No basta con pedir disculpas

Condiciones para el perdón

Recuerdo ahora el relato de un padre de familia, hombre
sensato aunque quizá un poco impulsivo, que un buen día advirtió que
la bronca que acababa de echar a uno de sus hijos era desproporcionada
e injusta.

No habían pasado más que unos minutos cuando comprendió que
había interpretado la situación de un modo totalmente erróneo, y que
su reacción había sido impropia y exagerada.

Como era un hombre leal y de principios, se dirigió hacia la
habitación de su hijo para disculparse. En cuanto abrió la puerta, lo
primero que escuchó fue:

—No quiero perdonarte, papá.

—Lo siento, no me había dado cuenta de que tenías razón. ¿Por
qué no quieres perdonarme, hijo?

—Porque hiciste lo mismo la semana pasada.

En otras palabras, venía a decir: «Papá, no pienses que vas a
resolver este problema simplemente pidiendo disculpas. Tienes que
cambiar.»

Aunque no sea éste un ejemplo especialmente modélico en cuanto
al perdón, de este relato puede sacarse una enseñanza importante: no
basta con pedir disculpas, es preciso también corregirse y procurar
reparar el daño causado.

Sería un error pensar que pidiendo disculpas se arregla todo
sin más. El daño que se haya hecho, aunque se perdone, suele tener
unas consecuencias que no pueden ignorarse. Por eso la petición de
disculpas ha de ir siempre unida a un sincero y eficaz deseo de
corregir en ese punto nuestro carácter, rectificar nuestra conducta y
compensar de algún modo ese daño.

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net