Usted, ¿para qué sirve?

¿Para qué sirve la vida humana?¿Tiene que servir para algo o alguien?

Convertidos en cosas: sólo valiosos si útiles

Pensemos en los tontos de los pueblos. Esos discapacitados
psíquicos que se pasan el día al sol, con la lengua fuera.

O en los ancianos que alfombran los parques de paseos cortos y
lecturas minuciosas del periódico.

O en los enfermos incurables que roban horas y horas de la
vida de alguna mujer u hombre abnegado que los asea, cambia, da de
comer y da la vuelta en la cama. Si la vida tiene un sentido
utilitario, esta gente sobra. No produce, está de más. Causa y padece
sufrimientos. Su pervivencia, los gastos sociales que ocasiona, los
esfuerzos que supone sólo podrían tolerarse en la hipótesis de que la
vida humana no existiese «para» sino que constituyese un bien
innegociable. Eso nos llevaría a afirmar que la persona es un valor
«per se». Un principio absoluto, no supeditable a ningún otro.
Actualmente no hay «quórum» al respecto. Los etarras y quienes les
ayudan piensan, por ejemplo, que es lícito sacrificar algunas vidas
para conseguir un fin político que, a su juicio, procurará la
felicidad a muchos.

Hay quien considera que a una persona inconsciente, en coma
sin muerte cerebral, hay que limitarle el alimento y causarle la
muerte (el caso se discute ahora en Estados Unidos). Son las paradojas
de una sociedad que evita los debates a fondo sobre el sentido de las
cosas y que se está acostumbrando a juzgar todo desde la casuística
sentimental: ¿Que Ramón Sampedro quiere suicidarse? Vale, pobre
hombre, está en su derecho. ¿Que Christopher Reeves estaba desesperado
por su tetraplejia? Vale, aprobemos la investigación con embriones
humanos. ¿Que alguien no soporta la idea de tener un niño mongólico?
Que lo aborte. Y a este ritmo, imperceptiblemente, se va difuminando
el valor de la vida humana.

La última vuelta de tuerca es el proyecto de ley de
reproducción asistida del Gobierno. A partir de ahora se crearán
embriones para la investigación y otros que «sirvan» , entre otras
cosas, para curar a sus hermanos enfermos. Ambas iniciativas están
movidas por la «caridad». En un caso para ayudar a la investigación
científica, en el otro, para aliviar a unos padres desesperados y a un
niño que puede morir. Pero las dos consagran el principio de que los
seres humanos podemos ser utilizados «en función» de otros. Cuáles son
los fines lo irá decidiendo el poder en los próximos años.

Cristina López Schlichting
La Razón, 11 de febrero de 2005