Rosas desde la eternidad


 

Esa fecha
solía ser muy importante: el día del aniversario
de bodas. Sin embargo, sería la primera vez que
no lo celebrarían juntos. Carlos había apenas
fallecido, consumido por el cáncer.
Todos los años él enviaba a Ana un ramo de
rosas, con una tarjeta que decía: «Te amo más
que el año pasado. Mi amor crecerá más cada
año». Pero éste sería el primero que no las
recibiría. De pronto llamaron a su puerta, y
para su sorpresa, al abrir estaba un ramo de
rosas frente a ella, con una tarjeta que decía
«Te Amo».
Ana se molestó pensando que había sido una broma
de mal gusto. Habló a la florería para reclamar
el hecho, y al contestarle, le atendió la dueña.
Ella le dijo que ya sabía que su esposo había
fallecido, y le preguntó si había leído el
interior de la tarjeta. Le explicó que esas
rosas estaban pagadas por su esposo por
adelantado, así como todas las demás por el
resto de su vida.
Al colgar el teléfono a Ana se le llenaron sus
ojos de lágrimas. Abrió el sobre: «Hola mi amor,
sé que ha sido un año difícil para ti, espero te
puedas reponer pronto, pero quería decirte, que
te amaré por el resto de los tiempos y que
volveremos a estar juntos otra vez. Se te
enviarán rosas todos los años en nuestro
aniversario; el día que no contesten a la
puerta, harán cinco intentos en el día, y si aún
no contestas, estarán seguros de llevarlas a
donde tú estés, que será junto a mí. Te ama para
siempre, Carlos, tu esposo».

Es verdad. El amor o es para siempre o
simplemente cae por su propio peso. O tiene
sabor de eternidad o es desabrido, agrio y
tristemente amargo, se pierde con el tiempo, se
transforma en recuerdo color ceniza. Así lo dice
un gran escritor: «El amor no es una aventura.
Posee el sabor de toda la persona. No puede
durar sólo un instante. La eternidad del hombre
lo compenetra».
En este sentido, ¿cómo no hablar del matrimonio?
¿Cómo no hablar de la belleza siempre antigua y
siempre nueva de amarse para siempre? Cuando una
mujer y un hombre se aman, con entrega, con
sacrificio, con fidelidad duradera -y nótese que
digo hombre y mujer- el amor se convierte en
gemelo de la eternidad. El matrimonio es la
entrega plena del amor humano y el verdadero
amor sólo existe en la continuidad necesaria. La
pasión, el instinto quema los resortes
rápidamente; los reduce a escorias y no deja
sino cenizas en las manos.

No sé qué piensan ustedes. Yo me sorprendo que
muchos de los jóvenes que se preparan para dar
ese paso decisivo en sus vidas, confíen poco en
el amor. Se quieren casar, pero no se dan cuenta
que lo que fundamenta su relación es
precisamente la duración sin límites del amor.
Se casan, pero dejando una puerta abierta, como
para salir corriendo si no resulta. ¿Acaso se
duda de la capacidad del hombre de amar para
siempre? La historia de Carlos y Ana, al menos,
demuestra que sí existe.

Así es el amor verdadero: eterno. Capaz de amar
más allá de la muerte. Capaz de vencer todos los
obstáculos, incluso el tiempo. Capaz de mandar
rosas desde la eternidad.
 
 
Juan Carlos Mari