Dime a quién admiras y te diré quién eres

El joven construye al adulto

La gran incógnita de la adolescencia es descubrir quién se es.
Cuando a un niño se le pregunta sobre su propia identidad,
tranquilamente se define como el hijo del Sr. y la Sra. X, y elenca
una serie de características que ha escuchado a sus padres o a sus
maestros decir sobre él. Esta pregunta no le causa mayor inquietud.
Pero cuando se formula a un adolescente o a un joven, el asunto es
distinto.

Este interrogante no sólo inquieta al propio adolescente, sino
también al adulto. ¡Cuántos padres de familia ya no reconocen el
carácter dulce de su hijita en las respuestas de la quinceañera que
tienen en casa! ¡Cuántos profesores con gran sabiduría en sus propias
áreas de conocimiento no logran descubrir el verdadero "yo" que se
encuentra escondido tras la mirada esquiva del joven de cabello largo,
o de la alumna que se le enfrenta en un continuo reto!

Y esto es muy normal debido a que a esa edad se está
construyendo la propia personalidad. Un adulto llega a ser lo que ha
formado a lo largo de su vida. No existe un código oculto que lo
defina como lo que es. El adolescente puede tener un carácter más o
menos alegre, pero dependerá de él cómo lo emplea: alguno lo
aprovechará para hacer pasar un rato agradable a los demás, y esto le
ayudará a tener amigos; otro por el contrario, lo podrá emplear en
burlarse, creando conflictos con los demás. Alguno hará amigos gracias
a su paciencia, otro, a su compañerismo, mientras que otros, con estos
mismos atributos se granjearán enemistades.

Nadie tiene condicionada o predeterminada su manera de ser.
Cada uno va desarrollando ciertas características de su personalidad
que puede usar en distintas direcciones según vaya siendo valioso para
él. ¡Esta es la maravilla del ser humano! Gracias a su inteligencia,
voluntad y libertad puede vencer cualquier tipo de condicionamiento
que se le presente, con tal de que se lo proponga y ponga los medios y
el esfuerzo para hacerlo.
El ideal y la libertad

Así tenemos a Hellen Keller, nacida en Alabama, Estados Unidos
en 1880, quien al año y medio de edad quedó ciega y sorda, y aprendió
a comunicarse llegando a escribir libros en distintos idiomas; o a
Karol Wojtyla, que no se amargó a pesar de ser huérfano de madre, sin
hermanos, y de que le clausuraran su universidad viéndose forzado a
trabajar como obrero para librarse de los campos de concentración; a
Víctor Frankl que dentro de Auschwitz encontró un sentido a su vida,
estudiando los efectos de esas condiciones infrahumanas en sí mismo y
en sus compañeros, de donde surgió su Logoterapia; y a tanta gente que
vive en el anonimato de una vida alegre y sencilla a pesar de
cualquier tipo de dificultades económicas, sociales, familiares o
físicas a que se encuentran sometidos. Y por el contrario, también
hemos sido testigos de tantas personas que aparentemente lo han tenido
todo o por lo menos no han sufrido tantas carencias y, sin embargo, no
se consideran felices. Todos conocemos a personas así.

¿Dónde ha estado la diferencia? ¿En las cualidades con las que
han nacido? ¿En las circunstancias que les ha tocado vivir? No, la
gran diferencia radica en que unos han tenido un ideal que los ha
llevado a tomar las riendas de sus vidas en sus manos, forjándose a sí
mismos para alcanzarlo; mientras que los otros se han dejado llevar
por las circunstancias, ya sean internas o externas.
Con maestro y coherente

Los primeros no se dejan atrapar por ningún tipo de
dificultad. Aún cuando caigan varias veces, afrontan la vida como una
aventura en la que ellos quieren ser los vencedores, porque tienen un
ideal, que se convierte en fuente de esperanza y de motivación. Los
segundos, por carecer de ese ideal, no encuentran la fuerza ni la
motivación para construirse a sí mismos.

Los primeros han tenido a alguien que les ha guiado y les ha
servido de ejemplo y de apoyo: Hellen Keller no hubiera hecho nada sin
Anne Sullivan; Karol Wojtyla tampoco sin su padre o sin Jan
Tyranowski, un sastre que hizo las veces de su director espiritual
cuando perdió a su padre. Estos adultos han jugado un papel muy
importante en la vida de estos jóvenes: les han mostrado un ideal
hacia el cual proyectar su vida y les han ayudado a desarrollar las
facultades necesarias para luchar por él. Ellos han desaparecido (el
padre de Karol murió cuando éste tenía 20 años), pero el ideal se ha
mantenido y han podido salir adelante por sí mismos.

Ni Hellen Keller ni Karol Wojtyla nacieron siendo esas
personas que llegaron a ser. Los dos tenían cualidades y muchas más
dificultades. Ninguno de los dos nació mucho más dotado que la mayoría
de nosotros. Sin embargo llegaron a ser lo que fueron porque supieron
ser consecuentes con su ideal tomando a cada paso de su vida la
decisión que más los acercaba al mismo.
Este es el gran reto que se nos presenta a los adultos de hoy:
aprender a presentar ideales atractivos a los jóvenes para se
entusiasmen y puedan proyectar el tipo de personas que quieren ser, y
les sirvan de guía y motivación a lo largo de su vida.

Liliana Esmenjaud
Mujer Nueva