz pues estaba totalmente entregado a
estos dos objetos y amaba con todo su ser lo que poseía, y no
necesitaba nada mas.

En esa época llegó al hospital un niño de 15 años, Luis, retrasado
mental. Luis no dejaba de llorar desde que llegó. Una tarde, Faustino
rompe su rutina y se acerca a él, se sienta a su lado. Tras unos
momentos de vacilación, Faustino abre su bolsa del tesoro y le enseña
su mango del paraguas y ambos se quedan contemplando sus destellos de
ámbar a la luz del sol. Al final, Luis intenta coger el mango pero
Faustino rápidamente lo esconde: todo tiene su límite

Con el tiempo, llegan a convertirse en grandes amigos, quedándose
todas las tardes a contemplar el manguito de paraguas a la luz del
crepúsculo. Pasado un tiempo, sin embargo, Luis comienza a aburrirse y
la relación se enfría. Entonces, un día, los parientes acuden al
hospital a ver a Luis. Su madre ha muerto. Faustino se acerca
lentamente y pregunta qué ocurre."Ha perdido a su madre", le
contestan.

El último párrafo de la historia merece ser reproducido literalmente
tal como lo cuenta el propio Vallejo Nájera: "El esquizofrénico queda
perplejo. Acaricia a Luis. Luego silencio. Al fin, un arranque
aparentemente trivial, de los que pasan inadvertidos en la tierra,
pero que retumban en las bóvedas del cielo como el tronar de mil
cañones: Faustino regala a Luis el mango del paraguas. El niño lo
acepta y sigue llorando. Entonces, Faustino, con un gesto dolorido
como quien separa los bordes de una herida, abre lentamente, muy
lentamente, la bolsa y le entrega el retrato de su madre".

¿A dónde vamos con una anécdota tan detallada? Actualmente está en
boga la afirmación de que todo el comportamiento humano depende del
funcionamiento cerebral. La neurociencia se esfuerza por llenar los
titulares de los periódicos con lemas como "La química del amor" o "Se
ha descubierto al sustancia que provoca el sentimiento de culpa". Pero
estos autores suelen reducir implícita o explícitamente el ámbito de
los fenómenos mentales casi exclusivamente a lo cognitivo, dejando
completamente la dimensión afectiva fuera de la vida mental, como si
lo único importante de explicar fuera el proceso inteligente.
Realmente se entiende que no se investigue más el comportamiento ético
del ser humano desde el supuesto materialista, porque sería difícil
entender como Faustino, un esquizofrénico- sujeto que padece un
trastorno fundamental de la personalidad, una distorsión seria del
pensamiento- es capaz de un acto ético, que nos llena de admiración.
¿Será que el ser humano actúa por algo más que por los estímulos de
una compleja organización de neuronas? Tratar de enjaular el espíritu
humano tras los barrotes de química neuronal es un intento tan inútil
como atrapar el viento con un cazamariposas.

El ser humano, a pesar de sus disfunciones en muchos aspectos, es
siempre digno y valioso en sí mismo; quizás no tanto por lo que él
pueda hacer sino porque siempre será "un ser amable por sí mismo".
Mientras exista un solo hombre o mujer como Faustino, en la tierra, la
dignidad humana está salvada, porque demostrará a los otros que son
dignos de su amor, lo más grande que posee.


(Por: Nieves García, Mujer Nueva)