¿Es inmoral prolongar el sufrimiento?

Es fácil, en los debates sobre la eutanasia, escuchar a alguno que
lance al ruedo esta famosa frase: "es inmoral alargar los sufrimientos
y la agonía de los enfermos".

Cuando el enfermo sí interesa

La frase parece inocente, capaz de suscitar la aprobación de
los oyentes. Pero en no pocas ocasiones es ambigua, confusa,
interpretable de muchas maneras. En otras palabras, es una fórmula
fácilmente manipulable. Por eso se hace necesario, para evitar engaños
fáciles, profundizar en sus posibles significados.

Intentemos aclarar ideas. ¿Qué quieren decir quienes repiten,
una y otra vez, que es inmoral, injusto, incluso masoquista, hacer que
se prolongue el sufrimiento de una persona? Las respuestas pueden ser
varias, y podríamos agruparlas bajo tres grandes grupos. Unos expresan
su deseo de evitar el ensañamiento terapéutico. Otros, que quieren
suspender los cuidados mínimos para acelerar la muerte del enfermo. Un
tercer grupo defiende que se intervenga del modo menos doloroso
posible para provocar la muerte del enfermo.

Estas tres posibles respuestas tienen un valor muy distinto.
Podemos decir, respecto de la primera, que es correcto renunciar al
ensañamiento terapéutico, es decir, a acciones sofisticadas, costosas
y no pocas veces muy molestas para los enfermos y sus familiares,
cuando tales acciones no parecen ofrecer ninguna mejora, no curan, y
alargan inútilmente la agonía. Si una persona, por ejemplo, se
encuentra en la fase terminal de un cáncer de hígado, no tiene sentido
usar aparatos y hacer experimentos con los que sólo se retrasa unos
días o semanas la llegada de la muerte a base de provocar dolores muy
elevados en el enfermo.

La segunda respuesta encierra serios problemas éticos. Los
cuidados mínimos son simplemente eso: cuidados mínimos. Una persona
que sufre merece ser alimentada, ser hidratada, ser limpiada en sus
llagas, recibir medicinas antidoloríficas. Decir que no vale la pena
mantenerla en su fase terminal a base de estas ayudas básicas es como
decir que su existencia ya no merece lo más básico que debe ser dado a
cualquier vida humana. En otras palabras, es como condenarla a morir
de hambre, de sed, de dolor y, sobre todo, de pena, al no ser atendida
en sus necesidades básicas (no sólo materiales).

Cuando interesa que muera

Lo más paradójico del caso es que se provoca una muerte tan
horrible precisamente con el uso de la fórmula "es inmoral prolongar
el sufrimiento", como si fuese moral el provocar nuevos sufrimientos
para terminar (asesinar lentamente, digámoslo sin miedo) al hombre o a
la mujer que sufren. Lo ocurrido, por ejemplo, con Terri Schiavo, es
sólo una punta de iceberg de lo que muchos piensan realizar con los
enfermos, y de lo que por desgracia ya algunos están haciendo entre la
indiferencia de no pocas autoridades.

La tercera respuesta supone aceptar que hay vidas humanas que
pueden ser eliminadas porque sus dolores no son compatibles con su
"dignidad", o porque resultarían ser dolores "inmorales".

Ningún dolor, sin embargo, tiene connotación moral, ni
disminuye en nada la dignidad de ningún ser humano. Decir que mantener
en vida al hombre que sufre es algo inmoral y que merecería ser
"eliminado" es como decir que el sufrimiento le hace perder su
dignidad, o que su existencia es menos digna por sufrir. Lo cual va
contra todo el esfuerzo cultural de siglos, iniciado especialmente con
el cristianismo, que ha buscado defender la dignidad de cualquier ser
humano sin discriminaciones; un esfuerzo que tantos frutos ha dado en
los últimos siglos, no sólo al abolir la esclavitud o formas de
explotación de seres indefensos, sino al buscar mejoras serias en el
tratamiento de los enfermos y los ancianos.

Cuando se vuelve de nuevo a lo que hemos desplorado

Hay que reconocer que la eutanasia, entendida como la
eliminación del hombre que sufre con la excusa de que se quiere
eliminar el sufrimiento, es una de las mayores afrentas que puede
recibir el ser humano. Porque significa volver a una mentalidad
discriminatoria en la que los fuertes, los sanos, los adultos, los
ciudadanos, deciden sobre la vida y la muerte de quienes no llegan a
un "standard" de calidad y de salud establecido de un modo arbitrario
y, en muchos casos, con la idea encubierta de ahorrar gastos al estado
o a los hospitales.

La historia de los pueblos nos ha mostrado que los niveles de
barbarie son mayores allí donde se desprecia a los minusválidos, los
pobres, los enfermos, los ancianos. A través de la promoción de la
eutanasia, a través de la difusión de eslogans que repiten "acabemos
con el sufrimiento de las personas" para decir de modo solapado
"acabemos con las personas que sufren", estamos regresando a formas de
"cultura" claramente injustas y propias de pueblos enemigos de los
derechos humanos.

Sólo hay un modo de tratar al hombre o a la mujer que sufre:
con respeto y con cariño. Acompañarlos en su dolor, aliviarles en sus
muchas dolencias, no sólo físicas sino también psicológicas y
espirituales, hacerles sentirse parte viva de una sociedad que no los
margina sino que los acoge con un mayor compromiso y con servicios
cada vez más completos, son señales de verdadera humanidad, de
justicia, de progreso. Son la única manera de tratar al hombre que
sufre de un modo éticamente correcto. Aunque su sufrimiento dure más
tiempo, porque ese tiempo será sumamente bello, al estar acompañado de
justicia, de amor y de asistencia verdaderamente humana.

Bosco Aguirre
Mujer Nueva