Tiempo para vivir, no para evadir

La vemos sentada en la calle, con una botella de cerveza a medio
terminar y su mirada perdida en el horizonte, mientras las luces de
los coches alumbran el pavimento a su paso. El aire frío en la cabeza
la hace "regresar" de su aturdimiento. Sólo recuerda las luces de
colores y el retumbar de la música en sus oídos. Lentamente se levanta
intentando no perder el equilibrio y se dirige a su casa esperando no
encontrar a nadie a su llegada. Tiene "suerte" y entra desapercibida
en su habitación, donde sin cambiarse se tumba en la cama. Ya se
inventará algo al día siguiente cuando sus padres le pregunten sobre
el porqué de su cansancio. Y así pasan los días, soñando de día y
embotándose de noche. La niña que antes era se ha dormido y la mujer
todavía no despierta, y mientras tanto, ella sueña, se esquiva, no
sabe quién es, y prefiere no saberlo.

La adolescencia suele ser una etapa difícil tanto para los padres de
familia como para el hijo. Es un momento de grandes cambios en todos
los aspectos de la vida: físico, social, psicológico, moral, familiar…
El niño deja de serlo, sin convertirse todavía en adulto. Es un
período "puente", en el que se ha de aprender a conocerse, a aceptarse
y a salir adelante, para que pasados los años, se llegue a ser un
adulto capaz de llevar una vida plena de sentido.

Durante la adolescencia, el joven se descubre como diferente y
distinto a los demás. Si antes era lo que sus papás querían, ahora
busca ser él mismo. El mundo se abre a sus ojos y le pone la vida por
delante para proyectarla hacia el futuro. El adolescente tiende a
pensar en grande: será el premio Nóbel de la paz, o el descubridor de
la vacuna contra el sida. Será el presidente de la nación y acabará
con la pobreza y con el hambre… Sin embargo, muy pronto se topa con la
realidad: le falta experiencia y no sabe hacer muchas cosas. Antes, su
seguridad residía en hacer todo como le decían sus papás, pero ahora
busca su propio modo, y no sabe cómo salir de las dificultades en las
que se mete. Tampoco sabe cómo pedir ayuda sin sentirse tratado como
niño. Esto le invita a evadirse de la realidad. Los adolescentes
suelen aislarse de diversas maneras: unos con la música, otros con el
alcohol y las fiestas, algunos más "viven" las aventuras más inéditas
en su imaginación mientras deambulan por la vida sin involucrarse con
nada.

No es raro que "estén", sin estar realmente. "Están" con la familia,
pero no conviven; "están" en clases, pero no aprovechan; "están" en
tantas partes, pero su mente no "está" presente. Y así vemos que las
notas van mal, la convivencia familiar también, las amistades de
antes, ni se diga…
Esta actitud de evasión, no le ayuda. Si bien es cierto que necesita
tiempo y espacio para reflexionar sobre sí mismo, sobre quién es y
quién quiere ser… esta actitud no se lo permite. El adolescente
necesita ayuda para salir de ella. ¿Cómo?

El adolescente se evade, como hemos dicho, porque ve la desproporción
entre sus sueños e ideales y su realidad. Al verse tan alejado de lo
que quisiera, prefiere soñar o simplemente olvidar sus problemas con
emociones fuertes. Al no encontrar lo que necesita en su realidad, se
fuga de ella.

¿Qué es lo que el adolescente busca y que no siempre encuentra en la realidad?

El adolescente busca sobresalir en algo: necesita ser "el más…" en
algún aspecto. Si no es el más aplicado, o el más guapo, será el más
grosero, o el "más" mal peinado… El adolescente necesita tener la
oportunidad de mostrar su capacidad en algo. Un buen educador sabrá
crear el espacio y las circunstancias necesarias para que el
adolescente pueda destacar de alguna manera positiva.

El adolescente necesita demostrar que ya no es un niño, que ya ha
crecido. El niño acepta incondicionalmente lo que sus padres y
maestros le dicen. El adolescente se muestra rebelde cuando siente que
lo tratan como niño o que se le imponen las cosas. Necesita de
espacios de acción en los que pueda ir tomando ciertas decisiones.
Habrá muchos campos en los que todavía no pueda decidir, pero si
siente que se le trata según su edad, lo aceptará.

El adolescente necesita divertirse. Pero hay diversiones que divierten
sólo mientras duran, y al terminar dejan consecuencias muy tristes que
sólo llevan a evadirse aún más. En cambio, las verdaderas diversiones,
son aquellas que nos dejan divertidos y con una sana alegría aún
después de que han pasado. Si el adolescente no aprende a divertirse
jugando fútbol, lo hará faltándole el respeto a los profesores. Si no
se divierte leyendo libros sanos y entretenidos para su edad, lo hará
bebiendo.

La adolescencia es una etapa maravillosa cuando se vive, no cuando se
evade. Solamente viviéndola se logra sentar los cimientos de lo que
será la vida del adulto.


(Por: Liliana Esmenjaud, Colaboradora de Mujer Nueva)